martes, 21 de diciembre de 2010

Solo Ficciones

Les regalo un cuento de mi último libro Sólo ficciones.


Barroco violín

Quedan en el patio: una parte de la luna que se escurrió (vaya a saberse cómo) por entre las laderas de los edificios, un violín (extraño y presuntuoso instrumento italiano, cincelado barroco, madera vieja de castaño instigadora de elocuentes sonidos), quedan, decíamos, el arco de ese violín con algunas raspaduras y unas hebras de pelo entrelazadas, un pañuelo deshilachado color fucsia intemporal (de haber sido arrasado por el uso en el hombro del ejecutante donde se apoyaba el violín) y quedan dos o tres cuadernillos amarillosamente ásperos (piezas musicales inciertas y borrosas y procedencias aún más inexplicables) y una definitiva sensación de tristeza en ese patio de la casa donde el violín se ha callado y el violinista ha muerto.
Es notable, ahora, esa prolija procesión de los ojos (morosamente húmedos, fatalmente nostálgicos) contemplando ese paisaje inapelable, esos ciertos vestigios que revelan objetos (el violín, el arco, el pañuelo de seda) y muestran, que ese inanimado y quejumbroso inventario es el despojo de un rito (cuando el violinista, sentado en un banquito de madera podrida, ejecutaba ese presuntuoso instrumento italiano) y esos ojos y oídos (esos mismos que vanamente insisten en deambular por el patio), ayer apenas, supieron del sonido que un hombre les enviaba con sólo tocar los hilos tensos sobre una vieja madera de castaño.
A ninguno de esos testigos (fanáticos sobrevivientes del irrecuperable sonido), a nadie de los que otean y espían el movimiento de las sombras en esa casa de inquilinato, se le ocurre preguntarse por qué esa noche (noche de luna, luna de aullidos, llena como el seno de una mujer preñada) no quisieron escuchar el violín y lo dejaron morir como si fuera un sueño.
Es fácil recordar, con algunos errores(agigantados en fábula por el deseo de que el pasado no se parezca al mañana), es fácil recordar a la lluvia de encaje de esa noche de junio, el frío de escarcha, la serena fatuidad de un charco simulando un espejo y de pronto un sonido (el súbito temblor de un arpegio) que avanza como un gato sobre una alfombra de vidrios encendidos, un violín que suena como suena el violín (no, un violín) y que nadie confunde con ningún otro ruido; que tiembla junto a la sombra de los gatos y entra en las piezas de madera con su mano enguantada; un sonido (indescriptible como el sueño o el momento de goce de dos cuerpos creándose) que va envolviendo el aire, a los habitantes de esa casa, a cada cosa de esa casa, a cada oído, al vericueto el alma adonde conduce ese oído.
Alguien pudo pensar todavía (inútil manera de explicarse el asombro) que ese hombre flaco y sin nombre, ni identidad precisa ni aparente motivo, llegó allí despreciando su rumbo para tocar el violín y recibir en pago algún bocado para el hambre o un lugar sin escarcha donde tirarse y no morir.
Sin embargo, los cincuenta y tanto testigos de esa noche y de otras nunca lo vieron masticar un mendrugo, nunca desear nada de esas humeantes ollas que las vecinas le alcanzaban en la punta de un palo; pero estaba el sudor que le caía a torrentes y era lo único que paladeaba y lamía como si fuese su alimento él mismo, y esa música dispersándose por el patio, atravesando las puertas sin herir la madera, sin violar los cerrojos, invitándose. Es posible saber (basta creerles no a los que cuentan, sino a los que callan y muestran los ojos) que en una misma noche, en un solo instante (por ejemplo, cuando la luna caía levemente a ese patio como si lo evocara o como si lo crease), en ese instante, a cada oído el violín le tocó lo que le pedía.
Las cuerdas tiritaron, cimbraron, devastaron, sacudieron, inundaron, encogieron, engarzaron el aire; y lo movieron, tallaron, cincelaron de andantes, pizzicatos, cadencias.
¿Qué pedían esos viejos oídos, acorazados y destemplados de tantas bataholas y barullos domésticos?
Acaso (nadie se atreve a confesarlo) hayan pedido un mínimo acorde de una canción lejana (de lento extravío en el corazón y la memoria), melodías escuchadas no por ellos, sino por remotos antepasados de coraza y de yelmo, o tenues vibraciones de un cuerpo que se recuerda anudándose en sábanas, o un blue de origen negro (distorsionado por el incesto y el destierro, vilipendiado en la memoria ya no tan negra, piadosamente morena), o acaso hayan pedido el temblor de la brisa en un techo de una casa que contuvo la infancia y un allegro vivace y un andante y un grito; o una cadencia triste de gaviota planeando sobre un peñasco de Sicilia o el rumor de las hojas en un parque hace mucho (un otoño en que los sentimientos se dilapidan de puro exagerados, pura leyenda de clima), ese violín sonando para todos en la sombra del patio. Esa noche, tal vez (la del definitivo silencio; la hosquedad de ese silencio humano de no tener para decirse nada ni escucharse nada), esa noche, tal vez, los habitantes de esa casa esperaron, como siempre, que el hombre flaco saliera del rincón donde dormía sin taparse, se sentara en el banquito de madera podrida, eligiera al azar una de aquellas piezas amarillosamente ásperas que ni siquiera leía, moviera el arco del violín como una vara mágica, dejara flotar sobre su hombro el pañuelo de seda color fucsia intemporal, y en un lento, armonioso balanceo de mano sobre sexo, su mano(dedos sin carne, transparentes, casi no dedos) hiciera aparecer el violín de adentro de su cuerpo, donde lo guardaba, y comenzase a oficiarlo.
Entregada, sumisa, descalza desde los ojos, la mujer de orfebre (que conocía las manos de su marido sobre los dijes de plata, pero no las sentía nunca sobre su cuerpo de mujer maleable), empujada por esos primeros tonos, esos acordes vírgenes (que esculpieron el aire, desnudaron su oído, copularon su alma), salió de su pieza como si entrara a una cama, fue bajando los peldaños, fue a la sombra. Aquel tríptico (banquito, violín, hombre), al que la luna llena hasta el hartazgo, infundía ligera veracidad humana, seguía sonando como nunca: allegros y staccatos y murmullos de cuerpos y el leve chasquido de una lengua en la boca o el sexo; cadencias de juncos en el agua, de conchillas partidas, y la mujer del orfebre deslizándose por el patio rumbo al violín, al corazón del violín.
¿Por qué esa vez la música no inundó la casa? ¿Por qué no, sonidos que caracolearan oídos, que revolotearan laberintos de huesos, que desfondaran? ¿Por qué esa mujer (desnuda como una puta, como ramera, como portuaria) escuchó ella sola el sonido?
Los hombres de las piezas hicieron cosas de hombres: ataron a su mujeres, escondieron caderas, taparon, vistieron, arroparon los senos, los sexos, los poros; y los postigos iniciaron un ruidoso bloqueo (un cerrarse de cosas, de ventanas, de seres); la luna se encogió en el cielo y dejó en los charcos apenas un reguero de luna, y los oídos abroquelados y sordos, arrebujados de miedo, esa noche negaron.
Acariciada y llenándose (¿qué melodía entibiaba los senos de esa mujer como nunca las manos de nadie?), ajena al pasado a la pieza, al límite de madera y de hombre, lejana ya del frío que escarchaba las plantas, sin escuchar los gritos que le pedían que volviese, se fue metiendo ella en el sonido, fue tragada, fue violín.
Que hubo lucha en el patio (combate desigual entre el amor y el odio: sombra contra orfebre), que hubo un puñal clavado en el corazón de sombra, que sangre brotaba (¡oh, no!, agua a torrentes, como si hubiera agujereado un río), que cara ya con muerte era cara borrada (cara de haberse ido), que violín se movía como si agonizara (un eco de caracol marino, presuntuoso instrumento italiano), que hebras de pelo húmedo arañaron y anudaron el arco, que perfume de mujer de orfebre dejó su rastro lila en hueco de caja de violín; todo eso es fábula.
En la casa queda eso que queda: un deambular de oídos, ojos y sombras. Un violín que no suena, esa confusa historia de una mujer que abandonó a un orfebre por culpa de un violinista flaco y un asesino que todos vieron y nadie busca.
Quedan también mujeres que se desnudan mirando el patio y hombres que cierran puertas.



Orlando Barone, "Sólo ficciones", Sudamericana.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Soliloquio

Seamos simples: soy periodista y escritor. No soy economista, antropólogo ni herrero. Políticamente soy lo que soy y no soy lo que no soy. Estoy entrando en la senectud; me acaban de negar un crédito personal por sobrepasar la edad del beneficio. La vida me ha protegido y me llevado hasta acá y no me he resistido: señal de que me gusta. Siento un sagrado respeto por la militancia y el heroísmo porque carezco de esos méritos. Los pormenores de mi carrera, de mi historia y de mi vida andan por ahí. Hay verdades y mentiras. Cunden. Y nada se puede hacer para que solo cundan las primeras. Habrá quienes crean que las mentiras son verdades y las verdades mentiras. Y quienes no crean ni una ni otra cosa. Somos cotorras humanas dándole y dándole a la lengua- y al twitter, al mensajito, al blog, al móvil, a lo que sea- sin más razón que nuestros deseos. Los malos y los buenos.

Hagan un balance de todo cuanto se escribe y cuanto se lee, o se habla y se escucha, y verán cuáles de esos dos tipos de deseos son más frecuentes. ¿Los buenos? o ¿Los malos? No me hagan decir lo que no quiero.




Orlando.

martes, 7 de diciembre de 2010

Tomo unos días de descanso, gracias, chau.

La tarde que firmé mi libro “Sólo ficciones” en la Librería Hernández me sentí acompañado por varios amigos del blog. Recibí de ellos un espontáneo afecto que trasciende lo virtual de nuestro vínculo. Estoy ya tomándome unas semanas de descanso y de distracción y de pensar. Ha sido un año que me deja mucho y me vampiriza mucho. No sé si no excedí mi participación y necesito una dieta. No sé. Veré a mi vuelta, a fin de mes, qué me pasa.
Andaré por aquí cerca, entre el obelisco-mi casa- y la otra casa en el Gran Bs. As. a 50 km. Nada exótico ni costoso. A lo mejor me reencuentro y leo mucho y escribo sin vértigo y sin agenda. Si se da, por ahí surge alguna otra carta.
Deseémonos buenos momentos y buenas fiestas. Y les digo chau, con un abrazo de agradecimiento. No es un abrazo indiscriminado y al voleo: ni de ficción. Es un abrazo real, aunque inasible, que sabe a quién abrazar y a quien desabrazar.

Orlando Barone

viernes, 3 de diciembre de 2010

La gracia del sexo sexualizado

No sé qué porcentaje de personas viven toda una vida sin haber practicado sexo con otras personas ni tampoco sé si existen aquellas que ni siquiera practicaron sexo consigo mismas. Haber debe de haberlas. Y nada se sabe acerca de la intimidad onanística de un monje que presume vivir casto y aislado en una gruta. ¿Tuvo el Papa alguna experiencia carnal, Moria Casán alguna vez fue virgen, Internet mejoró o empeoró el sexo, colgar un crucifijo en la cabecera de la cama matrimonial produce congelamiento, dormir con la perra o el perro apoyado en la almohada tiende algún significado erótico? No hace falta ser muy imaginativo para calcular que entre las dos actividades humanas más instintivas y gozosas-la alimentación y la cópula- la alimentación es la más frecuentada. Por eso hay más supermercados y restaurantes que casas de cita y que albergues transitorios. En la vida de una pareja joven en plenitud el mayor tiempo que pasan juntos es bastante desilusionante. Se lo pasan más tiempo en el auto en movimiento, en los shoppings, en la cama durmiendo o hablando por celular no entre si sino con otros. Donde sí el sexo ha intensificado su preponderancia es a través de la palabra: sea esta escrita o hablada. La sexualidad verbal es en la sociedad contemporánea un paliativo a la carencia. El sexo hablado es un motivador de la autoestima a la que la realidad carnal va reduciendo. La verborragia del sexo es la catarsis que drena la contenida libido inexpresada. Existe un vasto desconocimiento acerca del comportamiento sexual comparativo entre sujetos de distintas etapas históricas. Uno fantasea excesos embriagadores más legendariamente intensos entre Cleopatra y Julio César que ahora sobre la cama solar entre una señora de country un personal trainer. Aunque lo que se tiende a suponer a lo mejor no es lo que sucede. ¿Cómo saber si la ha pasado mejor una diosa griega con un fauno que una botinera con el ogro Fabbiani? ¿Y cómo saber si ha sentido más la primera pareja humana cubierta de pelos- él tratando de encontrar el endemoniado orificio y ella dudando cuál es el más apto de todos cuantos tiene- o siente más una pareja actual que ya es veterana sexual al salir del secundario? Sí, el sexo es menos vital que la comida y que el agua. La prueba es que se soporta apenas unos días sin tomar una gota; sin ingerir bocado se logra aguantar un par de meses; pero sin sexo se puede estar toda la vida.


Carta abierta leída de Orlando Barone el 3 de Diciembre de 2010 en Radio del Plata.

jueves, 2 de diciembre de 2010

WikiLeaks, canilla libre

El próximo derrame de cables secretos del Imperio se ocuparía, dicen, del rubro Wall Street. En tren de anticipar nuevas categorías de deschave político y económico se avisoran informes acerca de cuestiones tan graves como la forma en que las monarquías derrochan el presupuesto que les otorgan sus Estados, y cómo sus integrantes la pasan bomba mientras sus súbditos patalean en las colas del desempleo; también WikiLeaks podría contratar a Rial, Ventura y otros expertos argentinos en infundios banales para descubrir nuevos encuentros ovales, nuevas fiestas mediterráneas y nuevas esclavas orientales de motu proprio. Un rubro aparte, escandaloso, sería dar a conocer los prejuicios raciales de los gobiernos de blancos contra los gobiernos de negros, de estos contra los blancos, de los pueblos aborígenes contra los que no lo son o contra aborígenes de menor clase aborigen; de los nipones contra los chinos, de los malayos contra los tibetanos, de los gays contra los heterosexuales, de estos contra los bisexuales y los andróginos y los hermafroditas; de los travestidos contra los transexuales y de los judíos ortodoxos contra los judíos ecuménicos, y de los monaguillos virginales contra los cardenales desatados. Y los prejuicios de los progresistas populares contra los progresistas que no son progresistas como aquellos, y de estos a su vez contra los progresistas de boutique, contra los de paladar negro y contra los progresistas del establishment, que se quejan de que los progresistas populares les roban los argumentos progresistas por menos plata y hasta gratis, y así echan a perder la prosperidad del progresismo. WikiLeaks a canilla libre revelaría todos los diagnósticos de los psicoanalizados, y qué cosas piensan acerca de ellos sus psicoanalistas, y también todas las confesiones de los pecadores en los confesionarios y qué hacen en tanto los confesantes de sotana dentro de los habitáculos del confesionario, mientras los pecadores cuentan sus pecados carnales. Al cabo de tanto derrame de secretos, la humanidad ya no tendría nada más oculto en ninguna parte y todo sería revelado y si ahora hay más de 200 mil informes escogidos y archivados, para entonces habría cientos de millones y toda la humanidad se la pasaría día y noche atareada en comunicarlos y harían falta nuevas humanidades para satisfacer la demanda en continuado y WikiLeaks sería inofensiva y si hoy el Imperio causa alguna gracia, en ese futuro ya nos haría cagar de risa. Ya convertidos en adictos, y para seguir entreteniéndonos, se descubriría que el dueño de WikiLeaks es socio de Bernard Madoff y de Bin Laden. Y que Magnetto es accionista junto con Pedraza. Y la única que se da cuenta de todo es Elisa Carrió y nadie le cree. Ni siquiera los de TN. Y entonces se va a un retiro espiritual en el Himalaya, con los dos últimos integrantes de la Colisión Incívica que le quedan.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 2 de Diciembre de 2010 en Radio del Plata.