viernes, 15 de abril de 2011

El libro del ironista en la cornisa

Presentación del libro "Diario de un ironista":


El libro del ironista en la cornisa

Carla y Daniela, hijas de Adolfo Castelo, han escrito un libro serio sobre un cultivador de la ironía: “Diario de un ironista”. Porque así se definía a si mismo el protagonista. Eso se llama conocerse. Un don del ironista es su distancia de la guaranguería y del agravio. En los medios no abundan; en la vida tampoco.
Coincidirán en que esta palabra “ironista” es inusual. Más común, aunque no siempre precisa, es humorista. Quiénes sin tener el don se afanan por serlo y fracasan, causan la tristeza de esos payasos que no hacen reír por sus gracias sino porque carecen de ella.
La ironía es un relato que contradice lo que relata el relato original. Es una burla delicada cuya fuente es la inteligencia. El ironista es aquel que en medio de un tsunami se reprocha no haber traído las galochas. Es lo opuesto a esas bromas de patota ridiculizando a un destinatario indefenso. No es la mofa ni la cargada ni el bardeo. Y no es la desagraciada gracia de un bruto. Para ser un ironista hay que ser dueño de la ironía, que es el sutil instrumento que logra demoler la solemnidad.
Uno de los monólogos de más extraordinaria ironía es el que Shakespeare le hace decir a Marco Antonio en el solemne funeral de Julio César. Sócrates fue un ironista y nunca escribió un libro. Tampoco Castelo.
O al menos no lo publicó y eso tanto puede ser un signo de modestia como de sabiduría. Porque un creativo incesante como él acaso pensara que a medida que fuera escribiendo un libro ya estaba dejando atrás eso que estaba escribiendo. Digamos que Castelo es- porque “es “ y por eso este libro y esta presencia- un ironista que se está haciendo. Estar haciéndose es algo superior a estar hecho. Conlleva expectativas y la esperanza de que se está en trance y no en un lugar inmóvil. Alguien que es recordado se mueve en ese recordar de los otros e incluso adquiere nuevas e impensadas connotaciones. Sigue siendo él pero también lo que va recibiendo.
No debe ser cómodo tener un padre notorio y notable. Otra clase de padre no público permite el egoísmo familiar de no tener que compartirlo. La popularidad torna difícil el intimismo; aunque tal vez lo ahonda y lo aprieta en esos fragmentos que consigue separar de lo público. Este libro de dos hijas biografiando a su padre, lo prueba. Merece haber sido escrito y merece que sean ellas las autoras. Son fuertes. Sí. Fuertes. Ese fue su resguardo. Y si una de ellas ya no está es nada más que una ausencia cronológica. Una falta con aviso. Al concluir de leer el libro me pregunté cómo les había sido posible a Daniela y a Carla escribir esas páginas felices e infelices, dulces y amargas, trasgrediendo ese umbral de hipocresía o de eufemismos que abundan en tantas biografías. Algunas enfundadas en agua destilada y recato y melindres sociales, y por eso obviamente falsas aunque prolijas.
El padre que retratan a su manera es un antihéroe vulnerable y vulnerado y a la vez un “protagonista- personaje” pleno de aventuras urbanas y nocturnas acordes a un predador de su especie. Es un tipo tan original cuya provocación no se impone disfrazándose de provocador; porque él, y su don provocaban naturalmente. La ironía que le era intrínseca era el trazo fino de la sonrisa. Es admirable lo que hacen estas hijas: relatan al padre desde el relato de la vida, de la familia, de sus amigos y del escenario. Y desde sus creaciones, debilidades y desilusiones. Nos proponen un triunfador al que no lo exceptúan de magullones. No lo esculpen, lo amasan. No lo endiosan: lo humanizan. Nos cuentan un Castelo verosímil aún en sus tantas situaciones inverosímiles. Pareciera que cuando el retrato les sabe demasiado alabado, se exigen echarle una pizca de sombra. Son hijas atravesadas por la voluntad de la escritura. Nos cuentan entonces que Castelo logró que en su documento su edad figurara con diez años menos. Nos cuentan de deslealtades laborales que lo erosionaron a la par que a Castelo lo erosionaba el cáncer. Y nos cuentan de la amistad y de los amigos y amigas que formaron parte de su vida y a los cuales él dedicó un sumario que tituló: “En las buenas y en las malas”. Sumario en el que califica a sus amigos en los distintos rubros de emociones en que los consideraba. Así están los amigos hermanos, los de los dolores, los rockeros, los pendex, los sanguíneos y los de la infancia y los que ya no están. Son nombres conocidos o desconocidos. Y como en todo sumario valen las incógnitas. Habrá quienes se pregunten por qué no está aquél y está éste. Lo sabe Castelo. Las respuestas forman parte del suspenso. La vida los tiene. Y también este libro de vida.
Es que las dos hijas y hermanas cuentan cosas que podrían haberse guardado y omiten otras que-aún cuando lucían a priori relevantes- ellas no creyeron que eran parte de la sustancia. Las retratistas tienen su mirada y probablemente esa mirada esté mirando la mirada del padre. Pensé que como hijas eran atrevidas. Y enseguida repensé que ese es el rango espiritual que vincula a las retratistas con el retratado.
El atrevimiento es la forma del coraje en las cuestiones comunes o aún triviales de la vida. Se atreve o no se atreve. Hay quienes vacilan tanto que cuando se deciden perdieron las ganas de hacer aquello que los hizo vacilar. Muchas frustraciones se deben a la autorepresión por el que dirán o al temor por la mirada de los otros. La familia Castelo no se anda con remilgos y esa frontalidad se impone en el relato.
El protagonista del comienzo del libro y el del final siendo el mismo son como las dos caras de la luna: la iluminada y la que se oculta. Una sola no define a la luna. Tampoco a un hombre.
Otra ironía de la marca Castelo es hacer creer que la cara iluminada es la del personaje popular y conocido, y que la oculta es la que no pasó por los escenarios ni los medios. ¿Y si es al revés? ¿Si la cara oculta es la que creímos era la iluminada? Yo no me apuraría a jugarme por ninguna de ambas opciones.
Nuestra amistad aquella, de juntura en continuado, se fue desjuntando y haciendo más espaciada. No obstante logró resistir medio siglo.
Sí, medio siglo durante el cual lo vi agrandarse y expandir su irónica doctrina de jugar con el riesgo. No es casual que al comenzar el libro las hijas hayan reproducido esta confesión del padre: “Soy hijo de inmigrantes: es inevitable que sea melancólico. Tus viejos te transmiten esa nostalgia, esa angustia del que llega a un nuevo mundo. Yo, a los diez años- dice Adolfo- solía caminar por la cornisa de una casa que todavía existe, en Bulnes y Charcas. Eran tres pìsos: me movía al borde del vacío, remontaba barriletes. Estaba loco. Quería enfrentar una forma de vivir vacía, triste. Con los años, mis viejos cambiaron, pero las marcas quedan. Eso marcó mi laburo: amo la improvisación, el riesgo, la cornisa”, dice Castelo.
Sus hijas me empujaron a recordar tiempos ya remotos. Cuando compartíamos con él y nuestras dos mujeres y madres de nuestros hijos- que eran íntimas amigas- un sueñerío de lealtades y proyectos. En aquellos años de inmadurez entusiastamente prolongada, Castelo era el de la inmadurez más voluntariamente inmadura. Yo a su lado sentí, durante aquellos años- los sesenta y setenta- ese encantamiento que él producía en hembras y machos, o en poderosos y en “nadies”. Porque los menos temerarios nos sentíamos atraídos cuando él nos alentaba a andar por la cornisa. Bordeando el borde.
Lo cierto es que la mayoría de los hijos que pierden a su padre o a su madre se sienten culpables de no haberles dicho en vida tantas cosas que quedaron irresueltas o negadas; los ven partir sin haber conseguido romper la fina capa de eso íntimo que quería ser develado. Pero Daniela y Carla me sorprenden: no parecen haberse quedado con nada crucial que entre ellas y su padre no se hayan dicho. Y no basta el argumento de que los Castelo son una familia de diván y terapia, y eso justifica ese sinceramiento post mortem. Porque ese sincerismo no lo inaugura este libro: se nota que se practicaba entre ellos cuando estaba junta toda la familia. La de Elena, Adolfo, Daniela y Carla amándose y peleándose. Pero juntos. Ahora Carla sobrevive a esta inopinada y mortal deserción de su hermana. Y sólo ella sabrá qué grado de resistencia le ofrece a esa ausencia y qué intensidad de pulsión de vida le demanda.
Haciéndome ahora el ironista le digo a Carla que no se desilusione pensando en que su familia la ha dejado sola. Ni lo sueñe. Porque el amor de esa familia la va a joder y entretener de por vida.


Orlando Barone, 14 de Abril de 2011.

4 comentarios:

  1. Excelente publicación, Orlando. Castelo ("con una sola L ") era un ironista, pero también un ser entrañable. Lo mio con el (como tantos otros) fue una amistad de un solo lado, yo era su amigo, pero el no, porque no me conocía, por eso seguramente no figuro en la lista. Por las únicas dos personas que lloré su muerte sin conocerlos personalmente, fue el querido Adolfo y por Nestor. Espero no te fastidie, pero me gusta escribir poesía y aunque sea modesta quería dejar este soneto que le escribí en su momento, con poco talento pero con mucho cariño, a este querido amigo que se fue, pero que tanto dejó:

    Amigo de la radio y blanco pelo
    señor de la voz grave y portentosa
    escribo porque siento quejumbrosa,
    la pena que perdura por el duelo

    Dejando este dolor y desconsuelo,
    la muerte, ineludible y envidiosa
    te quiso a su costado, la celosa.
    Jamás te olvidaré, Adolfo Castelo.

    Con nada te quedaste en la bobina
    nos diste tu talento a borbotones,
    al punto que el mismísimo Sabina

    persigue a tu sicaria en los rincones,
    jurando con matarla si se obstina
    en darnos tan tremendas aflicciones.

    Un abrazo, querido Orlando y gracias por permitirme compartir este espacio.

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  2. En el comentario de ese pequeño libro sobre el grisáseo Castelo y que seguramente no voy a leer, se menciona, extrañamente, a Shakespeare y Julio César, dos portentos que destellan con luz propia en el oscuro derrotero de la humanidad.
    Hubo en efecto mucha ironía en el discurso de Marco Antonio frente al cadáver de César según la épica que imaginó el gran poeta de Stratford-upon-Avon:
    -"...He venido a hablar en el funeral de César, fue mi amigo fiel y justo conmigo... pero Bruto dice que fue ambicioso. Bruto es un hombre honorable, pero César trajo muchos prisioneros cuyo rescate llenaron de oro el tesoro público de los romanos ¿puede verse en esto la ambición de César? Cuando el pobre Bruto lloró César lo consoló. Pero Bruto dice que César era ambicioso y Bruto es un hombre de honor... Perdónenme, mi corazón esta ahí, con esos despojos fúnebres, con César y debo detenerme hasta que vuelva en mí...
    ...Ayer la palabra de César hubiera prevalecido contra el mundo. Ahora yace ahí y no hay humildad suficiente para reverenciarlo... Ah señores, si tuviera el propósito de excitar sus corazones y sus mentes al motín y a la cólera estaría siendo injusto con Bruto, con Casio... No quiero ser injusto con ellos aunque por eso deba serlo con el muerto...
    ...Tengo aquí un pergamino con el sello de César, lo encontré en su gabinete y es el testamento de César. Si se hiciera público este testamento, que perdónenme, no les voy a leer, vendrían ustedes a besar las heridas de César muerto y a empañar sus pañuelos en la sagrada sangre...
    ¡Si tienen lágrimas preparénse a derramarlas! Todos conocen este manto, recuerdo la primera vez que César se lo puso. Era una tarde de verano, en su tienda, el día que venció en Alesia frente al gran Vercingétorix.¡Miren, por aquí penetró el puñal de Casio.¡Vean la brecha que abrió el envidioso Casca!
    ¡Por esta otra lo apuñaló su muy amado Bruto! y al retirar su maldito acero observen como la sangre de César lo siguió como si se abriera de par en par para cerciorarse si Bruto, malignamente, la hubiera llamado. Cuando César vió quien lo apuñaleaba su poderoso corazón estalló y cubriéndose con su manto se derrumbó dejándose desangrar...
    ...Ahora lloran almas compasivas pero ¿pero porque lloran si sólo han visto la túnica desgarrada? Miren,aquí está el cadáver, desfigurado como ven por los traidores..."

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  3. Emotivo homenaje han hecho Orlando y Gustavo Pertierra!!!
    Tanto de la carta como de la poesía, brota una notable sensibilidad, un sentimiento profundo que me atravesó a mí al leerla y que no todos (queda claro) son capaces de sentir.

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  4. Sr. Orlando: me acuerdo cuando murió el blanco de las críticas, pero más me acuerdo el dolor que sentimos los miembros de mi familia, los cuales siempre fuimos fanas. Sobre el libro, que acabo de leer, no me gustó la forma de ser escrito. Lo que si observo es el gran amor por su padre.

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