jueves, 29 de abril de 2010

Y al final no se mordieron


Si, se reunieron y ni siquiera produjeron una chispa. Cristina y Mujica acordaron reconocer el fallo de La Haya. Nada escandaloso. Ni el presidente uruguayo ni la presidenta argentina trabajaron para la novelesca periodística que los quería distantes y con dientes apretados. Y si fuera por algunos lo mejor hubiera sido que el encuentro fracasara. Y si no fracasó no vendría mal empezar a inventar cotorreos de pasillo. La especialidad de la casa. La fábula intencionada de esperar que los uruguayos pidieran disculpas fue uno de esos chismes sin origen establecido, para permitir decir después que “¿Vieron? No pidieron disculpas. Desairaron al gobierno argentino”. Todo periodista profesional o amateur la repitió en los días previos aunque nunca supo decir de dónde la había sacado. La fábula siempre es más interesante que un relato real, estándar, sin sensacionalismo. Solo importa transmitir la versión infundada como algo verosímil. Cualquier colega sabe que una noticia provocadora, aunque nunca haya ocurrido, forma parte del sospechoso código deontológico del periodismo. Pero en esta cuestión del río Uruguay, abundó el mal deseo solapado en roer el vínculo hermano con tal de descolocar a la presidenta y tensar más la desilusión en los asambleístas damnificados. Ahí en la protesta sobre el puente radica aún el dilema. Uruguay sabe que Argentina sabe que no es la represión la forma de resolver la encrucijada. Hay interesados que la alientan y que darían parte de sus malas almas para que se deslice algún toquecito de violencia. Pero único válido ahora es lo que dicen ambos gobiernos en conjunto, o por separado. Aunque lo válido es aburrido, entonces es mejor la mentira emocionante. O esa clase de especulación intrigante que sugiera que la Argentina quedó mal parada. O que Cristina cedió para que el uruguayo no se arrepintiera de votar a Néstor Kirchner al frente del Unasur. Ahí está la clave: en que Mujica, por conveniencia, vote a favor de Kirchner cuando en verdad tendría ganas de vetarlo. Son insidias que se escurren por ahí sin sostén ni prueba, pero a las que la oposición mediática realimenta y legitima. Es que no puede con su naturaleza y conjetura y conspira para soplar alguna sospecha más de discordia. Para hacer creer que aquí se manejan mal las relaciones internacionales. Para que los asambleístas- si es posible incitados- junten rabia. Pero Cristina y Mujica fueron elegidos por sus pueblos y confían en que ellos no están a merced del charlatanismo mediático ni hacen caso a la necesidad de beligerancia de los grandes medios. Ni de los charlatanes mediocres. En fin se reunieron y hablaron y acordaron no clausurar futuras conclusiones. Gualeguaychú sigue latente. Se anida ahí uno de esos temas de la globalidad que enfrenta a la naturaleza con el inversionismo; a la angurria del presente con el riesgo del mañana. Al localismo con el contexto. Eso es lo cierto. Todo lo demás cunde en los medios. Y es mala onda gratuita o rentada, o literatura barata.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 29 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

miércoles, 28 de abril de 2010

Los palos en la rueda y los “paloteros”

La presidenta dijo que hay que pasar por encima de los palos que se le ponen a la rueda del Gobierno. Que hay que tener la habilidad de sortearlos. De eso se trata la política cuando no politiquea. Ya que los palos en la rueda de un vehículo se ponen atravesados en el rodado o en el camino para que no rueden. Así que el conductor se resigna a detenerse o los sortea hábilmente o los echa a un lado del camino. Y a lo mejor no basta eso: porque más adelante vuelven a poner palos para obstruirlo y para que la rueda no ruede. La terquedad de los “paloteadores” no tiene límites. En sus caras se nota el esfuerzo de andar siempre hincados a ras del piso buscando cómo parar la rueda.
La duda es si los que ponen palos son tontos o idiotas ya que también viajan en el mismo vehículo que detienen, pero que como no lo conducen prefieren que no siga. Y dejarlo encajado en el camino. Se afanan porque no avance por el rumbo que ellos rechazan, porque el rumbo que les sienta es otro: va derecho a la derecha o hacia el utopismo que no es la utopía-que es algo grande- sino su patología disfuncional de satisfacción jamás satisfecha. Los paloteros, o palomaníacos, o paloteadores son los que siempre escupen el asado, o los que si te ven tomar sol desean que llueva.
Rumian su envidia y su rencor como la zorra con las uvas, como la madrastra frente al espejo, como el envidioso: que como nunca alcanza el amor solo le está dado la miseria de amar la envidia. El gobierno ya está entrenado en sufrir palos en la rueda. Y no reacciona a palos: al contrario, los pasa por encima, o los destraba de la rueda y sigue andando. Mientras tanto, los paloteros y paloteadores agachados y furtivos siguen con sus palos corriendo tras la rueda. No hay nada más frustrante que querer parar algo que avanza y sentir que eso que avanza no retrocede. Y que cuanto más quieren retrocederlo, más atrás quedan los retrazadores. Los paloteros son un equipo presuntuoso que aún empatando siente que pierde.
Si insiste en seguir poniendo palos en la rueda se le va a empalar el pensamiento. Los imagino al irse a dormir planeando que ya, al despertarse, tienen que poner palos. Imaginan palos cada vez más gruesos y más pesados. Entre tantos palos permanecen insomnes. Y acaban “empalando” a su sueño.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 28 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

martes, 27 de abril de 2010

El “escrache” es un búmerang

La “escrachería” pasa por ser hoy una tendencia de moda. Hay escraches de tipo cultural en la Feria del Libro y escraches a periodistas con un afiche. Son anónimos, aunque la sospecha de los destinatarios se orientan hacia algún sector vinculado o asociado al Gobierno en el caso del afiche, y al castrismo en el caso de la feria del Libro. Las voces oficiales que respondieron expresaron su rechazo o repudio. Y es obvio. Ya que es políticamente incorrecto alentarlo o bendecirlo. Uno de los más legendarios escraches fue aquel de Judas escrachándolo a Cristo. El escrache es en el fondo una alcahuetería; es deschavar a alguien en actitud oculta; descubrirlo en su escondite o en su disimulo. Iluminarlo sin máscara. Reubicarlo en un lugar incómodo que el escrachado no se esperaba. Pero el periodismo se indigna ante el escrache al periodismo. Paradojal situación ya que el periodismo es especialista en escrache. Sea de sospechosos o de no sospechosos, de culpables o de inocentes, de menores de edad, de victimas, de victimarios, de probables involucrados, de protagonistas casuales, etc. La escrachería es una especialidad del periodismo. Una adicción, un negocio. Una gran parte de él es escrachismo puro. A veces es justo; otras banal; otras es siniestro. El escrache mediático debe de haber destruido matrimonios, vínculos, carreras, proyectos, etc. Tiene razón el periodismo que le teme al escrache del que ahora es destinatario. Y como sabe de qué se trata tiene una sensibilidad ultrasensible. Si dejara, si se abstuviera de escrachar – no de revelar o de probar- la tres cuarta parte del periodismo no existiría. Sin rumores, sin supuestos, sin chismes, sin trascendidos, sin escrachados estarían demás páginas, pantallas y espacios de radio. ¿Y qué haría el público, entonces? No se concibe un mundo sin escrache. Todos estamos escrachados. Los últimos que faltaban eran los periodistas. Lo raro es que los periodistas famosos no necesitan que los escrachen ya que trabajan de famosos todos los días. Es una redundancia. Pero el riesgo de escrachar siempre hacia un solo lado-contra el gobierno- es que al final es un boomerang. Escrache con escrache, es escrache de sonso. El escrache es una estudiantina sin sentido cuando funcionan la prensa libre y la Justicia. A lo que hay que tenerle miedo es a los que psicopatean con el miedo. Y con la hipótesis de la hipótesis de “si me pasara algo”, es por el escrache. Y se instalan miedosos, en el juego del miedo a tener miedo



Carta abierta leída por Orlando Barone el 27 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

lunes, 26 de abril de 2010

El dilema del mercenario

Palabra malquerida mercenario. En su origen nombraba al guerrero que por una paga combatía a favor de un ejército enemigo. De ahí el desprecio que cargaba. Pero ya con el tiempo señala a todo aquel que cobra por hacer su trabajo. De modo que mercenario es cualquier asalariado. Desde un jornalero a un gerente; desde un maestro a un director de cine. Desde una empleada de la casa al CEO de un grupo económico. Y por lógica del razonamiento son mercenarios, reyes, presidentes, ministros, legisladores y jueces. Un sacerdote cobra y también un cardenal. Un enfermero y un médico y el que dirige un asilo de huérfanos. Así sería mercenario hasta el que administra y reparte la asignación universal por hijo o el que organiza la ayuda humanitaria a las victimas de un terremoto. Sin embargo la palabra sigue sonando oscura. A nadie le gusta ser calificado con ella. Ni siquiera a un jugador de fútbol que ayer jugaba en Boca y ahora en River; ni al escritor que escribe por encargo pago un libro en contra de un gobierno al que no odia; ni tampoco le gusta que le digan mercenario al periodista que comunica una opinión que le dictan los editores que lo emplean y que según le vaya en suerte opina para un medio o para otro, a veces con opiniones contrarias o antagónicas. Este sí es un dilema actual que hierve redacciones, que revuelve el avispero mediático. Lo cierto es que todos los que hacemos periodismo trabajamos por la paga: todos somos mercenarios. Como todos. La palabra viene de merced, palabra espiritual que significa paga. Ahora bien, un mercenario hace bien o mal su trabajo. Y este es el dilema empírico. ¿Su trabajo es cumplir con el que le paga o cumplir con su trabajo?
Según sea, un periodista lo cumple satisfaciendo a su empleador, satisfaciendo al público y satisfaciendo su pensamiento y su moral. Trilogía de azaroso cumplimiento. Porque para poder unir esas tres satisfacciones el periodista debería trabajar para si mismo no para otros. Y aún así tendría dificultades. Con más razón si trabaja para grandes empresas editoras o corporaciones. Qué dilema o encrucijada. Porque la profesión misma es mercenaria. Y la presión es tan grande que el buen mercenario acaba convencido de que cuanto escribe, dice y opina bajo dictado o influencia es suyo propio. De ahí su convicción y su entusiasmo. A más y mejor paga más y mejor entusiasmo. Ya que si se mantiene siempre en el mismo campo de intereses acaba metamorfoseado con ellos. Y si cambia y también muda de opinión y la de ahora es contraria a la de antes, demuestra que sabe cumplir con la empresa y con otro público, pero ya no consigo mismo. Pero el problema de conciencia es reservado y nadie se entera. ¿El periodista se debe a la obediencia debida como el obrero de una planta de armas que serán destinadas a matar gente, o como el amanuense de una secta venal en la que no cree? El periodista –al contrario de otro tipo de trabajador- arrienda su inteligencia. Arrienda su moral. Arrienda su visión de la vida y del mundo. El ideal sería que pudiera y tuviera la voluntad de elegir al arrendador que le paga pero sin que lo obligue a traicionarse.
Aunque en un mercado de trabajo de intereses hegemónicos son pocas las chances de ser un mercenario voluntario, a favor de la causa que se defiende y sostiene. Esta es la vulnerabilidad del oficio periodístico. Se finge omnipotente para no descubrirse en su debilidad. La opción es tentarse a hablar con su voz desde la voz de otro o de otros. O no tentarse y reducir sus expectativas de dinero y de éxito. Esa es la cuestión.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 26 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

viernes, 23 de abril de 2010

Feria del libro. Feria del feligrés y del intruso.


Feria de vanidades le llamó una vez el escritor Isidoro Blaisten. Feria de la escultura con la imagen de Borges que fue descalificada en 1987 por escándalo estético. Feria de cuando la visitaban los generales de la dictadura y salían fotografiados en los medios sonrientes con libros en las manos. Feria de escritores y de libros ausentes. Feria de libros escondidos, prohibidos o ya convertidos en cenizas por haber sido quemados en basurales. Feria de la democracia, la que vale y perdura. Feria de escritores inmortales y feria de muchos escritores demasiado mortales. Feria de libros inolvidables, de libros episódicos, de libros que aspiraron a la imprenta inmerecidamente. Y de libros que nadie sabe por qué fueron publicados. Feria de lectores que leen, de lectores que leen a veces, de lectores que leen los carteles de propaganda y las señales de orientación para no perderse entre los pabellones. Feria de lectores que no leen páginas de papel sino de Internet. De lectores que solo hablan de lectores pero sin cultivar el ejercicio. Feria de admiraciones y de rechazos, de idolatrías justificadas y de cholulismo mediático. De entusiasmos de mercadeo, de culto o amateurs. Feria de envidias entre escritores. De desmesuras egolátricas y de silencios sospechosos o insospechados. Feria de recuerdos y de nostalgias. De estadísticas de libro Guinness. Y de pavos reales con bigotazos o con barba o con anteojillos. Feria de escritores de chamusquina, de chisporroteos o de furia de volcanes. Libertarios o reaccionarios. O correctamente destilados. Feria de genios muertos, de genios inventados y de candidatos a genios si el tiempo no los desautoriza antes que la vida. Feria del poeta mínimo y del poeta grande, con mayoría del primero; ambos como la cenicienta a la saga de los ricos best sellers. Feria de la poetiza y del poetizo que no le hacen mal a nadie. Y del gurú, del maestro espiritual, y del cocinero. Feria de la palabra que habla y que nos habla por los ojos. Feria de la palabra despalabrada, de la palabra inapropiada y de la palabra de apropiadores. Feria del libro. Del feligrés y del intruso. Excepcionalidad sociológica argentina. Si no existiera habría igual-como ahora- grandes libros y libros insignificantes, y libros todavía nonatos en el imaginario de un bebé al que llevan en cochecito. Si la feria no existiese seguirían habiendo lectores auténticos y lectores apócrifos. Y bibliotecas de adorno y libros leídos en los trenes por insomnes pasajeros que viajan sin enterarse de que el tren tiene ventanillas. Probablemente sin la feria no habría editores tan prósperos, ni escritores que solo se conocen en la feria y apenas se termina vuelven a ser desconocidos. La feria del libro es como la vida: tiene el surtido más extraordinario. Y ofrece un universo para que después se achique en nuestras manos en una bolsa con dos o tres libros elegidos entre cientos de miles. Feria de feriantes ilustrados, de feriantes no ilustrados y de feriantes. Feria de la cultura. Toda. De la cultura de elite, de la popular y de la de los márgenes. Feria argentina por antonomasia.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 23 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

jueves, 22 de abril de 2010

El último dictador, los culpables y la culpa.


Nadie quiere sentirse culpable. Porque asumir la culpa, aunque sea un fragmento, un grumo, una partícula, nos exige reconocerrnos responsables de algo reprensible. Cuando surge una política de Derechos Humanos que reubica a la sociedad ante una época desgraciada, de superada cronología, los adultos, los viejos se sienten empujados a un regreso que perturba. Juzgar a represores, ser parte de la sociedad que ahora los condena, no basta para justificarnos y distanciarnos del sentimiento de culpa. Nuestra estadía en aquél tiempo, la que solo nosotros sabemos íntima y calladamente, agita la memoria y pone en duda nuestra ética. La sentencia al anciano último dictador Reynaldo Bignone no será la última. Los Derechos Humanos ya son imparables. Ya hace veinticinco años desde el comienzo del juicio del Nunca Más. Ese es un mérito excepcional argentino. La propuesta de nombrar a las Abuelas de Plaza de Mayo al Premio Nobel de la Paz es un signo de la época. De ésta. No de otra. Es mezquino retacear ese rango. No hay anécdota de funcionario corrupto o punto más o menos de inflación que valgan frente a eso.
La sustancia de los Derechos Humanos nos enfrenta a una realidad que nos revela una parte nuestra no revelada. No hay solicitada de hijos adoptivos en trance de ser hijos robados, que puedan impedirla. Lo esencial invisible o visible posterga a lo accesorio.
¿Dónde estábamos, qué hacíamos, qué no hicimos, qué callamos, qué negamos, qué omitimos entonces? Cada uno tiene su espejo, si es que otros no se lo muestran antes.
Cuando en el Colegio Militar se descolgó el retrato de Videla, se amputó simbólicamente una parte oscura de nuestra historia con la expectativa de que la amputación provocara un renacimiento. No es fácil el proceso en el que hoy se encuentra la sociedad argentina. Cada condena a un genocida, a un dictador, nos causa una sensación contradictoria: por un lado sentimos el alivio de expurgar una antigua falta ciudadana; por otro sentimos que el criminal, el torturador condenado, se lleva toda la culpa acaso excesivamente, porque también nosotros tenemos alguna. Sea ésta consciente o inconsciente. Nos hayamos dado cuenta o hayamos estado distraídos. Resolverla es nuestro desafío. Resolverla, no esquivarla. No escaparse de ella. De la culpa. Pero pasa que hay quienes eligen desconocer a los culpables para no sentirse ellos culpables. Se condenan a vivir con el propio rencor y escondiéndose de sus propios demonios. Afán imposible. En cambio, quienes en mayor o menor medida sentimos culpa, aunque sea mínima, estamos siendo protagonistas de una reivindicación ética y democrática. Porque a través de ella recobramos grandes porciones de dignidad y nos restituimos a nosotros mismos. Transparentamos nuestra memoria. Y le quitamos la triste irresponsabilidad del olvido.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 22 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

martes, 20 de abril de 2010

El fallo infalible

Ese tribunal de La Haya, creado hace más de un siglo; distante y más o menos exótico, enigmático y solemne, reinará hoy entre nosotros. Durante meses jueces y especialistas jurídicos, hídricos, ecológicos, ambientalistas e internacionalistas -elegidos casi papalmente en todo el mundo- elaboraron secreta y calladamente el fallo sobre el litigio entre Argentina y Uruguay centrado en la fábrica de celulosa Botnia. Y aunque no fuese perfecto, el fallo debe ser considerado perfecto. Porque no hay apelación ni reclamo posterior que valgan y es por lo tanto infalible. Pero eso no logrará detener el aluvión de interpretaciones que suscitará el veredicto. Ya que no bastará enterarse del resultado asumiendo su mandato indiscutible. Porque cuanto rioplatense vivo en posesión del don de la palabra y de un estándar de pensamiento básico, o aún subalterno, tendrá su parecer, su propio fallo. Cada uno , lanzado a las aguas del río Uruguay-metafóricamente hablando- se animará a dar su opinión geopolítica. Y leerá el resultado a su manera. Y discutirá como si supiera más que los sabios acerca de cuestiones que a ellos les demandó fatigar bibliotecas y jurisprudencia. Nadie se privará del gusto de alterar de entrecasa el veredicto de La Haya por cuenta propia. La objeción forma parte de la presunción de que el objetor es inteligente. La conspiración del imaginario es libre y sus consecuencias más bien intangibles. Habrá quienes verán ganar a un país o al otro; quienes verán un empate; quienes verán una injusticia; y quienes verán un favoritismo hacia alguno de ambos litigantes. Va ser difícil abstenerse de participar en el juego. Habrá encuestas, cadenas de correos electrónicos, llamados de oyentes, cartas de lectores, portales, blogs, etc, donde se derramarán pasiones y razones, absurdos y delirios. Entre el academicismo y el charlatanismo el tribunal de La Haya será enjuiciado por estas comarcas de tal modo que en Holanda los entogados jueces se sentirán tirados de sus togas por una muchedumbre invisible. ¿Cómo abstenerse de meter un bocadillo? ¿Una razón o un disparate? O de meter la patria, la xenofobia y la política. Ojalá Cristina y Mujica estén inspirados. Y la mayor parte de nosotros logremos tener la sensatez de no dejarnos arrastrar por el río de locura. En Gualeguaychú es donde estará la pesca del día más suculenta. Que sea incontaminada y feliz, y no turbia y dramática.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 20 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

lunes, 19 de abril de 2010

Pacifismo nacional obligatorio

El país necesita de armonía.
Que se metan la crispación en la taza de té de boldo. Que se metan los títulos negros en donde quieran. Que se metan la idea de que estamos fuera del mundo en el baúl del Audi o en el quincho con parrilla de oro. Y que la mayoría simple, la mayoría especial y el quórum no sean estratagema, ni el cuarto intermedio un conventillo de transas. Nada de traiciones partidarias, nada de borocotoses masculinas ni femeninas. Armonía nacional.
Sin menear el rencor: ninguno. Ni siquiera el de Riquelme –Palermo. Tampoco el de la inflación según la góndola vip o la góndola de saldo; o el del inminente fallo de La Haya: haya o no pureza en las aguas del Uruguay, e impureza uruguaya en haber ninguneado los derechos del río. No hay que azuzar a los disidentes contra los coincidentes, ni a los opositores contra el oficialismo. O a los progresistas kirchneristas contra los progresistas ultralegítimos, esos que si alcanzaran la utopía se sentirían frustrados por haberla conseguido. Una nueva armonía nacional sin discriminar a nadie: ni a los que discriminan. Un día solo, aunque sea para lograr que haya semblantes de calma: y hasta el de Cecilia Pando o el de Elisa Carrió no amenacen ni gruñan.
Pasando por el rostro distendido de un piquetero de Castells que no sabe ya por qué piquetea.
Un día alejado de conspiraciones: ni corporativas, ni eclesiásticas ni financieras.
Ni siquiera la conspiración de los idiotas: esos que tienen memoria de olvido y van y le lamen la mano al que ayer les sacó el bocado de la boca. Sin esas sobremesas de familia donde los comensales acaben odiándose políticamente como si se odiaran entre sí desde toda la vida.
En fin: un devenir de convivencia entre todos incluyendo a los que no pueden convivir sin hacer desconvivir a los otros. Un día en el cual la discordia sea convertida en debate y la confrontación en diferencia. Y donde la sociedad resuelva al fin su inconstante mudanza política y la clase media se cure de su histeria ideológica insatisfecha. Y que aquellos que mientras ascienden y comen lomo en lugar de falda, no se distraigan ni renieguen de su origen. Un día donde el relato del periodismo no sea dictado por instigadores. Sino que sea inspirado por convicciones y extraído de razones y no del odio. Y donde haya noticias con menos proporción de mentiras y con menos proporción de crédulos.
Un día imposible, pero posible.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 19 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

jueves, 15 de abril de 2010

La Ley no se deslegaliza


La Ley de Medios es la ley
que abarca el abecedario

desde la A a la Z,
incluyendo cada una de sus letras.
Contiene todas las palabras liberadas;
y permite una mejor iluminación de
la mentira. No la impide

porque eso es imposible:
pero la enfoca con más variedad

de ojos y de cámaras.
Es la Ley tan Ley que apoyan en silencio,

contra la almohada,
hasta aquellos

que tienen prohibido mencionarla
sin agregarle la letra K.

-la misma del célebre personaje de Kafka-
a la que presumen tontamente

que de solo pronunciarla
denigran.

Pero ninguna letra se resigna
a ser condenada ni se queda

expuesta a la condena
Sin que salgan otros a defenderla.

Otros que son otros.
Que entiendan la Ley de Medios

o no la entiendan y la sientan.
O se den cuenta

que ya es hora de darse cuenta.
No hay casi nadie que no la apruebe

por dentro. Aunque hacia fuera
algunos no lo expresen;

en ese casi, los pocos que la rechazan
son los propios involucrados en la impostura

de la libertad de prensa; hipócrita
propiedad simbólica

de latifundistas de Medios.
que la exhiben como a una virgen

a la que violaron sistemáticamente.
Fatalmente obedecidos

de buena o de mala gana
por quienes aún residen en sus dominios

de deformación y cautiverio.
Es esta, la Ley

que entró al baile de máscaras
y lo desenmascaró ya antes

de desenmascararlo legalmente.
Aquí estamos ahora bailando cara a cara.

Los que creen que van a extrañar la máscara
no saben lo bien que se va a estar

emitiendo y recibiendo el mensaje
a cara descubierta.

Con los medios y los mensajeros
al desnudo. Y los falsos dueños

de la libertad sintiendo nostalgias
del pasado.



Carta abierta leída por Orlando Barone el 15 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

miércoles, 14 de abril de 2010

El tiempo de los jueces ¿es o no es intangible?

Está en discusión si los jueces tienen vida útil hasta los setenta y cinco años o hasta que Dios lo quiera. El tema de la edad es un dilema que se plantea en los viejos y en los jóvenes. Aquellos porque defienden su permanencia en el trabajo y en la vida; estos porque creen que abusarse de la vejez conspira contra ellos y que así van a tardar más en reemplazarlos. El juez Carlos Fayt tiene noventa y dos años y periódicamente al salir de su casa dicta una clase básica de derecho a varios movileros, algunos en edad de ser sus bisnietos. A Fayt se le pide el retiro, ya que la Constitución establece ese límite a los setenta y cinco años. Aunque él consiguió los apoyos legales para superar ese escollo. Bradbury en Farenheit 451 ubica a los viejos en el lugar de la sabiduría. En su novela ellos atesoran el conocimiento del mundo lo que le permite a la humanidad, a la que le han quemado todos los libros, recuperar su pasado y su historia. El filósofo Norberto Bobbio, en “De Senectute”, dice con orgullo que un viejo casi centenario es un feliz sobreviviente de su generación. Hay jóvenes y jóvenes; y viejos y viejos. El cuerpo tiene edad pero la idiotez no cumple años. Está ese dicho: “Joven es quien todavía no sabe que ha sido un cretino”. Uno tiende a suponer que el de ejercer Justicia es un oficio que calza menos en la juventud que en la madurez. La estética de la toga conjuga más con las sienes plateadas. Pero también es cierto que en la vejez hay más cerrazón que apertura. Hay un axioma que sentencia, “que es bueno que los jóvenes sean injustos con los viejos para no imitarlos y así poder progresar”. Para el poeta Valery “la sabiduría de aquellos a los que ya les falta poco para irse de la vida está hecha de un cansancio y de un sentimiento general de desprecio”.
De ser cierto eso, la justicia que se imparte en la vejez está influida de tales sentimientos. Oscar Wilde, más cínico, bromeaba: “El drama de la vejez no consiste en ser viejo sino en haber sido joven”. El indio Tagore, en cambio, creía que “la vejez es juiciosa pero no sabia. Ya que la sabiduría es la juventud del espíritu que nos hace comprender que la verdad no se guarda en el arca de los principios sino que es algo vivo y libre”. Hay neurociencias, psicología y literatura en abundancia acerca de los viejos. Y hay palabras que los aluden y que al pronunciarlas suenan políticamente decrépitas, como gerontocracia. Este no sería un problema de edad sino de ideología. No tengo autoridad para decir si un juez debe ejercer mientras la salud se lo permita o si debe cesar cuando la ley de la vida predispone al declive. En Holanda el parlamento debate la propuesta de legalizar el suicido asistido en personas de más de setenta años (y yo los tengo) que crean que ya no tienen la Ansiedad de la vida. El sabio Lao Tsé nace con los cabellos blancos en señal de sabiduría. La publicidad –según el producto que se ofrezca- estampa a los viejos ricos en un estado de viajeros sanos y felices en un resort caribeño, y a los viejos pobres, marchitos, con la modesta jubilación que les permite llevar a la calesita a sus nietos. La jubilación intangible de un alto juez como Fayt lo ubicaría más cerca del ejemplo primero. Pero surge otra pregunta. ¿Si Fayt se jubila, el joven que lo reemplace será realmente joven? Acuérdense que la sabiduría y la idiotez no discriminan la edad del destinatario. En cualquier etapa de la vida se puede ser inviable. Y a cualquier edad un juez puede estar moldeado para condenar lo peor del pasado. O para reivindicarlo.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 14 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

martes, 13 de abril de 2010

El 13 es un número


La leyenda de atribuirle las desgracias al número 13 lo discrimina de cualquier otro número. Ya que cualquier otro- no importa su comportamiento- es más perdonado por las cábalas. Y es menos jugado a la quiniela y menos maldecido. Fíjense en el Senado: los opositores del Frente del Rechazo y del Odio nunca consiguen llegar a 37. El DNU al que amenazan de muerte es el 298. Y el descuento por ausencia de la banca es el 20%. Los jinetes del Apocalipsis de la Mesa de Desenlace, son cuatro; las grandes empresas apropiadoras de Papel Prensa son dos; y la cantidad de medios concentrados en las corporaciones hegemónicas son más del 70 %. Los desaparecidos son treinta mil; y los hijos robados por los represores son más de quinientos. Recuperados ya hay cien. Y casi ciento dos. Uno de los ingratos orígenes que se adjudican al 13 son los trece comensales de la última Cena, donde el traidor fue Judas. Aquí, sin mediar cena alguna, el vicepresidente de la Nación es también uno solo. Y los adalides crispados de la Iglesia argentina son tres: Casaretto, Bergoglio y Aguer. Rabino Bergman hay únicamente uno. No hay que ser tan injustos con el número 13. Se lo acusa de ser el número maldito por antonamasia. No hay que olvidarse que el canal de televisión que lleva el número trece es el de más éxito. Hasta ahora. Pero las llamadas de espionaje del macrismo son más de cuatrocientas; las líneas de subterráneo inauguradas son cero. Y los trapitos nadie sabe cuántos son. Cualquier número tiene lo suyo. Todos los seres humanos tienen la chance de llegar a cumplir trece años si Dios quiere. Eso sí, el capítulo XIII del Apocalipsis es el del Anticristo. Si uno no lo lee no se entera.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 13 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

lunes, 12 de abril de 2010

Clase de ideología desideologizada

La ideología es algo simple: es tanto lo que impregna el magma de la televisión de las tardes como el de las cambiantes alianzas políticas; es por extensión la forma en que un tipo o una tipa tratan al auto, al perro de la calle y a la empleada de la casa. Ideología tenemos todos: los que quieren a Videla y los que no lo quieren. Y los que creen que el futuro se consigue negando la memoria. Y los que como el juez Baltasar Garzón ahora quiere desenterrar al generalísimo para que purgue cientos de miles de enterratorios. Confieso mi ignorancia: primero creí saber que la palabra ideología la había inaugurado Marx en sus manuscritos titulados “Ideología alemana” de 1844. Marx decía-disculpen el extracto tan modesto- que la religión ejercía un efecto político dominante y que era la clase dominante la que ejercía su ideario de crear una conciencia falsa. Digamos cipaya o colonizada. Mucho después me enteré que se atribuía al filósofo Destutt de Tracy cuarenta años antes y durante la revolución francesa, haber sido el primero en inaugurar la palabra ideología para indicar “el análisis de las sensaciones y de las ideas”. Pero también ahí me corrigieron, porque el iniciador del concepto de ideología había sido el aristócrata y filósofo inglés Francis Bacon, quien casi dos siglos antes en “Novum Organum” lo había deslizado bajo el nombre de “idolas”, como las formas del extravío del pensamiento humano. Y no estaba pensando en nosotros, los argentinos, extraviándolo- al pensamiento- en campo ajeno el del ser o no ser de las retenciones no positivas. En tanto tiempo, desde entonces, la palabra ideología atravesada por la capacidad dañosa y confusionista del quehacer humano es empleada profusamente. Y tanto significa a Bin Laden como a los Bush. O a la gestión de Benedicto XVI o a Fidel Castro. Como significan a una estrella solidaria del rock, a un megamillonario que derrama dólares sobre las ruinas de Haití o a un matrimonio célebre que adopta huérfanos de variadas pieles según la paleta étnica. Y a Ricardo Fort y a los trabajadores de su fábrica de chocolates que reclaman no sé qué capricho injustificado. También la ideología significa el próximo mundial de fútbol de recaudaciones miliunanochescas y de craks de fortunas de jeques. La sede es Sudáfrica donde sobre 43 millones de habitantes más de la mitad- casualmente negros- están fuera de la nutrición y casi de la condición humana. ¿De qué ideología es el fútbol así y la ideología de todos quienes lo disfrutamos? El negocio del mundial, sobre todo, es de la ideología de los ganadores e incluidos. Es que la palabra ideología ha sido ideologizada por las sucesivas ideas dominantes atribuyéndosela a las izquierdas malas, a los que defienden a los terroristas, a los que no dejan en paz de elegir sus destinos a los hijos rehenes de padres apropiadores, a los que son garantistas y perdonan la criminalidad de los criminales, a los empobrecedores que simulan dolerse por los pobres, y a los periodistas que maltratan a sus hermanos periodistas maltratadores del oficio. Del otro lado están los que no tienen ideología. Son como seres neutros que presumen ser exclusivamente espirituales. O como falsos placebos. Si es que un placebo puede ser falso. Son los avanzados de las ideas “desideadas” y de una gestión política descomprometida de la ideología. Están los que nadan, los que flotan, los que gritan socorro y los que se ahogan o son ahogados. La ideología nos delata: es la noción que cada uno tiene sobre la mierda. O sobre el rocío.

Carta abierta leída por Orlando Barone el Lunes 12 de Abril de 2o10 en Radio del Plata.

viernes, 9 de abril de 2010

El Congreso no funciona, pero el país no se para

Algo inusual está pasando en plena democracia, el Congreso no funciona y el país no se da cuenta. En dictadura cuando clausuraban el recinto y precintaban las bancas, paralelamente también clausuraban la política, la justicia, la Central de Trabajadores, la libertad de reunión y de información. Los militares clausuraban hasta la vida. Pero ahora no. Porque si los diputados y senadores no consiguen que el Congreso funcione, todo lo demás sigue en funciones normalmente. El gobierno, gobierna; la Corte Suprema no para; los gobernadores e intendentes prosiguen sus tareas; y los periodistas siguen diciendo lo que quieren o lo que quieren las empresas de medios. Y además hay huelgas, hay paritarias, hay trabajadores trabajando y empresas produciendo; hay marchas, hay concentraciones populares, hay fútbol, hay hinchadas, hay diversión y hay gente divirtiéndose. O dolida, doliéndose.
Esta rareza debería hacer repensar a quienes conforman el poder legislativo acerca de que por más que los estimulen y tienten a actuar en los grandes medios eso no sirve. Por más que aparezcan discurseando por la radio y la tele acerca de lo injusto y avieso que es el otro bando, eso no reemplaza el real ejercicio legislativo. Porque el poder genuino no es hacer facha poniendo el dedo admonitor desde el estudio o la sala de los Pasos Perdidos, sino que es el que sucede dentro del recinto en la discusión entre pares.
Así que por más que se encaprichen e inmovilicen las sesiones del parlamento, el mundo sigue andando. El país no se entera. La soja crece como antes; los cajeros automáticos siguen respondiendo con plata; y los colectivos y trenes y taxis siguen transportando pasajeros. El turismo continúa; el cementerio cumple su rutina y cumplen sus rutinas los supermercados, los marcadores de precios y los consumidores. El Congreso inmóvil no impide que el país siga moviéndose. Esta situación a quienes menos les conviene es a los diputados y senadores.
A lo sumo tientan al picoteo de los Fondos Buitres dan algún trabajo extra a los constitucionalistas abonados al Derecho de derecha. Es una lástima que los opositores no terminen de desilusionarse de una ilusión falsa: la de haber creído que una elección legislativa es un cambio de modelo. O una revolución doctrinaria. Ni menos un reemplazo del Poder Ejecutivo.
No se entiende cómo algunos bloques de distintos partidos no se dan cuenta de que el “No” los une muy precariamente. Con pegamento efímero que no obstante, al despegarse deja sus restos indelebles. Por eso es preferible recuperar identidades propias, aunque ya a solas, y sin los otros, sean menos influyentes. Y los grandes medios dejen de mimarlos.
Tengan en cuenta que no es sano que la sociedad se de cuenta que sin que funcione el Congreso, todo funciona. La democracia no se asusta.
Y también consideren que los ciudadanos les están sacando a los diputados y senadores jornadas de trabajo de ventaja. No habrá sesiones, pero el país no se para.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 9 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

jueves, 8 de abril de 2010

Ya nada será igual

Aún si a pesar del esfuerzo popular y democrático, se dilatara y se hundiera en el limbo jurídico la verdadera identidad de los hijos adoptivos de Ernestina Herrera de Noble, ya esas personas adultas serán para siempre hijos apropiados con identidad apócrifa. Aunque nunca se destapara legalmente la violenta apropiación de la empresa Papel Prensa por parte de los grupos hegemónicos vinculados con la dictadura de los años setenta, ya ha quedado al descubierto. Porque la tortuosa operación de forzamiento sobre la familia propietaria cautiva es de público conocimiento. Y aunque la Ley de Medios sea cancelada o cambiada a favor de Clarín y de otros grupos corporativos, ya nunca más Clarín ni esos grupos serán lo que fueron hasta ahora. Esta situación de enigmas y ocultamientos ya despojados de máscaras no tiene remiendos hipócritas ni cirugía estética correctora. Tampoco podrá retroceder otra vez al silenciamiento, porque el proceso desatado, sea o no convalidado jurídicamente, ha quedado al desnudo. El público está en posesión de datos que antes ignoraba porque se los ignoraron intencionadamente. Y se dejaba ignorárselos.
De modo que lo que ahora acontezca descorre velos largamente instalados. Ni la forma de leer el diario, ni de escuchar radio o mirar televisión volverán a ser iguales a la época en que no se discutía públicamente sobre esos tres grandes temas.
La identidad biológica de los hijos adoptivos de la dueña de Clarín; la sórdida y sombría apropiación de Papel Prensa y la amenaza a la libertad que significa la concentración de medios han salido de la cueva y quedan expuestos a la vista de todos.
Es probable que el ejercicio del periodismo, y la actitud de la sociedad que lo consume, se renueve despojándose de su historia tan vulnerable a cualquier tribunal ético y de conciencia.
Lo que está pasando es que el pasado de los medios es ya presente y nos obliga a reformular la antigua idea inamovible y dominante.
Estemos a favor o en contra. No nos importe nada. O nos importe, ya nada sería igual que antes.
Hasta el movilero deberá ir cambiando su relato y el oyente cambiando su oído. Porque los medios ya no serán el pensamiento único. Ni la sociedad la esponja condenada a absorber y a ser eco.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 8 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

miércoles, 7 de abril de 2010

A la Bartola

Todos a veces “bartoleamos”, a veces a veces; a veces con frecuencia; a veces siempre. Bartolear en lunfardo o en lenguaje popular es actuar con descuido, sin preocupación, irresponsablemente. En el fútbol se le dice al jugador que le pega fuerte a la pelota sin darle dirección ni sentido. En política y en periodismo hay muchos bartoleros. En los ciudadanos también, pero tienen menos influencia y responsabilidad colectiva. El político bartolero es el que en su argumentación proporciona cifras y datos estadísticos en seguidilla y con locuaz rapidez no dándole tiempo a los destinatarios a poder constatarlos o desmentirlos en el momento. Es aquel que hace comparaciones con otros países sin precisiones ni contexto. Es el que dice que si nos queremos parecer al primer mundo tenemos que emularlo. Pero no dice si esa emulación incluye el colapso burbuja, el desempleo masivo y la xenofobia. Bartolea. Como bartolearon tantos toqueteando leyes de seguridad con el efecto Blumberg “a la Bartola”. El periodista bartolero- el especialista- es el que puesto ante el micrófono o el papel en blanco repite algo que oyó o leyó por ahí sin asegurarse la jerarquía del emisor ni la autenticidad de su origen. Encuentra a un peatón al voleo y le pregunta por algo que el peatón no vió o vio mal y recibe una respuesta bartolera que unida a su información bartolera componen una rascada bartolística. Haga la prueba ante el televisor a la hora de los noticieros. El periodista bartolero es aquel que empieza diciendo que los muertos por un accidente son más de siete y que al cabo de la confirmación oficial debe ir reduciéndolos en número a cuatro o a tres. De bartolerismo más grave adolecen los medios malintencionados o mentirosos. Ninguno puede arrojar la primera piedra. En este caso actúan por poder o por beneficios económicos. Cuesta en cambio imaginar a un neurocirujano o a un astronauta bartolero. No pondría de ejemplo a un plomero. Pero sería bartolear exigirle que no sean bartoleros a los anónimos internautas que descargan en la red todas las bartoleadas que se les antojan. O a los desconocidos que forman una cola en el banco y se ponen a hablar a la bartola intercambiándose bartoleadas. Total quedan a salvo de autoría. Sin bartolear es la media establecida, el que no bartolea no califica. Entonces el bartoleo beneficia a la manipulación y a la mentira. Porque quienes podrían esclarecerlas y descubrirlas también serían bartoleros. El origen de bartolear viene del nombre Bartolomé, después Bartolo, como aquel que tenía una flauta. Difundido como broma entre aldeanos, acabó señalando a los gordos que se echaban panza arriba. Y que dormían a pata ancha, a la bartola. El bartolero en el fútbol no prospera. En política sí y también en periodismo. ¿Cómo defenderse de la bartola de los otros? No quedándose a la bartola, indefenso, confiando en los bartoleros. Y de la bartola de si mismo uno se defiende con la propia vergüenza. Haciendo abstinencia de bartolismo.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 7 de Abril de 2010 en Radio de Plata.

martes, 6 de abril de 2010

El bi tedéum al uso argentino

En la pasarela político eclesiástica, hasta las ceremonias religiosas imponen una elección. Por ejemplo, si el 25 de Mayo se oficia el tedéum en Luján, con la presidenta y altos sacerdotes de esa diócesis, y en la Capital se oficiara el tedéum bis de la catedral, con Mauricio Macri y el cardenal Bergoglio, se podrá optar entre una u otra. Aunque si el Papa no dice lo contrario, el de Luján luce más tedéum que el de la Catedral. Más oficial y más acorde con la organización democrática. Pero el de la Catedral contaría con una ventaja estelar: el oficiante sería el cardenal Bergoglio. La crítica laudatoria mediática denotaría más expectativas por el de aquí que por el de allá. La Catedral está más cerca del Colón.
Así que si a falta de un acto hubiera dos sería una forma de concordia cristiana bilateral. Hay aquí cierta propensión a la dualidad o a la encrucijada. La competencia generada por Dios sería propicia para que en la lista de invitados arda la competencia. Es obvio que Julio Cobos, Elisa Carrió, Gabriela Michetti, el rabino Bergman, el matrimonio Duhalde, la Sociedad Rural, militares retirados pero aún tensamente activos, y juezas y jueces de creencia cautelar serían infaltables en la Catedral.
Y que en Luján, aparte de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, habrá invitados más versátiles que hasta podrían incluir a Hugo Moyano y a Luis D´Elía con sendos rosarios y a algún piquetero con bombo que a lo mejor nunca rezó el Padre Nuestro ni aprendió el catecismo.
El bicentenario, como el prefijo bi lo indica, quiere decir dos siglos.
Así como bicicleta quiere decir velocípedo de dos ruedas o cheque sin fondos diferido. Y bicéfala, quiere decir dos cabezas. En el Estado ejerce una cabeza sola, que se sepa. Aunque en este caso K son dos las cabezas que comparten la almohada. Cobos no es una cabeza sino un apéndice antinatural e inesperado que el propio cuerpo del Estado desautoriza aunque no logra que se desprenda. Pero habrá que aceptar que este será un bicentenario donde se apuran por sobresalir varias cabezas de distintos tamaños; algunas casi pigmeas, metafóricamente hablando. Y casi vacías o llenas de berretines argentinamente injustificados. El sacerdote Bergoglio, que por un humo no llegó a Papa según dice la leyenda, es un pacifista a ultranza. Tan a ultranza que si no pacifica te hace la cruz. Últimamente viene privilegiando el diálogo sin perder el centro del altar o la escena. Por eso podría habérsele ocurrido recuperar el tedéum que la crispación “K” le fue arrebatando para no tener que aguantar desde el primer banco alusiones correctivas pronunciadas desde el púlpito.
Esta vez, la presidenta las oiría desde Luján a sesenta kilómetros, acaso más endulzadas y encriptadas por estrategia santamente política. Y por la fraternidad del festejo. Hay que tener en cuenta que en estas ceremonias el Gobierno elegido por los ciudadanos juega de visitante. Mientras que el gobierno religioso juega de local y no solamente tiene la cancha de su parte sino también a Dios. Si es cierto que un sacerdote es enviado de él. Porque eso ni Dios podrá autenticarlo. En cambio la presidenta no es enviada de nadie. Y esa es su modesta realidad, desacralizada y terrestre.


Carta abierta leída por Orlando Barone e 6 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

lunes, 5 de abril de 2010

Las noticias son más malas que nosotros

En este mismo instante alguien mata a alguien; otro choca y muere, otros roban y otros cometen las acciones más siniestras. Una modelo miente que la asaltan; otra, admirada de verla desfilar por las noticias desearía emularla ya que es tan fácil destacarse con mentiras que parezcan verdades o viceversa. Imposible que no haya pequeños ladrones o megaladrones aunque los pequeños son los de más mala fama y los más perseguidos. Por más que persigan a los trapitos los perseguidores no pararán de sentirse amenazados por algún nuevo mal que en vez de trapito use cepillo. En alguna plaza hay una hamaca que pondrá en riesgo la vida de un chico; habrá un perro que parecía manso de pronto enfurecido contra su dueño; habrá un estafador estafando a una anciana y una anciana llena de plata incapaz de darle una moneda a un mendigo, y un barra brava afilando su manopla para usarla en la cancha el domingo. Entre mil barcos que flotan y uno que se hunde es más apasionante el que se hunde y si podemos verlo en el instante en que los pasajeros tragan agua es mejor todavía. En las morgues hay siempre cadáveres que no son reclamados por nadie; en la calle hay niños desprotegidos con padres tan desprotegidos como ellos. Es cierto que hay muchísimos más muertos con flores y deudos que sin nadie. No es que optemos por la tragedia es que si la tragedia es de los otros sentimos que la vida nos premia al dejarnos ilesos. Compréndase al actor que estando divertido tiene que ponerse a actuar de triste y aún más al periodista que queriendo reírse debe dar informaciones sombrías. Cada mañana las noticias negras nos despiertan como si fueran nuevas y sabemos que son las mismas que se repiten, solo que cambian los nombres de los protagonistas y el lugar geográfico donde suceden. Cuanto más negras más público tienen. Los medios son sus mensajeros más eficientes. Ya desde la mañana empiezan amenazándonos con la muerte. Las noticias son más malas que nosotros.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 5 de Abril de 2010 en Radio del Plata.

viernes, 2 de abril de 2010

A la oposición, justo le vino a tocar este gobierno

La oposición no tiene suerte. Porque si le hubiera tocado otro gobierno sería un éxito. Tiene jugadores, tiene patrocinadores y tiene medios. Pero igual no puede. Cuando mete un gol enseguida le empatan y después le meten otro. Es que si la oposición no se enfrentara a este oficialismo mejorarían sus chances. Y si en lugar de este peronismo heterodoxo, indócil e insufrible, en la Casa Rosada hubiera otro gobierno más estándar y correcto, la oposición se haría un paseo. Pero le tocó lidiar con un oficialismo de alta competencia política que reduce una y otra vez las aspiraciones de derechas e izquierdas de postergarlo. Por más que lo ataquen desde ambos flancos no pueden. Cuanto más se obstinan más se defraudan. Sin embargo nos quieren hacer creer que este gobierno tiene la suerte de que sus opositores están divididos. Y por eso se malogran. Es la manera de rebajar el triunfo o el éxito con el falso argumento de la inferioridad del oponente. Así desde los interesados análisis políticos se pretende demostrar que únicamente opositores sin méritos permiten que el oficialismo no pague el precio de la rápida derrota que se merece. Pero no es cierto. Porque la realidad no es que la oposición no exista sino que el que existe más es el Gobierno. La mejor metáfora fueron los dos nocáuts técnicos sufridos consecutivamente en el Congreso. Uno por parte de la destreza técnica de Marcó del Pont; otro a manos de la memoria histórica del ministro de economía. El noqueado de la oposición increíblemente fue las dos veces Gerardo Morales. Hay que reconocer su resignación a tener que poner la cara. En tanto por más que reciban ayuda corporativa y mediática los opositores no consiguen anular la pulsión oficialista. Y miren que tienen de aliados a jueces y juezas de fanatismo cautelar. Aparte de que gozan de atención personalizada en los grandes medios. Y también desde la izquierda, y de un modo tan inverosímil que cabe sospechar que cierta izquierda ha sido capturada por la derecha. Hasta presentan denuncias penales contra el gobierno con más ferocidad que la que demuestran contra los que violaron los Derechos Humanos. Con todo eso no logran que el oficialismo se doblegue. ¿Y saben por qué? Es muy sencillo. Porque tiene un estándar de juego superior. No es que la oposición sea un fracaso sino que el oficialismo es un éxito. La mala suerte de la oposición es que justo le vino a tocar este gobierno.

Carta leída por Radio del Plata el 2 de abril de 2010