Terminó el verano y no hubo colapso energético. Qué raro. Porque ni el aluvión de aparatos de aire acondicionado ni la sequía que iba a dejar sin agua a las plantas generadoras de energía, dejaron a la Argentina apagada. Tampoco hubo colapso de combustible: cada día hay más autos y más atolladeros de tránsito y nada parece agotar a los surtidores. Lo mismo durante el invierno: auguraban el fin del suministro de gas y la crisis final de las garrafas. Y predecían que los que compraron autos a gas iban a tener que regalarlos. Además infundieron terror en los conductores porque cada vez que se nubla un poquito alertan de que podría caer granizo de tamaño gigante. La industria del presagio es aquí fructífera. Ahí estaban el ex piloto aeronáutico profetizando ante cada micrófono inminentes desastres aéreos. Y manadas de periodistas llamándolo cada día a que nos metiera pánico aéreo y miráramos hacia el cielo para ver caerse aviones uno tras otro con nuestros parientes adentro, como si nos amenazara Bin Laden. Pero se batieron récords de vuelos y de pasajeros y todavía la gente sigue bajándose viva en Ezeiza y Aeroparque, y de los radares ya nadie habla. Cuánta ansiedad por transmitir y presagiar un colapso tras otro. Por no prohibir los piquetes se iba a terminar en un festival de muertos. Los asambleístas contra Botnia , sin control, iban a hacer peligrar la paz con Uruguay y hasta a declararle la guerra. La gorda valija del “gordo” venezolano iba a cortar nuestras relaciones con los Estados Unidos. Por no pagarle a los bonistas italianos nos iban a rematar transatlánticos y aviones en donde los capturaran. Otra profecía fue la hiperinflación galopante. Iba a causar más estragos que las de 1989 y 90.
Pero todavía falta mucho para llegar al 800%.
Desde los medios y las consultoras más patrióticas nos amenazaban con que por haber hecho el gran descuento de la deuda, el país iba a ser demandado en tribunales internacionales y a perder la confianza del mundo. Anunciaban que la carne iba a costar casi cien pesos el kilo. En Pascua daban a cada instante el aumento del precio de los huevos de chocolate. Despuès se la agarraron con la papa. ¡La papa! Gritaban y meta fogonear a los mayoristas paperos para que salieran por tevé a decir que nunca más iba a haber papa barata, y ni siquiera papa. Y que iba a costar más cara que los dátiles de Esmirna. Pero la papa los desdijo y siguió módica. Un día, después de la nevada donde la gente de Buenos Aires saltaba feliz como si estuviera en Cortina D`Ampezzo, nos aterraron con el anuncio del fin del tomate. Hubo restaurantes que lo suprimían de la carta. Verdulerías que los vendían de a uno o de a medio. Nos hacían creer que el tomate iba a costar más caro que el caviar rojo. Y que comer pastas con salsa al fileto iba a convertirse en un hecho exótico. No. Tenemos tomate o ex tomate, o simulacro de tomate, pero tenemos. Tenemos tomatito cherry colorado y también verde y amarillo; tomate de rama, tomate de pera, tomates chatos japoneses, tomates de Monserrat para ensalada, y maduros para salsa; tomates orgánicos y tomates regados con agua de zanja. Nos sobran tomates. Y profecías. La Argentina profética es mentirosa y chanta. Cuenta para eso con algunos augures intencionados y con un público cebado adicto, al que excita más el rumor negro que la noticia esperanzada. Van a ver que en las próximas elecciones las profecías dicen que si la oposición no gana es por culpa del fraude.
Carta abierta leída el 27 de Marzo en Radio del Plata
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Franck
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