A continuación transcribimos fragmentos del próximo libro de Orlando sobre periodismo. Son borradores, aproximaciones que iran corrigiéndose y ampliándose hasta ser publicadas. 1 [... Emprendo aquí la temeraria aventura de reflejarme a mi mismo en un espejo que me contraría y a la vez me sincera. O quizás ante la absurda idea de que volcando en la puerta de casa el contenedor de residuos se va a poder ver la cantidad y calidad de los desechos que me involucran. Pero que a lo mejor, en la discriminación visual de los mismos, el lector podrá encontrarse con alguno que aún podrido y corroído deja entrever que en su origen, cuando todavía estaba fresco e intacto, tuvo algún valor o mérito.
Esto sería algo así como el hallazgo de una cierta porción de basura que se resiste a serlo; que pelea por ser considerada todavía aquel producto originario cuyas cualidades –aún limitadas pero frescas- no habían entrado aún en la etapa en que a la lozanía ya no hay freezer que la mantenga. No me arrepiento de haber apelado a esta metáfora. Me siento confiado en que sabré resistirla. Desde ese lugar de inmersión y de confesión que nadie me exige, me será más fácil el intento de que al final del libro luzca menos podrido, y al menos un poquitín digerible. Pero a sabiendas que escribo sobre lo incierto. Porque lo que yo consideraba cierto en el periodismo se me está derrumbando y no consigo repensar cómo es o será el que se está presumiblemente construyendo. Y no sé si esta -mi incertidumbre -ni siquiera es cierta como incierta.
...]2 [... La sociedad es un organismo en permanente cambio. Los receptores cautivos de los medios dominantes de las últimas décadas están sublevados. Algunos sublevados a favor de la sublevación que los reubica en un lugar de damnificados finalmente asumidos. Pero no en el sentido de la violencia sino en el de la reacción contra el cautiverio. Muchos ya no miran la televisión o escuchan la radio o leen los diarios como si los consideraran inocuos y como si consumirlos no generara daños antes ignorados o irreconocidos, sino que se han vuelto receptores sublevados. Hay un desvelamiento colectivo. El periodismo ha sido expuesto y ya no es aquel distraído encantamiento lo que despierta. Los otros sublevados a los que me refiero están sublevados en contra: se aferran a las viejas certidumbres, aún a sabiendas que ya han sido reveladas inciertas; porque ese anclaje los exime de reconocerse en un cautiverio que prefieren creer lo contrario.
...]3 [... Porque la profesión misma es mercenaria. Y la presión es tan grande que el buen mercenario acaba convencido de que cuanto escribe, dice y opina bajo dictado o influencia es suyo propio. De ahí su convicción y su entusiasmo. A más y mejor paga más y mejor entusiasmo. Ya que si se mantiene siempre en el mismo campo de intereses acaba metamorfoseado con ellos. Y si cambia y también muda de opinión y la de ahora es contraria a la de antes demuestra que sabe cumplir con la empresa y con otro público, pero ya no consigo mismo. Pero el problema de conciencia es reservado y nadie se entera. ¿El periodista se debe a la obediencia debida como el obrero de una planta de armas que serán destinadas a matar gente, o como el amanuense de una secta impía en la que no cree? El periodista –al contrario de otro tipo de trabajador- arrienda su inteligencia. Arrienda su moral. Arrienda su visión de la vida y del mundo. El ideal sería que pudiera y tuviera la voluntad de elegir al arrendador que le paga pero sin que lo obligue a traicionarse.Aunque en un mercado de trabajo de intereses hegemónicos, de medios dominantes son pocas las chances de ser un mercenario voluntario, a favor de la causa que se defiende y sostiene. Esta es la vulnerabilidad del oficio periodístico. Se finge omnipotente para no descubrirse en su debilidad. La opción es tentarse a hablar con su voz desde la voz de otro o de otros. O no tentarse y reducir sus expectativas de vocación y de éxito. Esa es la cuestión. El mercado demanda, el periodismo hace el delivery, el público consume y los inversores conducen el negocio. Hay toda una tradición que impregna el oficio. Un mandato enhebrado a través de generaciones. La idea de un cambio en su naturaleza suena a epopeya, a inocencia o a milagro.
...]
4 [... Más consumimos más necesitamos. Y si no nos abastecemos, más nos ataca el síndrome de abstinencia. Ante esa demanda los medios se entusiasman y nos abruman. Y hasta son capaces de ponerse a exagerarlas; a condimentarlas con mejores y llamativos argumentos. Y como ya estamos ahítos de consumir miedos , muertes, tragedias, peleas, debates, choques, inflación, soja, chismes, culos, protestas y sospechas, les exigimos a la televisión, a las radios y a los diarios que nos sorprendan y nos den mayores emociones. Que nos sacudan. Ya que cada vez requerimos estímulos más fuertes. Porque las noticias correctas, apropiadamente informativas, despojadas de sangre y de alboroto ya no causan efecto. Son insatisfactorias, sosas para nuestro gusto ya enfermizamente atraído por el picante y el aderezo. Y el recontrapicante. Y ¿por qué no? También por la mentira. Porque la mentira nos gusta sobre todo si habla mal de nuestros enemigos. Cada día una presunta mentira oficial es contradicha o desmentida por una verdadera mentira opositora. La sociedad se inclina con pasión por una o por otra. Y cada día la mentira opositora gana en la mentira mientras pierde en la verdad de los hechos. Sobre este escenario mentiroso los medios hegemónicos y sus asociados múltiples se hacen un picnic. Se han vuelto adictos a los supuestos, a los rumores, al trascendido, a los habría, a la presunción, a la suspicacia y al infundio. Los mensajeros, los destinatarios, los protagonistas , los interesados conviven atraídos por la corriente. La sociedad consume las mentiras y tanto puede digerirlas golosamente como rechazarlas con asco. Este último recurso es el más higiénico. Y últimamente están creciendo sus usuarios.
El mentidero acaba por contaminar el medio ambiente. Basta pasar por un puesto de diarios, oír programas de radio o televisión, participar de una reunión de vecinos, o permanecer un rato en una fila del banco para darse cuenta de los estragos. Cuando el obsesivo argumento político opositor pasa a ser la continua mentira, el objetivo es no reconocerle al gobierno ninguna verdad. Aunque algunas, el gobierno modestamente tiene.
“ A una verdad sin interés la desplaza una mentira emocionante”. El pensamiento es de Aldous Huxley.
Estamos entregados a la gula emocionante. El purgante, el antídoto para esto es darse cuenta. Por ejemplo darnos cuenta que cuando hablamos en vez de hablar nosotros por nosotros, hablamos por lo que dijeron los medios. Somos como muñecos de ventrilocuo. Y transportamos de aquí a allá la bacteria. Repetimos lo que escuchamos sin incluir ningún pensamiento nuestro. Encadenamos el cerebro a la agenda. Y ahí está el problema: esa agenda que pretende ser colectiva – es decir la que surge de las urgencias, necesidades y deseos colectivos- es un arbitrio generado en los medios. ¿Qué cómo generan ese arbitrio los medios? Ah, con arbitrariedad. La agenda diaria de las noticias que consumimos es un hipotético consenso entre emisores y receptores. El cúmulo de información que mana es inversamente proporcional a la capacidad de almacenamiento de nuestro disco rígido. Entre los trillones de noticias que se entrecruzan en ese mar de los Sargazos que es Internet unos pocos editores, directores y patrones a cargo del índice selectivo escogen el puñado que merecen ser difundidas y entre estas cuáles son las de primer plano y cuáles las otras. Gracias a esa preocupación y generosidad los receptores están a salvo de enmarañarse con los Sargazos y de desorientarse y naufragar ante el vasto surtido. Los Medios median para que estemos anoticiados como es debido. Ese es un consenso nunca consensuado. Se les otorga la responsabilidad de seleccionar los relatos. Es el despertar del ciudadano receptor el que nos plantea el primer indicio audible de sus efectos.
...]

Orlando Barone, 16 de marzo de 2011.