jueves, 19 de marzo de 2009

Los “gurkas” del fútbol se arrugan


Por qué llamarles “Barras bravas” en lugar de llamarles barras cobardes o “cagonas”. Aquel es un honor que no les cabe. Porque “bravo” señala lo valiente. Debería llamárseles barras bravuconas, que es un rango inferior: una burda apariencia del coraje. O no llamárseles nada. Hay en ese bautismo pintoresco una secreta admiración y una inconsciente aspiración machista. El barra brava- sea enano o gnomo o invisible- convive en todo hincha de fútbol. Lo que al principio fue patología ahora está llegando a genético. Porque esa maravilla lúdica que sucede paradójicamente en los pies- las extremidades inferiores- produce sus miserias superiores. Que son muchas. El fútbol genera una pulsión siniestra disimulada tras la pulsión del entusiasmo. Y el “barra brava” en la tribuna es como el guerrero sanguinario que hace el trabajo sucio. Y como el gurka, que más que la guerra siente gusto por la sangre enemiga, el barra brava más que ver ganar a su equipo quiere destruir al adversario, y a la barra contraria, con lo que tenga a mano: piedra, palo o escopeta de caño recortado. No sé por qué, pero en el fondo, el contexto futbolero los tolera y a veces los festeja, porque el morbo barra brava tiene su atractivo. Sobre todo desde cierta distancia preventiva.
Estar viéndolos matarse entre ellos en la pantalla, y nosotros a salvo en el sillón del living, es un espectáculo a veces más entretenido que el partido.
Hay plateas y palcos vip colmados de hinchas finos, de investidura cultural y burguesa.

Son “barras bravas” latentes. Que no ejercen, no porque no quieran, sino porque se “auto” reprimen para no saltar las alambradas o las fronteras sociales. Y se alivian del peso con las puteadas, que son la catarsis civilizada y permitida. Pero que si dieran via libre al inconsciente, de buena gana serían capaces del extravío porque la puteada no les basta. Hay momentos en que esos plateístas buenos y blancos saltarían a la cancha aullando y con un cuchillo entre los dientes. Cuando se destinan mil policías para un partido donde a veces no van más de cinco mil personas , se siente que es un abuso de tolerancia de esta época bizarra. Porque algo que se tiene que vigilar con esa desmesura bélica, más que una cancha es una penintenciaría. Los barras bravas son tan “cagones” que amenazan e insultan a sus propios jugadores. Atacan en malón y huyen en manada. Ya no son un fenómeno excepcional sino que forman parte rentada de la obra. Tienen mecenas y auspiciantes. Lo cierto es que sin ellos el espectáculo se opaca y el público siente que se enfría. A lo mejor ya los hinchas de fútbol tienen tan estropeado el gusto que sin barras bravas no llegan a la cópula. Cada vez requieren de más estímulos. Son un reflejo de la vida. El orgasmo metafórico del gol, ya no alcanza.


Carta abierta leída el 17 de Marzo en Radio Del Plata

1 comentario: