sábado, 30 de abril de 2011

Sabato


Se murió. Sí, se murió mi generoso maestro de juventud. Maestro de tantos.
Nada solemne para decir: así es la vida. Y la de él fue larga, peleona y profunda.
Chau Ernesto. Escribí tu apellido sin acento, como enseñaste.
Pero me siento dolido con acento.
A tus casi cien años la muerte no sorprende pero se llora.


Orlando Barone, 30 de Abril de 2011.

viernes, 29 de abril de 2011

LA LETRA, SÍ, LA LETRA *

La K |La “P” |El abecedario| Y el kirchnerismo



La letra “K” para nuestra lengua es rígida, dura. En la Argentina, casi desempleada, pasó de ser una incógnita a una certeza. Letra minoritaria, de poca frecuencia en el lenguaje, y escasa presencia en el diccionario. De entre más de cien mil vocablos que este contiene apenas si se destacan kilo, karate, karma, káiser, kremlin y kitsch. En lunfardo también hay pocas: keco (quilombo) y kinoto (testículo). También kaften por cafisho. Hoy la “K” ya es una letra literal y definitivamente política. Néstor Kirchner es su referencia nominal. A partir de él son “K” los militantes originales y los asociados. Y son “K” los índices de precios del IndeK y el kafkiano laberinto de situaciones a las que los opositores le imponen la K como si imponiéndoles la letra quisieran demonizarlas. La revista Noticias ha abusado de tapas letradas con la K. También alienta a escribir alusivamente a la letra a los letrados pensadores anti K que proliferan en los medios afines. Algunos tratan de hacer equilibrio sobre la letra para no lucir tan antagónicos y no ser tan desleales a su pasado.
Pero el antikirchnerismo-versión fraguada y seudoculturizada del gorilismo- se entrampa en la letra como se entrampan los propios cazadores incompetentes en la trampa que tienden. Caen en ella por distraerse en la mira del rifle en lugar de cuidar dónde pisan sus botas.
Obnubilados por execrarla, negarla, agraviarla se topan con sus líneas rectas y rigurosas como ante un diseño cuya intensidad política se potencia cuanto más se pretende taparla con el alquitrán de la rabia. La K ya no es una letra más incluida entre la J y la L Al menos no en este tramo de la historia argentina. Porque ya es un signo de identificación que por su propia inercia identitaria acaba, por paradoja, identificando a quienes la rechazan. Hasta intelectuales de alto prestigio anterior al de este tiempo, como Beatriz Sarlo, ya no pueden pensar sin basar sus pensamientos en la letra. El antikirchnerismo es al kirchnerismo como lo son en la fauna los grandes animales de la selva a los insectos o pajarillos que al picotearlos los ayudan a quitarse las pulgas y a sentirse más felices. Un clima de época “K” cunde sobre el abecedario. Su sucesora Cristina Fernández es también K por vocación y además por transferencia vinculante, y promete prolongar su vigencia fonética y hasta ampliar sus resonancias.
En la Argentina la “K” era una letra exótica. Se la conoció, según las épocas, por Kung Fu, por Kissinger, por el Kamasutra. También fue famosa por “King Kong” un gorila fantástico más tierno y erótico, y menos reaccionario que tantos gorilas autóctonos que todavía sobreviven, incluso renovados con pelos tersos y muy hipócritamente republicanos. Hasta hay algunos, como el intelectual Kovadloff, que usufructúan la K como una versión distractiva de la letra en sentido contrario. La letra lo persigue como una pesadilla desde su propio apellido y ante su desconsuelo, por más que se afane escribiendo en su contra, la letra sigue su destino favorable. Son también palabras con “K” kamikase, una extramaunción bélica individual reactualizada por hombres bomba; por Kenia un país africano infaltable en el “National Geographic”; y por el huracán “Katrina”, de Nueva Orléans, que dejó al descubierto la pobreza negra en un país rico. En Buenos Aires de entre más de dos mil nombres de calles solo hay un puñado cuyos nombres empiezan con “K”: Kennedy, Krause, Korn y King. Y el pasaje Kavanagh, lindero al edificio donde vive alguna gente notoria y no necesariamente notable ni noble. La economía tiene un referente famoso: Keynes. Economista de mitad del siglo pasado que hoy vuelve a ser citado por gobiernos populares. O “populistas”, éste un desdeñoso calificativo usado para categorizar prejuiciosamente a gobiernos con muchos votos pero no con los de gente con coeficiente blanco que presume votar “kalificadamente”. Keynes es usado también por rescatistas históricos que creen en una economía “keynesiana” y no kaníbal como la que atrae a los alborozados “golden boys” que se están viniendo viejos siendo aún jóvenes. En la naturaleza de un “golden boy” está odiar absolutamente la inversión pública aunque sea usada para comprar leche para bebés en estado de hambre. La leche es un gasto, dicen. Y el bebé todavía más.
Y está la leyenda que toda letra tiene. En el alfabeto griego sus dos letras extremas son Alfa y Omega. Se le atribuye a Dios haber dicho: “Yo soy la Alfa y la Omega”. Es decir: el dueño de la clave del Universo. En el Egipto antiguo a la Ka se la conoce como una de las nociones de los faraones más difíciles de concebir para un espíritu occidental. Léase, para un espíritu limitado y cerrado. El misterio de la letra los convierte en iletrados aún siendo doctos.
Lo cierto es que la “K”, entre nosotros, ha pasado a ser una letra famosa. Del frío distante y patagónico pasó al estado de sensación térmica calórica. Y aunque el año 2009 a la “K” le resultó frío, y su mayor punto de congelamiento fue en octubre, en la primavera; al año siguiente, en el invierno del Bicentenario alcanzó calores multitudinarios. No obstante hay gente algo trémula, a la que todo le gusta tibio para no quemarse la lengua delicada. Pero hay otra a la que le gusta caliente y además picante y entonces esta letra le cae más gourmet que cualquier otra. La K exige paladares entrenados en el puta parió y el chili. En el aguante. La reivindicación de los Derechos Humanos desandando la ambigüedad de la Obediencia Debida y descolgando el cuadro que resumía el Mal en el propio recinto de los viejos adoradores, es un picante no apto para tantos democráticos aparenciales. La letra como sello de identidad otorga un rango semiológico a quien es designado con ella. Los “K” argentinos, estigmatizados por sus compatriotas negadores, no solamente recobraron la autoestima y se la fueron propagando y transfiriendo entre sí, sino que ya glotones y angurrientos de K, deberían pensar en achicar las porciones de su ingesta para evitar el empacho. Aunque para este tipo de excesos hay sanadores K que los desintoxican.
Sus detractores krepitan en sinuosidades rabiosas; solo ven que la K es una letra dura pero ignoran que lo es para proteger sus entrañas dulces. Eso los va desmoralizando, la letra se expande en la geografía y en los hechos. No para. A una golosina de tipo chupetín de Nestlé se la llamaba o llama “Sin parar”. Su sabor tiene un efecto tan adictivo que el que empieza a sentir su gusto no para y cuando acaba la golosina tiene ganas de seguir con otra. No obstante ese encanto, a la letra le restan acechanzas no por menores menos amenazantes. Son poderosas y cuentan con lingüistas mediáticos obsesos y atacados de esa patología antiK e incapaces de instalar otra letra que le compita. Les sobra el abecedario pero se quedan rumiando alrededor de esa letra sola que los aglutina en el rechazo. No conciben o no reaccionan que ese anti los ata a la letra y la agigantan. Hace más de medio siglo el pueblo consagraba un estribillo que cantaba algo así: “…Y te daré una cosa/ una cosa maravillosa/ que empieza con P: Perón”. Tuvo que pasar todo este largo tiempo para que a otra letra del abecedario- la K- el pueblo la asumiera como suya.
Pero no es por Fuerza Bruta, por más fuerza que haga, ni por creativos del diseño que se instala una letra como símbolo. No basta una sopa de letras para escoger una con la cuchara al arbitrio de la glotonería. La oposición de estos años es una sopa ilegible e iletrada. Y no es consciente de que la letra K es un fenómeno de aparición espaciada. Quienes se apuran en sustituirla baten el abecedario ignorando que por más que lo batan hay pocas chances de que hoy fluya otra letra que la supere.


Por Orlando Barone.


* Texto publicado en la revista Debate y fragmento de su próximo libro.





martes, 19 de abril de 2011

Los fans del premio Nobel toman champán

Como en su casa. Mario Vargas Llosa goza la Argentina como goza de España, Europa, Perú, Manhattan y Londres, y cualquier lugar del planeta que le es inherente a su universalidad.
Tanto puede ser un celta en El Congo como un chivo en Latinoamérica, pero nada a él le es ajeno. Desde La Boca del Riachuelo al Sheraton y a la feria del Libro; y desde un brindis con Mauricio Macri y con un alto mando de Techint o de los medios dominantes, a uno con cualquier opositor argentino notorio que le acerque su copa. Sí, como en su casa. Es que la libertad es libre. Y cada uno hace, piensa y dice lo que quiere; por más censura y totalitarismo que opriman y persigan. La Argentina es un buen lugar para jugar a ser libres ya que hay tanta libertad que hasta se puede jugar a que falta. No hay libertad como la libertad de seguir mintiendo que no la hay.
La extraordinaria y brutal idea de invitar a Vargas Llosa en el cenit de su gloria, a regodear y entretener a la parte abatida y desgraciada argentina, es un recurso extremo de supervivencia mediática.
Porque esa parte argentina crispada, insatisfecha, impotente y vil ( de vileza, acción baja e infame) requería de un socorro foráneo para, aunque sea, salir a respirar un airecillo triunfal entre turístico, cultural y retórico que sus dones propios no le aportan. Y el pueblo tampoco. Opositores que yacían apagados por apagamiento paulatino de chances, repentinamente se ponen vivarachos en su fanatismo “vargallosista”.
Durante unos días la oposición disfuncional espera la efímera hazaña de ser tenida en cuenta y de reinstalarse fugazmente en la cima de la atención y las noticias. Y ese socorro es el premio Nobel y su destreza de mensajería ideológica y multi-destinataria. Algo así como un Quijote al revés, que no embiste metafóricamente contra molinos de viento sino contra democracias populares que él denigra. El anti Quijote: que en lugar de lanza y espada porta corporaciones y mercados para embestir a lo público y al Estado.
Allá donde haga falta despabilar idiotas populistas y desenmascarar déspotas incivilizados, allá irá el quijotesco liberal que hace felices a los poderosos y a los ricos, y casi nunca a los pobres y plebeyos. Tuvo ya su prueba en Perú donde los ignorantes se negaron a votar su sabiduría. Aquí espera ser abrazado por esa parte argentina de sabios que vienen fracasando, pero que de él esperan la chispa del más allá, la del milagro.
Pero si Vargas Llosa se interesara por saber quiénes entre los que lo rodean estos días embelezados son lectores de su obra- o aunque sea de unos párrafos- y les hiciera una pregunta alusiva, se quedaría pasmado ante la ignorancia. Porque del tipo ése que soban buscando acercársele a codazos y lamidas, la mayoría de ellos no saben un corno. Sus secretarias y amanuenses se apuran en imprimirles resúmenes sucintos del autor para que puedan memorizar si les preguntan. Pero solo a un tonto se le ocurriría preguntarles algo sobre su literatura o su historia de escritor, porque apenas si llegaron a conocer las obras de Sócrates y las novelas de Borges. Como soy fundadamente prejuicioso, me arriesgo a decir que paradójicamente sus lectores no concurren a las fiestas en las que el Nobel anima y adoctrina, sino que están en otros espacios a los que él desestima.
La visita de Vargas Llosa está dirigida a esa parte de la Argentina insatisfecha. Esa parte que insiste en automutilarse por una mala genética política. De todo esto quedará la estela de una estrella y el eco de muchos brindis en la parte destinataria. La libertad y el champán forman un buen maridaje.
Y un dato histórico o anecdótico ( no sé). Y es que si la Feria del Libro se destacó siempre por su amplia convocatoria cultural, a partir de ahora quedará por su estratégico “vargallosismo” y su oportuna e “integradora” invitación democrática.



Orlando Barone, 20 de Abril de 2011.

viernes, 15 de abril de 2011

Seisieteochistas y antiseisieteochistas

No es cierto que los argentinos son los dueños de las posiciones opuestas, y que está en su genética la cíclica pelea entre anverso y reverso. No hay que ser tan ombliguistas. Blanco y negro y Dios y el diablo no tienen fronteras y andan por todas partes. Aunque es cierto que nuestra experiencia cuenta en sus orígenes con aquella oposición entre Federales y Unitarios, y entre Sarmiento y Facundo o
“Civilización y barbarie”. Y a partir de ahí con posteriores sustituciones históricas de los “unos” y los “otros”.
Hubo antinomias en el tango ( Troilo y Piazzolla) en la literatura ( Borges y Sabato) en el fútbol ( Menotti y Bilardo) en la Educación ( Laica o Libre) y hasta se llegó a confrontar en automovilismo entre leales a Ford o a Chevrolet y en box entre leales a Prada o a Gatica.
En la política esta confrontación alcanzó su cenit entre Peronismo y antiperonismo. Es la más grande, la más larga y la más ilógica. Porque la lógica hubiera sido peronismo versus radicalismo, o peronismo versus liberalismo etc.
Pero no, porque el gorilismo es un estado de ánimo que prescinde de ideas y partidos y su solo objetivo es ser anti y contra. El antikirchnerismo es una innovación del antiperonismo que en su increíble patología incorpora a peronistas disidentes, que en realidad disienten consigo mismos y con sus orígenes y hacen dudar si alguna vez fueron peronistas o presumieron serlo sin fundamento.
El “siesieteochismo” y el “antiseisieteochismo” es el flamante aporte del absurdo a esta clase de antinomias.
Fue el profesor de periodismo Gustavo Rosa, de Rosario, quien en uno de sus correos me sugirió la provocante idea. El observa con atención cómo se va extendiendo este fenómeno. Y más allá de lo gracioso o irónico de la idea, los cierto es que el programa 6,7,8 que se emite por la televisión pública se está convirtiendo en una nueva clase de antagonismo. Y que a la par que se expande su aprobación social, y se suman audiencias, se concentra un desatinado y desproporcionado rechazo, que pretende convertir a una creación de los medios en un inverosímil y monstruoso peligro antidemocrático.
Desde la intelectual y versátil Beatriz Sarlo, hasta Luis Majul, Jorge Lanata y Pablo Sirvén que son también “alguien” aunque no tanto; y desde los grupos Clarín, La Nación y Perfil- justificadamente sensibles por razones de peso y de “pesos”- hasta Pino “bonsái” Solanas y Patricia “plebeya” Bullrich, por citar referentes notorios, se sienten “antiseisiteochitas”.
Y “Seis, siete, ocho” es, para todos ellos, una especie de leviatán que domina los mares comunicacionales. No se entiende por qué en lugar de meterse con el leviatán Magnetto y asociados, se meten con el cachorro juguetón de canal 7. Si eso les sirve de catarsis y los reanima cada vez que se lanzan en su contra, no hay por qué quitarles esa esperanza de desintoxicación anímica. Pero no sirve.
Porque el “antiseisieteochismo” es un rencor insensato que genera adicción. Y como el abismo que se traga a aquel que se asoma demasiado pero que no aguanta sin desear asomarse cada noche a la pantalla de canal 7, termina enloqueciendo de idiotez a quienes lo padecen. Porque intuyen o saben, que aún si dejara de aparecer 6,7,8 sus efectos continuarían. Las audiencias son conscientes de haber sido violadas mientras estaban dormidas y ya saben quiénes son sus violadores.


Por Orlando Barone, 15 de Abril del 2011.

El libro del ironista en la cornisa

Presentación del libro "Diario de un ironista":


El libro del ironista en la cornisa

Carla y Daniela, hijas de Adolfo Castelo, han escrito un libro serio sobre un cultivador de la ironía: “Diario de un ironista”. Porque así se definía a si mismo el protagonista. Eso se llama conocerse. Un don del ironista es su distancia de la guaranguería y del agravio. En los medios no abundan; en la vida tampoco.
Coincidirán en que esta palabra “ironista” es inusual. Más común, aunque no siempre precisa, es humorista. Quiénes sin tener el don se afanan por serlo y fracasan, causan la tristeza de esos payasos que no hacen reír por sus gracias sino porque carecen de ella.
La ironía es un relato que contradice lo que relata el relato original. Es una burla delicada cuya fuente es la inteligencia. El ironista es aquel que en medio de un tsunami se reprocha no haber traído las galochas. Es lo opuesto a esas bromas de patota ridiculizando a un destinatario indefenso. No es la mofa ni la cargada ni el bardeo. Y no es la desagraciada gracia de un bruto. Para ser un ironista hay que ser dueño de la ironía, que es el sutil instrumento que logra demoler la solemnidad.
Uno de los monólogos de más extraordinaria ironía es el que Shakespeare le hace decir a Marco Antonio en el solemne funeral de Julio César. Sócrates fue un ironista y nunca escribió un libro. Tampoco Castelo.
O al menos no lo publicó y eso tanto puede ser un signo de modestia como de sabiduría. Porque un creativo incesante como él acaso pensara que a medida que fuera escribiendo un libro ya estaba dejando atrás eso que estaba escribiendo. Digamos que Castelo es- porque “es “ y por eso este libro y esta presencia- un ironista que se está haciendo. Estar haciéndose es algo superior a estar hecho. Conlleva expectativas y la esperanza de que se está en trance y no en un lugar inmóvil. Alguien que es recordado se mueve en ese recordar de los otros e incluso adquiere nuevas e impensadas connotaciones. Sigue siendo él pero también lo que va recibiendo.
No debe ser cómodo tener un padre notorio y notable. Otra clase de padre no público permite el egoísmo familiar de no tener que compartirlo. La popularidad torna difícil el intimismo; aunque tal vez lo ahonda y lo aprieta en esos fragmentos que consigue separar de lo público. Este libro de dos hijas biografiando a su padre, lo prueba. Merece haber sido escrito y merece que sean ellas las autoras. Son fuertes. Sí. Fuertes. Ese fue su resguardo. Y si una de ellas ya no está es nada más que una ausencia cronológica. Una falta con aviso. Al concluir de leer el libro me pregunté cómo les había sido posible a Daniela y a Carla escribir esas páginas felices e infelices, dulces y amargas, trasgrediendo ese umbral de hipocresía o de eufemismos que abundan en tantas biografías. Algunas enfundadas en agua destilada y recato y melindres sociales, y por eso obviamente falsas aunque prolijas.
El padre que retratan a su manera es un antihéroe vulnerable y vulnerado y a la vez un “protagonista- personaje” pleno de aventuras urbanas y nocturnas acordes a un predador de su especie. Es un tipo tan original cuya provocación no se impone disfrazándose de provocador; porque él, y su don provocaban naturalmente. La ironía que le era intrínseca era el trazo fino de la sonrisa. Es admirable lo que hacen estas hijas: relatan al padre desde el relato de la vida, de la familia, de sus amigos y del escenario. Y desde sus creaciones, debilidades y desilusiones. Nos proponen un triunfador al que no lo exceptúan de magullones. No lo esculpen, lo amasan. No lo endiosan: lo humanizan. Nos cuentan un Castelo verosímil aún en sus tantas situaciones inverosímiles. Pareciera que cuando el retrato les sabe demasiado alabado, se exigen echarle una pizca de sombra. Son hijas atravesadas por la voluntad de la escritura. Nos cuentan entonces que Castelo logró que en su documento su edad figurara con diez años menos. Nos cuentan de deslealtades laborales que lo erosionaron a la par que a Castelo lo erosionaba el cáncer. Y nos cuentan de la amistad y de los amigos y amigas que formaron parte de su vida y a los cuales él dedicó un sumario que tituló: “En las buenas y en las malas”. Sumario en el que califica a sus amigos en los distintos rubros de emociones en que los consideraba. Así están los amigos hermanos, los de los dolores, los rockeros, los pendex, los sanguíneos y los de la infancia y los que ya no están. Son nombres conocidos o desconocidos. Y como en todo sumario valen las incógnitas. Habrá quienes se pregunten por qué no está aquél y está éste. Lo sabe Castelo. Las respuestas forman parte del suspenso. La vida los tiene. Y también este libro de vida.
Es que las dos hijas y hermanas cuentan cosas que podrían haberse guardado y omiten otras que-aún cuando lucían a priori relevantes- ellas no creyeron que eran parte de la sustancia. Las retratistas tienen su mirada y probablemente esa mirada esté mirando la mirada del padre. Pensé que como hijas eran atrevidas. Y enseguida repensé que ese es el rango espiritual que vincula a las retratistas con el retratado.
El atrevimiento es la forma del coraje en las cuestiones comunes o aún triviales de la vida. Se atreve o no se atreve. Hay quienes vacilan tanto que cuando se deciden perdieron las ganas de hacer aquello que los hizo vacilar. Muchas frustraciones se deben a la autorepresión por el que dirán o al temor por la mirada de los otros. La familia Castelo no se anda con remilgos y esa frontalidad se impone en el relato.
El protagonista del comienzo del libro y el del final siendo el mismo son como las dos caras de la luna: la iluminada y la que se oculta. Una sola no define a la luna. Tampoco a un hombre.
Otra ironía de la marca Castelo es hacer creer que la cara iluminada es la del personaje popular y conocido, y que la oculta es la que no pasó por los escenarios ni los medios. ¿Y si es al revés? ¿Si la cara oculta es la que creímos era la iluminada? Yo no me apuraría a jugarme por ninguna de ambas opciones.
Nuestra amistad aquella, de juntura en continuado, se fue desjuntando y haciendo más espaciada. No obstante logró resistir medio siglo.
Sí, medio siglo durante el cual lo vi agrandarse y expandir su irónica doctrina de jugar con el riesgo. No es casual que al comenzar el libro las hijas hayan reproducido esta confesión del padre: “Soy hijo de inmigrantes: es inevitable que sea melancólico. Tus viejos te transmiten esa nostalgia, esa angustia del que llega a un nuevo mundo. Yo, a los diez años- dice Adolfo- solía caminar por la cornisa de una casa que todavía existe, en Bulnes y Charcas. Eran tres pìsos: me movía al borde del vacío, remontaba barriletes. Estaba loco. Quería enfrentar una forma de vivir vacía, triste. Con los años, mis viejos cambiaron, pero las marcas quedan. Eso marcó mi laburo: amo la improvisación, el riesgo, la cornisa”, dice Castelo.
Sus hijas me empujaron a recordar tiempos ya remotos. Cuando compartíamos con él y nuestras dos mujeres y madres de nuestros hijos- que eran íntimas amigas- un sueñerío de lealtades y proyectos. En aquellos años de inmadurez entusiastamente prolongada, Castelo era el de la inmadurez más voluntariamente inmadura. Yo a su lado sentí, durante aquellos años- los sesenta y setenta- ese encantamiento que él producía en hembras y machos, o en poderosos y en “nadies”. Porque los menos temerarios nos sentíamos atraídos cuando él nos alentaba a andar por la cornisa. Bordeando el borde.
Lo cierto es que la mayoría de los hijos que pierden a su padre o a su madre se sienten culpables de no haberles dicho en vida tantas cosas que quedaron irresueltas o negadas; los ven partir sin haber conseguido romper la fina capa de eso íntimo que quería ser develado. Pero Daniela y Carla me sorprenden: no parecen haberse quedado con nada crucial que entre ellas y su padre no se hayan dicho. Y no basta el argumento de que los Castelo son una familia de diván y terapia, y eso justifica ese sinceramiento post mortem. Porque ese sincerismo no lo inaugura este libro: se nota que se practicaba entre ellos cuando estaba junta toda la familia. La de Elena, Adolfo, Daniela y Carla amándose y peleándose. Pero juntos. Ahora Carla sobrevive a esta inopinada y mortal deserción de su hermana. Y sólo ella sabrá qué grado de resistencia le ofrece a esa ausencia y qué intensidad de pulsión de vida le demanda.
Haciéndome ahora el ironista le digo a Carla que no se desilusione pensando en que su familia la ha dejado sola. Ni lo sueñe. Porque el amor de esa familia la va a joder y entretener de por vida.


Orlando Barone, 14 de Abril de 2011.

martes, 12 de abril de 2011

En mis ratos libres no paro

Milena me apura para que termine de escribir la presentación del libro “Castelo, diario de un ironista”, de editorial Sudamericana, escrito por sus hijas Daniela y Carla Castelo. Un libro duro, emocionante que relata una vida, un ingenio y un escenario íntimo y mediático. El acto de presentación será este jueves en el Soul Café de Las Cañitas. Estarán Adriana Varela, autora del prólogo y su psicoanalista del alma, Benjamín. Y estará Carla Castelo, pero no su hermana Daniela, que ha muerto.
Estarán grandes amigos de la cultura y del arte. Unos días después, el día 26, firmaré ejemplares de mi libro “Sólo ficciones”, en la feria del Libro a las siete de la tarde. No creo que venga Vargas Llosa ni que haya una multitud como la que él convocará unos días antes.
Después en mayo el 13 y el 14 daré sendas charlas en Río Grande Y Ushuaia por el programa de la Secretaría de Cultura. Y el 19 de mayo estaré en Tucumán en el Encuentro de Letras donde hablaré sobre “Periodismo ficción, receptores sublevados”. Trataré de no faltar a 6,7,8. De no abandonar mi diario trote por Plaza Congreso o la Costanera. Y de seguir luchando con mis contradicciones escribiendo y borrando, escribiendo y borrando el libro que- si Dios y el Diablo quieren- entregaré en un par de meses a Sudamericana y que tratará sobre “La Letra K, y su bestiario”.
Y en medio de todo eso se me plantea una duda: ¿Si el partido de Pino Solanas votó junto a Cobos en contra de la 125 y a favor del campo, si le hizo una denuncia penal a la Presidenta cuando se sacó de encima del Banco central a Redrado, y si con el bloqueo del diario Clarín reclamó a su favor por los riesgos que corre la libertad de prensa, a qué sector pertenece Pino, a la izquierda, a la derecha, al centro o al sector de los desorientados por encandilarse con el ego?

Chau, Orlando

jueves, 7 de abril de 2011

¿Quién cuida a la democracia de los que la cuidan?


Aporto el título de esta crónica en defensa de la democracia ante la amenaza de quienes quieren cuidarla. Lo digo en serio. Y además agrego que ya mismo hay que salir a socorrer de su cautiverio a gran parte de los legisladores sometidos a una prosternación que cada día les roe el ya escaso soporte de dignidad que les queda. Clarín no los va a liberar así nomás; las corporaciones menos. Se les plantea un dilema irresoluble: si son democráticos pierden; como antidemocráticos al menos van a seguir atendidos por sus dueños.
Ricardo Alfonsín, Mauricio Macri, Ernesto Sanz, Elisa Carrió, Eduardo Duhalde y Felipe Solá y una saga de opositores al Gobierno, firmaron y apoyaron ese indecoroso y antidemocrático documento que anuncia desde mismo dentro del Congreso: “Cuidar la democracia es el imperativo de la hora y lo vamos a hacer". Cínicos. ¿Cuidarla de qué peligro? Si son ellos el peligro.
Atrevidos componen un oximóron de demócratas antidemocráticos; de representantes o líderes del pueblo que lo vulneran y le mienten.
Permítanme caer en el lugar común de citar la fábula del zorro puesto a cuidar el gallinero. No son precisamente las gallinas las que se comen al zorro.
Pero el zorro mañoso y feroz es capaz de pintarse de bambi y hacerles creer que él las protege. Solo a un gallinero de gallinas estúpidas puede engañarlas el disfraz. Y solo a un zorro aún más estúpido se le puede ocurrir que no huele a zorro por más que se perfume de cervatillo.
Los que ruegan que hay que cuidar la democracia son los que por dentro la sospechan. Porque como la democracia es número, pasión y clima de época, los está desplazando hacia el sumidero. Todos los sondeos de opinión muestran cómo cada día que pasa el sumidero queda chico ante tanto caudal de fracasados. Algunos, que se resistieron a gatas a firmar, bracean desesperados ante el remolino pero no basta flotar para salvarse. Porque si no los arrastra el sumidero se los traga la rejilla.
El clima de época, en las urnas se pronostica torrencialmente soleado. Perdón: otro oximóron. Por eso, por solidaridad, habría que lanzar una campaña generosa para liberar a los opositores del cautiverio. Y si no quieren liberarse porque están confundidos y aman a sus apropiadores, al menos hay que dejarse de hipocresías y tratarlos como cautivos voluntarios.
Van a cuidar la democracia. ¿De quiénes? ¿De ellos mismos, los firmantes del documento del zorro? Si se dejan llevar por las ganas compartirían el Estado con Clarín. Y ampliarían el fraude de Chubut en toda la Argentina.



Por Orlando Barone, 7 de Abril de 2011.

lunes, 4 de abril de 2011

Bono no entiende

Déspota* La Plata se deshonra* Victor Hugo Morales sigue su aventura




Por Orlando Barone


No se entiende como el cantante Bono, a sabiendas de que aquí gobierna una dictadura, visitó a la presidenta en la Casa Rosada. Y para colmo a la noche se fue a comer feliz a la parrilla La Brigada. Y mientras él degustaba carne gourmet, que de tanta ternura se puede cortar con la cuchara, el alto periodismo argentino era atacado por pandillas fascistas. Una incongruencia ética.
No se entiende por qué el irlandés no hizo honor a su activismo a favor de los pueblos oprimidos. Y a su incesante defensa de los pueblos saqueados y sumidos en deudas externas tan cuantiosas que los chantajean hasta la eternidad y a los que él recomienda no pagarlas.
Lo único que falta es que después nos enteremos que Bono se hizo visitar en la suite por cuatro botineras. ¡Pobres Clarín y La Nación! Y él como si nada. No encendió la radio para escuchar a Jorge Lanata y Nelson Castro alertando sobre el silenciamiento que se viene tramando. Son los “más débiles” los que corren peligro. Los que parecían los más fuertes. Y Bono no puede ignorar lo que nos está pasando. Si al menos hubiera hecho un poco de zapping habría escuchado a las diputadas Giúdice y Patricia Bullrich denunciando el oprobio del sindicalismo bloqueando a los diarios. Bloqueando a la sociedad la información plural y democrática que recibe diariamente. Si no fuera por los grandes medios nadie se enteraría de la realidad atroz y corrompida en la que el país está sumergido pero Bono está en babia. Él se fue a manducar a la parrilla y se fue a saludar a la Cristina. Y no le importa que su recital sea en La Plata, la misma ciudad donde todavía está caliente el paso de Chávez. Ese déspota venezolano honrado allí con el premio al periodismo libre llamado Rodolfo Walsh. Si habrá sido absurdo ese premio al bolivariano que desde canal 5, y para injuriarlo, Eduardo Feinmann alabó a Walsh. ¡A Rodolfo Walsh! Enseguida se dedicó a putear a los piqueteros que cortaban una calle. Ese Feinmann es a Walsh como un chihuahua faldero que lame los pies es a un lobo estepario.
Sigo con Bono. Me sirve como hilo conductor de este relato inconducente. Más inconducente es la desopilante comisión legislativa que simula creer que la libertad de prensa tiene su origen en la casa de Magnetto, porque sabe que sin él la oposición no tendría sala para ofrecer sus actuaciones. A Bono le sobran salas de concierto. Lo que causa perplejidad es que estando en un país en riesgo de perder la libertad no reaccione. No pida visitar las prisiones donde periodistas encarcelados dan prueba de que el domingo que no pudo salir el “Gran” diario argentino fue una página en blanco. Tan en blanco como las informaciones que se ocultan. Como la de los hijos apropiados, la de la trampa a la Ley de Medios, la del contubernio de Papel Prensa y la de haber abolido al sindicalismo en sus empresas, etc.
¿Es que aparte de su cachet por el concierto, los de la Cámpora le pagaron a Bono sumas extras sacadas de la caja que estaba destinada a la leche de recién nacidos de regiones pobres? Así se justificaría que el músico candidato al premio Nobel de la Paz se niegue a enterarse y no lea las plegarias de Morales Solá y de Ricardo Kirschbaum. O será que los de Carta Abierta le lavaron la cabeza avisándole que los de Cablevisión y los jueces cautelares conspiran contra la infancia y no quieren poner en la grilla Paka Paka. Pero si eso es una burla. Ahí se lo ve a Dolina recomendando esa señal como si fuera un niño. Semejante grandote haciendo payasadas. Todo por plata. Por suerte el país tiene la escandalizada reacción de Pino Solanas escandalizado del escándalo y saliendo a defender a sus sponsors mediáticos. Cuando filme su próxima película sobre cómo se roban los glaciares, va a tener la promoción asegurada. Así como ahora tiene asegurada su exposición opositora que podría llamarse: “Sin retorno”.
Pero Bono sigue sin enterarse. Está bien que un ídolo como él no ande así nomás por la calle; y que los vidrios polarizados le impidan enterarse del clima de rebelión de Gran Medio Oriente que arde; y cómo el pueblo se subleva vitoreando a Clarín, La Nación y Perfil y vivando a la prensa libre, a Cablevisión y radio Mitre. Incluido Tenembaum, uno de los más perseguidos, que por suerte tiene un trabajo próspero a pesar de ser un adalid en la lucha contra el Poder. Esa contradicción es curiosa: los periodistas que se suponen luchan contra el poder son marginados. No tienen quien los banque. Sin embargo en la Argentina pasa lo contrario. Son ricos o exitosos o todo a la vez. Y ya que hablamos de poder… Bueno, hablemos del Poder, ya se sabe. Los periodistas cuando decimos “el poder” ponemos un acento conspirativo, o lo escribimos mirando fijo a la Casa Rosada y hacia la CGT y dando por supuesto que el poder está ahí. Y no en otras partes. Y eso nos explica. Nos explica sin explicarlo. Más explicada es la Academia Nacional de Periodismo. Existe. Una academia es como un club exclusivo. En este los asociados representan en su gran mayoría a los medios dominantes. No van a nombrar un académico que venga de un pueblo aborigen, de un movimiento popular, de una cultura antigarca. Salvo que entre de colado. Ahí lucen académicos de larga trayectoria democrática, republicana y bien argentina. Bien, bien ¿se entiende? Sus curriculums son más largos que sus propias vidas. Incluyen en sus páginas hasta haberse sentado una vez en un seminario en alguna academia de un barrio de Tasmania sobre algún tema innecesario dictado por otros académicos idem. La experiencia no les dio conocimiento pero sí un diploma de asistencia que en el cerebro no sirve para nada. No pocos de ellos alabaron el genocidio, mimaron represores, chantajearon o intentaron sabotear gobiernos democráticos. Pero se sienten académicos. Reconozco que hay otros miembros que no militan en esa mi prejuiciosa semblanza y cabe preguntarse.¿ Cómo conjugan con aquéllos? Es que el sello de una institución es una cosa seria. Cuando uno se muere te mandan una corona que dice: de la Academia de qué se yo qué etc, etc. Y los deudos sienten que esa corona es un privilegio. Que el muerto pertenecía.
Los clubes a que me refiero otorgan premios a sus socios y -para justificarse- cada tanto nombran a algún académico de rango popular que los provea de alguna honra que se les pierde en sus avatares y mutaciones. Y agachadas. Victor Hugo Morales al enterarse de que la Academia de Periodismo se acopló a la denuncia sobre el supuesto ataque a la libertad de prensa, acaba de presentar su renuncia. Se ha lanzado a una aventura inédita para un periodista destacado, casualmente en los medios a los que sus “destacados” se someten mientras él se rebela. Probablemente al aceptar integrarla Víctor Hugo no se acordó de aquella advertencia de Groucho Marx: “No sería nunca miembro de un club que me tuviera como socio”. Un tipo como él no viene del lugar que la Academia considera de los suyos. Su procedencia intelectual es, cómo decir modesta e impura para los que veneran el envase de tradiciones y familias. Él no se merecía ese carnet. Y menos el carné se merecía a Victor Hugo. El mismo que supone dar lustre ahí a académicos laudatorios de las corporaciones vaciadoras; entre los cuales prevalecen quienes ejercieron cargos directivos en La Nación y Clarín. Muchos no resistirían una relectura de sus artículos sin algún remordimiento de épocas de dictadura, persecuciones y censura donde ellos se lucían con libre albedrío.
El problema es que una academia de periodismo es como una academia de hipocresía. Allí se juega a defender la democratización de la palabra bajo el guión de los patrones.
Al unísono el colectivo opositor que sale a defender a la prensa dominante bulle casi feliz de poder demostrar su fidelidad a quienes les hace creer que todavía están políticamente vivos. La paradoja es salir a defender la libertad de prensa siendo que esa libertad tiene apropiadores que la acaparan. Para eso los acaparadores invirtieron tanta plata. Si ese es el principal valuarte de la democracia- como dice la leyenda, que debería volver a reconsiderarse- entonces habrá quien compre la mayor cantidad de libertad de prensa y sea dueño de ella. Y de su delivery. En tanto Bono pasó por aquí sin enterarse del riesgo que amenaza la libertad de prensa. Hasta le regaló entradas a las Madres en la primera fila.
Así, apoyando al fascismo no va a ganar nunca el premio Nobel.


Publicado en la revista Debate, el día 2 de Abril de 2011.