miércoles, 20 de julio de 2011

La esfinge


¿Por qué Ernestina Herrera viuda de Noble no salió nunca a pronunciarse dolida si sentía que sus hijos adoptados eran sospechados, perseguidos o atacados injustamente? Salvo en alguna carta escrita por amanuenses expertos en estrategias jurídicas, y publicada con todos los resguardos, ella se mantuvo escondida y sin exponerse.Le escamoteó el cuerpo al largo litigio que la involucra junto a los dos hijos adoptados. Se limitó a parapetarse tras sus abogados y su asociado Héctor Magnetto.
No es lo que se espera de una madre. Lo natural hubiera sido que sintiéndose afligida y desesperada por la situación, un día cualquiera hiciera a un lado los formalismos y espontánea y desgarradoramente se plantara ante las acusaciones con el grito de su verdad. No hay abogado que pueda detener el impulso de una madre conmovida por el riesgo de perder lo que más quiere. No tuvo ese impulso.
Eligió el mutismo. Y no es lo mismo que el silencio. Lo dicen la teología y la filosofía. “En tanto el silencio es un preludio de apertura a la revelación, el mutismo es el cierre de esa revelación, sea por rechazo a recibirla o a trasmitirla, o sea por castigo por haberla enredado con alborotos y pasiones” (Chevalier y Gheerbrant en el Diccionario de los símbolos). Como se ve el silencio tiene nobles y sabias significancias, incluso sagradas. El mutismo no. Si es una enfermedad exige diagnóstico y tratamiento; pero si, como en este caso, es voluntario o impuesto justifica la desconfianza. ¿Qué secreto culposo le impone a una persona pública ese largo y extraordinario mutismo? ¿Y qué recato, qué desinterés, qué complicidad, qué cobardía impidió al periodismo durante años no buscar a la protagonista a sol y a sombra como hacen con otras protagonistas a quienes acosan hasta en el closet o la tumba? Doña Ernestina es como si no existiera. No habla, no aparece, no lucha como una madre sino como una empresa que delega en expertos su defensa. Ningún dato sentimental se escurrió ni se escurre por ningún resquicio de su fortaleza jurídica. No hay lágrimas para mostrar, de tantas que les fluyen a las madres cuando sus hijos sufren o son víctimas. Tampoco palabras de indignación, de reclamo, de socorro por esos dos jóvenes que debieron enfrentar, y sin esperanza de que cese de por vida, una duda de identidad de tortuosa significación psíquica.
Nada: muda como una esfinge. Como aquellas del Antiguo Egipto construidas en piedra con forma de león y cabeza humana. Son el enigma. La esfinge de Edipo viene cargada de coerciones. La esfinge de Ernestina Herrera viene cargada de mutismo.


Por Orlando Barone. Publicado en Agencia de Noticias Télam el día 19 de Julio de 2011.

viernes, 15 de julio de 2011

Los indignados contra el digno


No están “indignados” con Fito Páez: están indignados con el voto que a él no le da asco. Con el voto que no votó a Mauricio Macri. El de los votantes en minoría, con los que se reconoce Fito Páez, y que no votaron lo mismo que votó la mayoría.
Hacen transferencia en patota contra un indignado solitario; y en patota le atribuyen resumir el estado de ánimo del Frente para la Victoria. Igual que ayer, cuando crispados por el modelo que los desmodelaba, le transferían al modelador satisfecho del modelo, la crispación que sentían. Y no hay caso: se crispan y se indignan; y vaya a saberse mañana si se enfurecerán, encolerizarán, hidrofobizarán. O ultra crisparán. Sobran, entre ellos, virtuosos del lenguaje mediático capaces de instalar otros términos. Y por más que en sus vaivenes se entrenen en mensajes compasivos y de autoayuda para transferir la indignación a los otros, la indignación los desnuda porque no se la aguantan. Los desborda y atosiga.
Están indignados por transferencia. Indignados con todo lo que ellos intuyen amplía y abarca esa sublevación anímica de Fito Páez publicada en el diario Página 12. Sublevación de artista, tan breve que se lee en dos minutos. Y que es liliputense, comparada a tantos frondosos editoriales cargados sombríamente; como sombríamente se propagan las inmensas y diarias indignaciones de los grandes medios, de los periodistas de esos medios, de los políticos auspiciados o considerados por esos medios y de los socios de los negocios de esos medios. Y de los que simulan creer que sin esos medios se termina la democracia en lugar de reconocer que, contrariamente, la democracia se democratizaría. Y también de receptores que al votar, no saben si votan a favor de si mismos o a favor de los medios.
Y no se trata solamente de esa “mitad” de porteños indignados; o del 60 %, o de la ciudad entera, incluyendo las ratas subterráneas. Se trata de la indignación de quienes aún sostenidos por los resultados de la primera vuelta en vez de gozar del momento de triunfo sienten la insatisfacción de saber que nada más se les ha dado una porción del todo. Sólo un mordisco. Y que el todo les sigue siendo todavía inalcanzable. Que la patria es más extensa y más poblada, y que el color amarillo en la extensión se esfuma y descolora. Y que los globos llenos de aire no resisten traslaciones geográficas ni atmosféricas sin que se vayan desinflando o reventando. Así que estos son los días de esos porteños y no porteños indignados con el Fito indignado. Pero más los indigna que el Gobierno no se indigne: que gobierne. Que inaugure Tecnópolis, una ciudad científica. Y que haya logrado que miremos hacia Europa como ex náufragos ahora en tierra firme, mirando protegidos y con piedad a tantos inesperados náufragos de Europa.
El psicoanálisis sabe de transferencias entre el terapeuta y el paciente. Cuando el paciente de pronto sacudido por una sesión honda le transfiere su amor o su odio.
Los grandes medios y sus grandes periodistas, tan transferidos por culpa de Fito Páez, en lugar de atragantarse de indignación podrían, una vez, no ya sentir amor sino dignificarse.


Orlando Barone para Télam, Viernes 15 de Julio de 2011.

lunes, 11 de julio de 2011

El “cuco” porteño no es un chiste

¿Un boxeador molido a golpes y ya al borde del nocaut en la mitad de la pelea, puede a partir de ahí recuperarse y terminar ganándola? Sí, solo en casos excepcionales. ¿Podría el Frente para la Victoria de la Ciudad de Buenos Aires, recobrarse de una demoledora primera vuelta y alcanzar, no ya un triunfo, sino un resultado menos decepcionante?Esta es la incógnita que alienta la forzada esperanza de sus votantes. Incógnita más cerca de la certeza de que en el actual escenario y con los mismos actores sociales es más imposible que posible; porque la diferencia no parece matemáticamente descontable. Para el PRO, en cambio, la única incógnita es qué cantidad de votos seguirá sumando en la segunda vuelta, y aumentar todavía más la amplia ventaja de la primera.
Y no vale a los hinchas de los candidatos desfavorecidos en las urnas y ubicados en segundo lugar, ponerse a especular justificaciones tardías: que fue Durán Barba y no Macri; que los porteños fueron y son naturalmente antiperonistas; que la fórmula Filmus-Tomada adoleció de una sabia campaña, que nadie sabe cómo de sabia debería haber sido; que la Presidenta no puso énfasis; que Boudou hubiera tenido más chances; que el escándalo Schoklender fue un obstáculo mediático; que se perdió demasiado tiempo en discutir el “debate” que no rindió nada; y que es inexplicable que barrios excluidos, del sur, voten igual que Barrio Norte. Pero si esto sucede siempre. Tampoco sirven las justificaciones de las encuestas de opinión que en su mayoría consideraba que la diferencia a favor del PRO contra el Frente para la Victoria sería de entre unos 8 y 11 puntos. Hubo quienes la reducían a seis y cinco. Pero este casi 20 por ciento no flotaba en el rumoreo político, y sólo a Poliarquía y al diario la Nación se les dio el pálpito. Acertaron deseo con sociología.
¿Qué pasó? Tantas burlas y suficiencias de clase “progre” destinadas a Mauricio, tantas jodas acerca de su pobre lenguaje, de su banal presunta “desideología” y tantas diatribas contra sus fracasos, no consiguieron torcer el voto de los no “progres” que a todos esos defectos políticos los consideran virtudes. De a ratos cuando veía a tantos periodistas jóvenes- que iban a votar como yo- referirse con sorna y suficiencia al comportamiento de “Mauricio, el hijo del dueño” y a los “globitos” y al bigote de Freddy Mercury y a sus “pucheros” de falseada víctima, me acordaba que en la escuela o el colegio los “piolas” nos reíamos del chico que no jugaba como nosotros y al que le mojábamos la oreja, pero que al terminar las clases era el mejor alumno. Y hasta llevaba la bandera.
Y así como desde las derechas (la de derecha y la de izquierda) cometen la injuria de descalificar a los votantes populares por clientelismo o falta de cultura, hay en cierta progresía la misma idea del voto calificado, pero al revés. Y entonces arguyen que lo que inspira que voten a un “empresario” al que prejuzgan sólo como un vivillo saqueador de pobres, es la falta de conciencia política; la anorexia de pasiones y de ideas. Y el egoísmo de ser ricos, sentirse ricos o de querer ser como los ricos. De ser así: son muchos cientos de miles, casi la mitad del electorado. Y una buena porción vive en villas de emergencia o en barrios modestísimos. Otros en torres o palacios. Y otros en PH o casas de barrios de habitantes eclécticos.
Previo al domingo- hablo por mi - no tenía más expectativas que las que tiene, hasta hoy, un hincha de la selección argentina de fútbol. Se entiende, ¿no? Pero en todo este tiempo resistí a la tentación de sobrar al rival; porque no es un desmedro ser votante del PRO y apoyar sus criterios.
Ser porteño, como ser de cualquier otra ciudad o pueblo, no es una condición que se revela en el voto; tampoco es una condición que nos describe iguales o parecidos entre sí a los tres millones de residentes. Para mí la sorpresa no es la insignificancia de porcentajes de tantos concursantes. No puede sorprender que entre los últimos haya salido Todesca- si es que lo conocen- el que compitió por el Duhaldismo que ya no compite, conspira. Ni siquiera me sorprendió que Pino Solanas haya sacado más votos que los que se le suponían. Pero también muchos menos que los que requería su megalomanía.
Yo voté al Frente para la Victoria. Y volvería a hacerlo. Creo en sus candidatos. Y estoy caliente y dispuesto a no enfriarme hasta el 31 de julio. Sé, que el coro mediático dominante va a batir el parche y a querer ampliar el resultado de la primera vuelta a todo el territorio. Van a “Mauriciopsicopatearnos” y a refregarnos la diferencia conseguida, como presagio. Como al “cuco” porteño con aspiraciones argentinas. No quisiera adelantarme a las consecuencias. Pero el Frente para la Victoria se agranda cuando va perdiendo la pelea. Y aún si la perdiera en la Ciudad aprovecharía esa contra para tener un oponente referencial que lo mantenga hasta octubre en permanente trance de pelea. La mejor conciliación en política es la confrontación. Ganando. O perdiendo.


Orlando Barone, 11 de Julio de 2011.

viernes, 8 de julio de 2011

Sólo entre nosotros, botineras y botineros

No crean que no los leo. Aunque estoy escribiendo mucho fuera del Blog no lo abandono. Mi último texto es realmente un fracaso: lo entendía yo solo. Y las botineras, que saben bien cuánto influyen en el ecosistema humano del planeta. Porque la mayoría de tanta gente inteligente y captadora de la ironía que lo leyó o lo lee, se brota con furia de género o de fútbol. Y no entiende y tiene razón. Una sola respuesta obtuve en otro portal, y tan inteligente que a pesar del seudónimo de la web, no dudo es de un hombre. Porque ninguna mujer podría ser capaz de esa agudeza. La respuesta es ésta: “el problema no son las botineras-Barone- es la madre de Batista”.
Así que el fracaso de ese texto es culpa de mi errado criterio acerca de que el cerebro de las mujeres es más chico que el del hombre. Y no solamente más chico, sino menos lleno. Por no decir menos vacío o vacío. Y a lo mejor no es cierto: y el cerebro es igual para mujeres y hombres, salvo que lo desarrollan más los hombres. Pero tengo una contradicción flagrante: admiro a la presidenta, a mi mujer, a mi hija y soy capaz de admirar a tantas discípulas que tuve o tengo; y entre mis libros elegidos sobran las autoras mujeres. Apruebo que se hayan prohibido la publicidad de oferta sexual. Si y si me dan a elegir para comandar la policía a Fino Palacio o a Nilda Garré, lo tendría que pensar mucho. Ah, y cultivo la amistad de varias mujeres de edad diversa y hasta de una descendiente de pueblos originarios, que al parecer no se dan cuenta de mi teoría acerca del cerebro. Ahora dudo si todo eso no se trata de un malentendido mío. Y por eso les atribuí a las bellas botineras haber dejado inermes a los jugadores del seleccionado siendo que las culpables son las otras: las mujeres que los esperan en la casa en chancletas. Y que se comportan como madres y los cuidan cuando llegan del partido, no extenuados y fundidos del juego sino de haber pasado por las camas de las botineras.
Como ven tenían razón quienes no entendieron “El problema es de la botineras”. El problema es de los maricones jugadores que no ponen en la cancha eso que tienen los hombres. Ahora me hice entender, no es cierto?

Orlando

jueves, 7 de julio de 2011

El problema son las botineras


El Apache anda todo el día con el Ipad; otros todo el día con el Mp3, Agüero debe estar todo el día en el coiffeur, Messi todo el día con el BlackBerry conectado a Barcelona y al número de Guardiola. Pero no es ese el problema por el cual entran y se van de la cancha desvaídos. El problema son las botineras. Sean estas cama adentro o cama afuera.
Los jugadores de fútbol ya no tienen nada que ver con aquellas buenas chicas que paseaban por el pueblo a la tarde ni con las que conocían en el baile de carnaval o en la fiesta del colegio. Ahora cazan culos en la televisión, en las playas vip, en los grandes cócteles. Se tientan. Y se enredan en una peripecia sentimental que contamina sus extremidades inferiores que son las que los sostienen en la cima o los devuelven a la base; y para no decir a la Primera B, para no despertar suspicacias recientes. Por eso los escándalos, adulterios y desconcentraciones. Los futbolistas deberían ser tan hábiles como lo son con la pelota y elegir una de esas novias sencillas y románticas, a salvo de los chismes y de andar derrochando euros y dólares con la extensión de la tarjeta del marido millonario. No quisiera meterme en las alcobas pero la selección nos involucra a todos y no solo a los futbolistas.
¿Ustedes creen que un Beckham con una Victoria, un Piqué con una Shakira o un Forlán con Zaira Nara pueden estar relajados? ¿O acaso alguien vió salir en las revistas o en la tele a la mujer de Labruna, o a la del Tanque Rojas, o a la del Lobo Fisher? No digo a la de Bochini porque creo que es soltero. Acuérdense cuando Palermo jugaba mal, por qué era. Piensen en el Ogro Fabbiani. Con chicas de barrio no les pasaba. Pero se engrampan con “esas diablas” y se arriesgan al alboroto. Cómo van a estar tranquillos en las concentraciones: se desconcentran. Intranquiliza dejar una botinera aburrida en la casa. Surge la sospecha de que cuando están aburridas les tocan el timbre el personal trainer, el decorador o el paisajista. O el muchacho que limpia la piscina.
Las botineras hoy ocupan un espacio crucial en la vida de un futbolista. Sea famosa o de cabotaje. Porque últimamente todas quieren ser botineras. Tengan o no culos apropiados. Si no los tienen se los hacen: se matan para tenerlo. Porque saben que una botinera caza botines y estos vienen con los pies, la fama y la cuenta bancaria adentro.
Muchachos coman bombones pero no se queden con la caja para toda la vida. Acuérdense que una cosa es el amor conyugal y otro el amor fashion. Cuando se llega a casa después de jugar, de que te pegaron fuerte en los tobillos, que el director técnico te sacó de la cancha para poner a otro y que la jauría te empezó a silbar antes de meterte en el túnel, qué mejor que ver esperarte en el umbral a la chica del barrio con el delantal de estar haciendo la comida, y no con Mata Hari pintándose las uñas o diciéndote que la cocinera hoy tenía franco y que pidió un delivery de sushi.
No cualquiera sabe de qué se trata una diabla que vive, siente y piensa para su cuerpo. Y entonces sumado al del jugador ya son dos cuerpoadictos. La combinación es tal letal como combinar dos fósforos en un chispero y tener la esperanza de que no se enciendan y consuman enseguida delante del espejo. Con la chica sencilla no. Con ella puede esperarse que te espere admirada –y no para que la admires-cuando llegás mutilado y exhausto de la final, del vestuario y del avión, y solo querés que te haga mimos de hijo y no de incesto. Sé que esto es tan machista que no resistiría un debate con las chicas de 6,7,8 ni menos con Carmen Argibay. Pero hay que salvar al seleccionado.
Las botineras son para el fútbol un toque de chili y de wasabi que antes no había; en la tele lucen mejor y a su lado el jugador se siente Casanova. Pero en la cancha juegan para el contrario.

Por Orlando Barone, 7 de Julio de 2011.

viernes, 1 de julio de 2011

Ajuste de la mala nostalgia

Los argentinos estamos siendo ingratos con los recuerdos. Los olvidamos. Como si una década nos pesara como un siglo y ya fueran humo y leyenda los patacones, el corralito, las ferias del trueque y los salarios impagos, y el desempleo y el hambre. Lo que hoy les está pasando a Grecia, y casi a España -y ahí anda Berlusconi exprimiendo hasta el último moho del Renacimiento- es como una copia que leemos con una mirada evasiva. La del que ha vuelto a salvo de un naufragio y pisa tierra firme y está feliz poder hincar sus dientes en la pulpa de un coco o de un plátano.
Hay ingratitud hacia aquel pasado que aún no llega a pretérito y que sin embargo ha envejecido precozmente. No nos inspira nostalgia. Aunque una resaca de lobistas ortodoxos con un garfio, una pata de palo y una cimitarra, todavía merodean por la memoria del “ajuste” y miden de reojo el grosor de nuestros cogotes. Se van extinguiendo pero los que sobreviven acechan. Y se cuelan como candidatos a presidentes o a lo que sea y siguen con sus recetas retrógradas. Pero ya se ha renacido una sociedad con anticuerpos; una sociedad satisfecha de no ser insatisfecha ya más injustamente.
Una nueva generación argentina ignora que fue aquello de la crisis y el ajuste. Les cuesta imaginar a la gente en el mercadito buscando terceras marcas, o cuartas; los fideos sueltos y rotos en pedacitos; y pedir el aceite por taza. Y además tener que caminar treinta cuadras para no pagar el colectivo. Si es que al menos uno de la familia tenía que viajar porque aún conservaba el trabajo.
La gente abandonaba a los perros. Y los movileros truculentos decían que algunos se los comían a lo spiedo. Más tiernos eran los gatos.
Es probable que para esos tan jóvenes y para otros menos jóvenes haya pozos desmemoriados. ¿Quién fue Norma Plá?, por ejemplo. No bastará con contarles que fue una jubilada que hizo hacer pucheros al verdugo vocacional que iba a desahuciarla. Sus cenizas se esparcieron en la Plaza Lavalle. Una canción de La Bersuit quiere evocarla. Millones de nuevos jubilados no podrían concebir aquella escena; tampoco millones de chicos protegidos podrían concebir que hace diez años había cientos y miles de chicos desnutridos que sirvieron para que muchos teóricos posaran de filántropos. Y otros aprovechadores los usaran como actores para filmar películas de lágrimas. Y de éxito. Hoy no serviría contarles a los más chicos acerca de las colas en los cajeros automáticos vacíos o en los comedores públicos, o en los portales de las iglesias y los templos para tomar un caldo piadoso. Las largas esperas a la madrugada para recibir en la puerta de un diario el pliego de avisos clasificados para ir a competir por un puesto tan flexibilizado que solo faltaba que el trabajador le pagara al patrón por dejarlo sentirse empleado.
Para qué acordarse de haber ido al banco de empeños y volver con la desilusión de que la joya, que sería nuestro socorro, era chafalonía; o de haber ido por primera vez a un hospital porque antes nos protegía la prepaga. Muchos, también por primera vez, conocieron y tocaron a los pobres. Los vieron corporizados y más cerca de ellos, porque ya ellos estaban siendo pobres.
A este paso la desmemoria nos hará creer que aquello no es más que una mitología de los viejos. O una exageración anacrónica para justificar por comparación el disfrute actual del consumo y del ingreso. De las ferias del trueque no queda ni el olor de una torta hecha por una señora fina con harina de descarte. Ni los grumos de una prepizza amasada por una cocinera con hambre.
Esta ingratitud con el pasado es lo más saludable que nos pasa. No necesitamos recordarlo: lo llevamos en la sangre como esos anticuerpos que nos defienden de las pestes. La política recobró su lugar. El pueblo recuperó la política. Hoy, al antiguo “ajuste” y a la resignación, ni siquiera los recuerda la mala nostalgia.


Por Orlando Barone (Publicado por Télam el 30 de Junio de 2011)