lunes, 30 de marzo de 2009

La adicción a las falsas profecías

Terminó el verano y no hubo colapso energético. Qué raro. Porque ni el aluvión de aparatos de aire acondicionado ni la sequía que iba a dejar sin agua a las plantas generadoras de energía, dejaron a la Argentina apagada. Tampoco hubo colapso de combustible: cada día hay más autos y más atolladeros de tránsito y nada parece agotar a los surtidores. Lo mismo durante el invierno: auguraban el fin del suministro de gas y la crisis final de las garrafas. Y predecían que los que compraron autos a gas iban a tener que regalarlos. Además infundieron terror en los conductores porque cada vez que se nubla un poquito alertan de que podría caer granizo de tamaño gigante. La industria del presagio es aquí fructífera. Ahí estaban el ex piloto aeronáutico profetizando ante cada micrófono inminentes desastres aéreos. Y manadas de periodistas llamándolo cada día a que nos metiera pánico aéreo y miráramos hacia el cielo para ver caerse aviones uno tras otro con nuestros parientes adentro, como si nos amenazara Bin Laden. Pero se batieron récords de vuelos y de pasajeros y todavía la gente sigue bajándose viva en Ezeiza y Aeroparque, y de los radares ya nadie habla. Cuánta ansiedad por transmitir y presagiar un colapso tras otro. Por no prohibir los piquetes se iba a terminar en un festival de muertos. Los asambleístas contra Botnia , sin control, iban a hacer peligrar la paz con Uruguay y hasta a declararle la guerra. La gorda valija del “gordo” venezolano iba a cortar nuestras relaciones con los Estados Unidos. Por no pagarle a los bonistas italianos nos iban a rematar transatlánticos y aviones en donde los capturaran. Otra profecía fue la hiperinflación galopante. Iba a causar más estragos que las de 1989 y 90.
Pero todavía falta mucho para llegar al 800%.
Desde los medios y las consultoras más patrióticas nos amenazaban con que por haber hecho el gran descuento de la deuda, el país iba a ser demandado en tribunales internacionales y a perder la confianza del mundo. Anunciaban que la carne iba a costar casi cien pesos el kilo. En Pascua daban a cada instante el aumento del precio de los huevos de chocolate. Despuès se la agarraron con la papa. ¡La papa! Gritaban y meta fogonear a los mayoristas paperos para que salieran por tevé a decir que nunca más iba a haber papa barata, y ni siquiera papa. Y que iba a costar más cara que los dátiles de Esmirna. Pero la papa los desdijo y siguió módica. Un día, después de la nevada donde la gente de Buenos Aires saltaba feliz como si estuviera en Cortina D`Ampezzo, nos aterraron con el anuncio del fin del tomate. Hubo restaurantes que lo suprimían de la carta. Verdulerías que los vendían de a uno o de a medio. Nos hacían creer que el tomate iba a costar más caro que el caviar rojo. Y que comer pastas con salsa al fileto iba a convertirse en un hecho exótico. No. Tenemos tomate o ex tomate, o simulacro de tomate, pero tenemos. Tenemos tomatito cherry colorado y también verde y amarillo; tomate de rama, tomate de pera, tomates chatos japoneses, tomates de Monserrat para ensalada, y maduros para salsa; tomates orgánicos y tomates regados con agua de zanja. Nos sobran tomates. Y profecías. La Argentina profética es mentirosa y chanta. Cuenta para eso con algunos augures intencionados y con un público cebado adicto, al que excita más el rumor negro que la noticia esperanzada. Van a ver que en las próximas elecciones las profecías dicen que si la oposición no gana es por culpa del fraude.


Carta abierta leída el 27 de Marzo en Radio del Plata

jueves, 26 de marzo de 2009

La jueza Argibay ve demasiados noticieros

Carmen Argibay volvió a decir que los medios y el periodismo exageran los hechos delictivos. ¿Exageran? Los que exageran son los hechos delictivos. Si te afanan te afanan, si te matan te matan. Este debe ser el lugar del mundo donde hay más gente asaltada que no asaltada. Hasta hay gente a la que asaltan en sueños. Y si el sueño les falla, se lo inventan. Socialmente no ser asaltado es una desventaja. En una sobremesa no tener para contar aunque sea un “arrebatito” callejero, deja al comensal en desventaja ante los otros de la mesa. Doctora Argibay: la televisión y los noticieros no inflan nada. La gente tampoco. No exagere. Ahí están los crímenes. Miles, millones, no sé cuántos. Ni sé si los índices están dentro de los que se conciben estadísticamente, ni si por un asesinado hay decenas de miles que no son asesinados y que son los que llenan los recitales y los teatros y los cines, y salen vivos. Nunca antes los cadáveres y los deudos tuvieron tanta demanda mediática. Lo que no se entiende es por qué esta sociedad con tanto miedo como supuestamente tiene, no sale corriendo en masa a almacenar víveres y se encierra en sus casas hasta que pase esta pandemia. No, sale. Se divierte. Se reúne en asados. Alterna el llanto ante la pantalla con el jolgorio en Palermo Hollywood. Seremos una sociedad aterrada y a la vez temeraria, doctora Argibay. Pero las cámaras no inventan la sangre ni inventan las víctimas. Hay muertes y ahí están transmitiéndolas. El degollado es de verdad, no un muñeco.

Supóngase que ese degollamiento ocurre mientras hay cientos de miles de personas sin degollar, que se pavonean con sus cogotes más o menos intactos, entonces por más que el degüello sea uno solo si se lo pasa cien veces es un festín de degüellos. La doctora Argibay presume que una toma de cámara con salpicaduras de sangre, la repetición hasta el paroxismo del enfoque, la multiplicación de la escena día y noche, la reiteración de las lágrimas de los deudos( que ya a la décima lagrimeada nos parecen el desborde de una represa), y el cronista o movilero gesticulando y aclamando la tragedia como si se viniera el fin del mundo, son exageraciones. No, doctora Argibay: son realidades. Cincuenta puñaladas son cincuenta puñaladas. Y las violaciones son violaciones. Y si se dan los detalles porno, y se cuenta cómo la víctima fue obligada al sexo no una vez sino varias veces, porque al violador la chica le gustaba, no es por un regodeo sino por informar de un delito. Es cierto que somos cuarenta millones de habitantes y que por suerte no todos son asesinados ni asaltados, ( creo que quedamos vivos unos 38.998.000 sobrevivientes de crímenes por año), pero no le va a quitar usted el negocio a los medios. Está naciendo una nueva especialidad mediática: la del periodismo forense. Aunque todavía el diploma no lo otorgan en La Morgue, sino que lo reparten directamente en las redacciones. Siempre son más entretenidos los muertos que los que quedan sanos. ¿Cuál sería la gracia de emitir un noticiero con la gente mirando vidrieras y llevando a los niños al pelotero? Es tan soso como hacer notas con matrimonios tradicionales en lugar de swingers. O notas con adolescentes estudiando, en lugar de chupándose una jarra de vodka con anfetaminas. Si los medios inflan los delitos, doctora Argibay, es porque el público lo pide. Se asusta pero le gusta que lo asusten. Pero si usted tiene tanta seguridad de que exageran ¿Cómo lo sabe? ¿En la Corte hay televisores plasma? Doctora Argibay me parece que a usted le gustan mucho los noticieros.

lunes, 23 de marzo de 2009

El voto bala


Tuvimos el voto licuadora y el voto aburrido. Y vamos a tener el “voto bala”. Un aire de época discepoliana que nunca se acaba, nos condena a estos espasmos jurásicos. Susana Giménez tuvo razón cuando creía que los dinosaurios todavía estaban vivos. Sí, porque para ella y para muchos como ella, también están vivos los linchamientos, las razzias, los justicieros y los militares. Y si no están vivos, aspiran a resucitarlos. Darwin, que descubrió la evolución de las especies, cometió el error de no incluir el “involucionismo” político argentino. El “voto bala” va a ser la prueba. Aunque venga bendecido ecuménicamente: tiene un aire vip y opositor que huele a pólvora desde lejos. Merodea por ahí una nostalgia injurioso de aquel aluvión zoológico que aterró a los finos porteños hace más de medio siglo. Pero al menos el aluvión venía solo con sudor, no con “paco” y con fierros como ahora. Lo que hoy se usa son las ganas que se tiene de tener miedo. Unas ganas de miedo con venganza y sed de salir en la tele aunque sea muerto. Miedo de pertenencia y calificado. Deseado y excitado por especialistas de mercado, para así poder justificar la reacción letal colectiva. Las palabras no matan pero instigan. Se trate del miedo de las divas que cuando salen de sus cápsulas de siliconas se asustan solo de ver el mundo que olvidaron desde que usan limousine y vidrios polarizados.
Y que para poder darse el gusto de ver a un pobre de cerca, tienen que viajar a la India porque allá los pobres piden limosna con turbante y en posición de yoga, y les resultan exóticos. El “voto bala” como su nombre lo indica es duro. A su dureza no la amansan ni la Torá ni el catecismo ni el compromiso ético.
Viene cargado de pomposas ideas de republicanicismo; y de tradición, familia y propiedad; y de derechos humanos inhumanos porque no protegen a los humanos sino a los asesinos. El problema argentino no es la anticipación de la elección sino el padrón de votantes. Hay demasiados y la mayoría injustificados, por más DNI que tengan. El padrón es demasiado benévolo. Vota gente que no se corresponde con el perfil “va a estar bueno” porque son malos. No es justo que un vecino de La Horqueta valga igual que uno del basural a cielo abierto. Ni que un atorrante piquetero igual a un jugador de polo casado con una modelo casi nórdica. Ese es el absurdo democrático. El que inventó la democracia estaba loco. Se abusó de ella y permitió el voto indiscriminado. Einstein en la misma mesa que un burro. Pero por algo se empieza: el voto bala es solo el anticipo. Después –si Dios y el Mesías lo quieren- vendrá el escalafón por jerarquía como tienen las abejas. Están la reina, las obreras, el zángano. No va a ser ir para adelante sino todo para atrás, como nos gusta a los que somos de familia. Nada de ojo por ojo: el nuestro no. Únicamente los ojos de ellos; los ojos y los dientes, y el pene. Todo amputado.
Aunque hay que tener cuidado: el voto bala- Susanas y Susanos- tiene consecuencias. Porque la bala disparada ya no vuelve.



Carta abierta leída en Radio del Plata el 19 de Marzo.

jueves, 19 de marzo de 2009

Los “gurkas” del fútbol se arrugan


Por qué llamarles “Barras bravas” en lugar de llamarles barras cobardes o “cagonas”. Aquel es un honor que no les cabe. Porque “bravo” señala lo valiente. Debería llamárseles barras bravuconas, que es un rango inferior: una burda apariencia del coraje. O no llamárseles nada. Hay en ese bautismo pintoresco una secreta admiración y una inconsciente aspiración machista. El barra brava- sea enano o gnomo o invisible- convive en todo hincha de fútbol. Lo que al principio fue patología ahora está llegando a genético. Porque esa maravilla lúdica que sucede paradójicamente en los pies- las extremidades inferiores- produce sus miserias superiores. Que son muchas. El fútbol genera una pulsión siniestra disimulada tras la pulsión del entusiasmo. Y el “barra brava” en la tribuna es como el guerrero sanguinario que hace el trabajo sucio. Y como el gurka, que más que la guerra siente gusto por la sangre enemiga, el barra brava más que ver ganar a su equipo quiere destruir al adversario, y a la barra contraria, con lo que tenga a mano: piedra, palo o escopeta de caño recortado. No sé por qué, pero en el fondo, el contexto futbolero los tolera y a veces los festeja, porque el morbo barra brava tiene su atractivo. Sobre todo desde cierta distancia preventiva.
Estar viéndolos matarse entre ellos en la pantalla, y nosotros a salvo en el sillón del living, es un espectáculo a veces más entretenido que el partido.
Hay plateas y palcos vip colmados de hinchas finos, de investidura cultural y burguesa.

Son “barras bravas” latentes. Que no ejercen, no porque no quieran, sino porque se “auto” reprimen para no saltar las alambradas o las fronteras sociales. Y se alivian del peso con las puteadas, que son la catarsis civilizada y permitida. Pero que si dieran via libre al inconsciente, de buena gana serían capaces del extravío porque la puteada no les basta. Hay momentos en que esos plateístas buenos y blancos saltarían a la cancha aullando y con un cuchillo entre los dientes. Cuando se destinan mil policías para un partido donde a veces no van más de cinco mil personas , se siente que es un abuso de tolerancia de esta época bizarra. Porque algo que se tiene que vigilar con esa desmesura bélica, más que una cancha es una penintenciaría. Los barras bravas son tan “cagones” que amenazan e insultan a sus propios jugadores. Atacan en malón y huyen en manada. Ya no son un fenómeno excepcional sino que forman parte rentada de la obra. Tienen mecenas y auspiciantes. Lo cierto es que sin ellos el espectáculo se opaca y el público siente que se enfría. A lo mejor ya los hinchas de fútbol tienen tan estropeado el gusto que sin barras bravas no llegan a la cópula. Cada vez requieren de más estímulos. Son un reflejo de la vida. El orgasmo metafórico del gol, ya no alcanza.


Carta abierta leída el 17 de Marzo en Radio Del Plata

martes, 17 de marzo de 2009

El voto apurado viene con miedo


¿Por qué no esta tarde? Sí, elecciones esta misma tarde. Así se termina el perro y se termina la rabia. O no se termina y sigue. Lo fantástico de nosotros es que “se vayan todos” y resulta que acabamos teniendo el más prolífico reservorio político. Después de futbolistas y de botineras, y de pequeñísimos productores, lo que más producimos son candidatos. Se trate de plesiosaurios, de atemporales , de cumbios. o de políticos híbridos. Como esos pollos frizados que se venden antes de ser gallos o gallinas. Debería haber elecciones día por medio para así captar nuestro comportamiento volátil. Votemos rápido antes que se nos vaya este “antojo” y nos venga otro nuevo. El Oficialismo pide la hora. Si se espera hasta octubre, por ahí a la presidenta se le cae al suelo en setiembre la etiquetita con el precio de la cartera Vuitton y la etiquetita sale en los noticieros. Y entonces no la salva ninguna inauguración de hospital o de escuelita. Para la oposición anticipar el llamado a la urnas es flagrante. Lo raro es que se escandaliza mientras anuncia que ganará las elecciones. ¿De qué se queja? Tiene que estar contenta: si así va a festejar tres meses antes. A los de la “Mesa de Desenlace” ya se les hace agua el paladar negro. Sueñan que a partir del voto no van a pagar más nada. La pampa húmeda se encargará por su cuenta de la filantrópica distribución de la riqueza. Que el federalismo espere sentado el delivery. Pero gracias a este anticipo el oficialismo se ahorra tres meses de títulos de tapas de los grandes medios en contra. Se ahorra tres meses de policial negro y de marchas en contra. Y se salva de San Cayetano que este año va a venir con el combo de la desocupación planetaria. Al contrario, la oposición se pierde tres meses de hinchada mediática corporativa a favor. Y se pierde tres meses de campaña para robarle al oficialismo el mensaje de compasión por los pobres. La clave está en darse cuenta de quien de los dos miente. Adelantar la fecha de elecciones sorprende. Porque gran parte de la sociedad está ebria de fantasía justiciera. Y lo que quisiera votar no es un gobierno sino un intensivo plan de penas de muerte. Aquí los buenos aspiran a ser más malos que los malos, y quieren salir en televisión contando como cazaron al asaltante y lo apalearon en vivo ante los movileros. Evolucionamos darwinianamente. De la fraternidad de las ferias del trueque acabamos en la feria del cadalzo. Nuestros líderes más influyentes ya no surgen de la militancia sino de la farándula. Vale más Cacho Castaña que el juez Zaffaroni. Imagínense el riesgo de esperar hasta octubre. Tres meses más serían temibles: los votos podrían ser una descarga de deseos de balas y no de proyectos. Los medios recalientan el medio ambiente. La farándula descree de los derechos humanos. Los políticos siguen a la farándula. Y con todo eso votamos. Aunque no sé si humanamente.


Carta abierta leída en el programa de Radio del Plata el 16 de Marzo.

lunes, 16 de marzo de 2009

¿Un extraterrestre es habitual?

No me digan que no lo ven y oyen a diario. Los periodistas de avanzada en los lugares donde hay algún tipo de drama o de acción hacen siempre la siguiente pregunta: ¿Es habitual?
Y la vecina, preguntada en vivo y en directo y sintiéndose también protagonista- y como intuye que el otro le quiere hacer decir que ese hecho es habitual- dice que sí. Enseguida sigue el cuestionario: ¿ Hay muchos no? Muchos
podrían ser robos, asaltos, accidentes de tránsito, tomas de rehenes o enterramientos del muerto en el patio del asesino, etc. Imaginen un asesino que acaba de descuartizar en porciones a su víctima y el cronista preguntándole al vecindario: ¿Es habitual, no? ¿Descuartizamientos dice usted? Ya ni siquiera se usan : en el supermercado la carne viene toda en bolsitas. Los carniceros ya no quieren cortar las milanesas a cuchillo: usan la cortadora de fiambre.
Un día de estos va a aparecer un marciano de verdad en la vereda de un chalecito y los cronistas ante la dueña de casa con los ojos desorbitados, le van a preguntar: ¿Es habitual? Y ella mirando al marcianito atado a un poste con alambre le va a decir que sí, ya han venido unos cuantos. Es que no hay vigilancia. Los extarrestres van y vienen por el barrio como por Marte. Y la policía nada: para mi que los marcianos también tienen eso de los Derechos Humanos.
Ayer una vecina fue rehén de un delincuente. Ya está a salvo. Los periodistas se abalanzaron sobre el barrio e insistían con creatividad mediática en preguntar: ¿ Es habitual esto, no? El “no” es un agregado afirmativo para evitar que el interrogado vacile.
Pero esta vez una señora madura del barrio dijo que no, que ella vive allí desde hace mucho y no recuerda ninguna toma de rehenes. Tal vez el periodista sepa de barrios donde hay toma de rehenes mayorista, por docena o por gruesa. El otro día cuando presuntamente le robaron el bolso a la hija de Bush, los reporteros se fueron a San Telmo a sembrar el pánico. A espantar de puro inteligentes a los turistas que vienen a estas tierras a gastar y divertirse. A cada turista distraída que estaba sentada a una mesa en la plaza Dorrego pasándola bomba con el dólar a precio de oferta, le preguntaban: ¿ Ustedes saben lo que le pasó a Bárbara Bush , saben que esta zona es peligrosa, no? ¿ No tienen miedo? Y la simpática noruega que solo sabía acerca de ella y de su amiga de viaje, y que tenía los ojos entangados porque se acuesta todos los días al alba y duerme en un hotel cinco estrellas después de bañarse en el yacuzzi, tiene que responder como si supiera sobre los fantasiosos montones de robos que les suceden a los miles de turistas que ella no conoce. Y que no son noruegos y que vienen de Japón, de Rusia, de Portugal, de Turquía, de Islandia o de Magoya.
Les voy a confesar algo personal. Pero si a mi me robaran el portafolio- toco madera- que dejé en la silla del bar, y viniera un movilero a preguntarme: ¿Es habitual no? Yo le diría ¿Sabés lo que es habitual? Que siempre hacés la misma pregunta. Es que el reservorio de inteligencia es finito.

El tomate -el personaje del año- no tiene quien le cante





El personaje del año no fue ningún político, ni ídolo ni modelo ni equipo de fútbol ni protagonista de Gran hermano ni de “Bailando por un sueño”, ni de ningún escándalo sindical ni económico. El personaje del año fue el tomate. Sería injusto negarle ese mérito. Hoy, que cuesta un peso cincuenta el kilo, que se redujo diez y hasta quince veces su precio, ya no tiene el encanto que tenía cuando costaba un ojo de la cara. Cuando ante las góndolas apenas cargadas con tres o cuatro tomates casi nonatos la gente se arrodillaba a rezarles. Ya no.

Si un tomate rueda del canasto nadie se agacha a recogerlo. Se lo deja rodar y si se pone delante del pie se lo patea para que ruede más lejos para no tener que levantarlo. Es nuestra naturaleza injustificable. En vez de salsa de tomate ahora que hay lío con la leche queremos salsa blanca o de crema de leche. Nada de tuco ni estofado: queremos salsas hechas con mucha leche. Entonces los verduleros se resignan a ver cómo los tomates se les ablandan y supuran y se llenan de moscas; y cómo se echan a perder en las góndolas. Pensar que hace unos meses eran alimentos exóticos más deseables que una pechuga o que un ojo de bife.

Que pedir ensalada de tomate lucía cool, hacía presumir de rico al que en un restaurante la pedía con mucho tomate, en voz alta.

Las mismas consumidoras tensas, desesperadas, que se ponían coloradas de furia cuando el kilo de tomate costaba veinte pesos, ahora pasan de largo desganadas porque barato y en oferta ya no les entusiasma.

Pero hace unos meses era otra historia.

El tomate sirvió para convertirse en el mayor opositor del Gobierno; en el más escandaloso argumento intelectual e ideológico en la etapa previa a las elecciones.

Cómo habrá avanzado nuestra cosmovisión política que el tomate pasó a ser como un manifiesto. Rojo de ira y arrebatado de rabia mediática, el tomate adquirió en la Argentina una increíble y fantástica fama de alimento sustancial, de nutriente básico sin el cual los argentinos sucumbirían a la desnutrición y al desconsuelo gastronómico. Lo que es la vida: hoy ya nadie habla de él. Lo ignoran. Ni la oposición ha vuelto a nombrarlo aunque sea por gratitud por los servicios prestados, aunque no surtió efecto. Tampoco los medios ya lo usan como despertador para convulsionar desde temprano a las amas de casa alertándolas de la pandemia del tomate y sembrando la aterradora idea de que no se iba a poder comer más tuco, ni colchón de tomate, ni tomate relleno, ni ensalada de tomate ni tomarse un bloody Mary.

Por eso lo declaro el personaje del año. Porque sin ser persona adquirió más rango humano que cualquiera. Porque siendo el entrañable hermano de la mesa argentina fue incitado con fines políticos a deshermanarse.

Porque fue noticia cuando convenía y ya no se acuerdan de él ni los activistas del boicot ni los desvergonzados dueños de restaurantes que lo tacharon de la carta. Ni quienes odian al comunismo y las camisas coloradas de Chávez, pero no dudaron en usar el rojo del tomate como estandarte pueril de militancia del rezongo.

Si. Los argentinos deberían ponerse colorados: el personaje del año es el tomate.



Año 2007.