José o Pepe- su apellido era Soutiño o Suitiño- era un joven inmigrante gallego llegado sólo a la Argentina en los años cincuenta, que subalquilaba un cuartito en el PH con pasillo de Juana Azurduy 1876 del barrio de Núñez. Mi familia era vecina de Pepe y él solía ser invitado a comer con nosotros en el patio, en sus pocos días de franco. Lo que me fascinaba de él desde mi pubertad sorprendida, era su trabajo. O mejor decir: sus trabajos. El gallego combinaba dos actividades: una, de la noche y hasta el alba trabajando de basurero montado en aquellos carromatos municipales de caballos de tiro que dejaban un tendal de bosta, y otra actividad, de tarde, trabajando en una funeraria lustrando ataúdes. Su horario sumado abarcaría unas dieciséis horas. Él mismo contaba que comía una sola vez al día, un menú monótono de sopa con pan y que estaba ahorrando no sé si para volverse rico a España o para quedarse rico en la Argentina. Mientras lo seguí viendo hasta los años setenta, sé que había conseguido mudarse a una casita propia algo alejada. Aunque para las fiestas volvía al barrio a saludarnos. Eso sí: ya de mediana edad se lo veía sufrido y avejentado. Aquella dualidad suya de basurero y de lustrador de ataúdes producía en los chicos del vecindario- y no solo en mí - una extraña sensación de morbo y de rechazo. Imaginábamos que sus manos tocaban lo peor. Y no obstante Pepe lucía divertido y hasta feliz. Y en los feriados nos hacía divertir y ser felices a nosotros. ¿Por qué habiendo tantos otros oficios y ocupaciones modestas, Pepe no había optado al menos por escoger una no tan tenebrosa, o tan sucia y tan fea? Podría haber sido repartidor de hielo o de florería: al menos tareas más transparente una, y más perfumada la otra. Hoy que han pasado muchos años y he conocido los oficios más diversos y más injustos, me pregunto ¿El periodismo actual es menos sucio y tenebroso que esos dos oficios que ejercía Pepe? En comparación aquellos eran oficios auténticos. Ya que el galleguito no tenía que mentir: la basura que recogía era basura, y las cajas que lustraba eran ataúdes. En cambio hoy, los periodistas no podrían siquiera asegurar que las fuentes de información que consultan son seguras o inseguras o mentirosas. Porque entre tanto falseamiento noticioso y tanto manipuleo informativo resulta ya imposible calcular qué porción de relato o de noticias que se divulgan, o que el sistema les permite divulgar, es auténtico y no falso. Lo peor es repetir la información de la que el repetidor ignora su origen y no verifica, y que coincide con los intereses del que justamente quiere que la repita. Eso sí, los periodistas son- somos- retribuidos mucho mejor que Pepe. Y si él pagó con su trajinado físico su relación con la basura y los cajones de muerto, los periodistas pagamos altas consecuencias espirituales por trajinar con intereses, con poderes y con mentiras. Para no ser pesimista: hay periodistas que se salvaron incluso arriesgando o perdiendo la vida. Sin llegar a tanto, la salvación existe pero a costa de mucho. Con dignidad se alcanza. El gallego Pepe no tenía que hacer tanto esfuerzo.
Carta abierta leída por Orlando Barone el 30 de Noviembre de 2010.