lunes, 31 de mayo de 2010

La casualidad de la patria y de la culpa

No creo que el Gobierno Nacional tenga la culpa del apoteótico festejo del Bicentenario. No tiene la culpa porque nada bueno puede atribuírsele: es lo que dice el relato sano de los medios más democráticos. Tampoco creo que el Gobierno haya hecho la fiesta a propósito para acomplejar a los opositores infundiéndoles el miedo a que se están empequeñeciendo. ¿Más todavía? Si el tamaño político de la oposición es brevísimo. Porque el complejo de inferioridad es un síndrome de tanta sabiduría que solo ataca si tiene motivos valederos. Ataca a quienes alardean y presumen de gigantes y apenas encuentran un peldaño algo más elevado se dan cuenta de que ni alzados a babucha pueden subirlo. Es decir: para tener complejo de inferioridad el acomplejado tiene que tener argumentos. Tampoco hay que atribuirle al gobierno la responsabilidad del estado de ánimo popular de las celebraciones, ya que tanta alegría y alborozo fueron pura casualidad; como fue pura casualidad el estado de ánimo desalentado aquellas noches de diciembre de 2001. La gente sale porque sale. El Gobierno no puede tener la culpa de todo. De que derramados de a millones los argentinos sean tan patriotas y pacíficos y hayan desmentido a la idea de que viven sumidos en la violencia y el caos. Maliciosos, algunos, están empezando a decir que con lo que costó se hubieran saciado muchos estómagos en ayunas. El yacimiento de necedad es infinito y no paran de derramar su contenido. Según el editorial del domingo del diario La Nación, “el deseo egocéntrico del Gobierno de asumir como propia una celebración histórica quedó reflejado en varios ejemplos de sectarismo”. Ese no es un complejo de inferioridad sino de insensibilidad y de obsolescencia analítica. La fiesta ya se terminó y están diciendo que ahora habrá que empezar a pagarla. Los de la Mesa de Desenlace rezongan que se va a querer pagarla a costa de la soja que ellos esconden en los silos; otros accionistas de ADEPA especulan que se va a pagar gracias a meter la mano en Papel Prensa. Y otros de la misma senda oblicua, a que si se aplica la Ley de Medios el Gobierno se apodera de todas las radios y canales, y también de los periodistas, incluyendo a los periodistas independientes que son los más caros. Pero de lo que creo que el Gobierno no tiene la culpa es de estar otra vez creciendo en favoritismo y adhesión ciudadana. Deben de ser los vahos locos de la fiesta y porque los encuestadores encuestaron a muchos borrachos deambulando por la 9 de julio. La que mejor descubrió por qué la fiesta tuvo tanto éxito es Elisa Carrió, que dice que es por la crisis: porque cuánto más crisis hay-dijo encendida de intensidad fluorescente- más se entusiasma la gente y sale. Sí, igual que en Bagdad o que en Grecia. En fin no creo que el Gobierno tenga la culpa de esta celebración del Bicentenario. Si alguna culpa tiene es de conseguir que la casualidad lo beneficie. Y será también la casualidad la que hoy beneficia a tanta gente.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 31 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

viernes, 28 de mayo de 2010

El fútbol, la alcoba para cobayos

Los futbolistas del seleccionado no deberían permitir ser tratados como cobayos. No pertenecen a la fauna sino al género humano. Imponerles un permiso público para que puedan copular es una intrusión en la intimidad. Un conventillerío de fisgones.
Además esa idea estúpida de que con las parejas estables sí pero con parejas pasajeras no, discrimina acerca de la presunta calidad de una u otra cópula. ¿Por qué la estable es más sana y por qué la otra es más impura? ¿Y a qué viene discutir la abstinencia o el derroche ante toda la sociedad, si lo que vale es el convencimiento individual y la reserva del consultorio y entre dos personas? Son eso-personas- no entes atacados de incontinencia sexual al acecho de nalgas. Y no forman una jauría de machos oliendo hembras y como si la libido no tuviera en ellos ya suficiente con el juego.
Se sabe que ni el confesor ni el sicoanalista deben revelar nada acerca del confesado o del paciente; tampoco los médicos deberían hacer público los diagnósticos, recetas o programaciones sexuales de los jóvenes futbolistas a quienes atienden.
Propagar a los cuatro vientos qué tipo de sexualidad les sienta mejor a quienes son notorios y afectuosamente individualizados, sugiere exhibirlos ante la sociedad como una especie a la que se somete a experimentos de alcoba.
Y si existen recomendaciones y reparos científicos para considerar las consecuencias del acto sexual en vísperas del campeonato mundial, bastaría limitarlas a la pura relación de cada futbolista con el médico o el entrenador y con su libido.
Hay una lógica de comportamiento que todo profesional cumple o debe cumplir; y no parece digno exponerlos igual que a los convictos a los que se les permiten acotadas visitas higiénicas.
Ni las mujeres, ni las parejas, ni las amantes de los futbolistas- sean bellas y famosas o no lo sean- se merecen el cotorreo masturbatorio de los medios. La tendencia a creer que los deseos “de deseo” del jugador tienen igual destino de exposición que las jugadas de un partido, son un argumento mercachifle. Pero lo que vende se vende. El voyeurismo mediático tiene mercado. Y es atractivo y suspicaz un relato de jóvenes calientes.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 28 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

jueves, 27 de mayo de 2010

La historia “desescribida” y la que se está escribiendo.

Si a la historia argentina la siguieran escribiendo los mismos que la escribieron durante un siglo y medio hasta mitad del siglo pasado, todo cuanto de fraternidad pasó en nuestras calles estos días sería soslayado u omitido. Esa antigua historia oficial – que hoy se está “desescribiendo” aceleradamente- centraría el relato del Bicentenario en el teatro Colón, en la ausencia de la presidenta y en la crispación alentada por el gobierno. La imagen simbólica, preeminente, sería la de un cardenal de túnica púrpura ante una feligresía escarapelada y emponchada de sastrería, hincada en los oratorios de espaldas a la calle. Y si ahora no hubo reyes o infantas, como en el primer centenario, es porque últimamente por allá están algo desairados por la desolación social que los acosa. Pero qué fasto en el Colón. Cuánta celebridad, qué vestuario y nómina de asistentes y qué glamour, nos contaría en el futuro esa historia oficial aprobada por los medios, sus aliados naturales,y por algunos desorientados cronistas que no encuentran su lugar en el no lugar desde donde quieren relatarnos. Pero esa clase de historia ya no es posible porque la que ahora se usa es otra de letra sudada, garabateada y escrita por alfabetos y analfabetos, por nosotros, por algunos genios de entre nosotros, y por desenterrados fantasmas que nunca estuvieron muertos. La nueva galería de próceres latinoamericanos-algunos reveladores, otros bastante incorrectos- es un indicio. Son tipos que en el primer centenario hubieran sido impresentables. Por esas paradojas esta vez los más impresentables estuvieron en el Colón y no en las calles. La presencia allí de Héctor Magnetto fue una de esas afrentas sociales a la que la concurrencia no consideró afrenta. A su lado Ricardo Fort y otros mascarones fueron pintoresquismo inocuo. Esta vez la celebración del Bicentenario de la Patria no va a quedar en la historia por la fiesta de reestreno del teatro de más rango. Mal que les pese a algunos historiadores todavía cautivos del miriñaque y del frac, del apellido largo y de la heráldica de choznos. Y entre ese paseo sobre la alfombra roja con acento de figuración y farándula y el paseo amontonado del pueblo, lo que va a quedar es lo que este escriba. Y ahí se vio a la presidenta entre todos moviéndose al ritmo popular de las comparsas. Lucía tan feliz como los que en las calles la hacían feliz a ella. Y mientras se balanceaba sin remilgos del cargo, se sintió que su ausencia del Colón la merecía toda esa multitud que la rodeaba. Y que hubiera sido inmerecido verla en un teatro donde muchos no deseaban ni verla. Los argentinos de afuera del Colón no hubieran merecido sentirse hostilizados por los que adentro hubieran hostilizado a la presidenta. La única crispación del Bicentenario está encriptada en quienes por más brillos que se pongan, Miran pasar la patria desde sus criptas. La fiesta de la gente los sorprendió con sus mortajas puestas. El gobierno no es el dueño del fervor, pero el fervor se expresó con este gobierno.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 27 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

martes, 25 de mayo de 2010

Versos escolares para un 25 de Mayo

25 de mayo, bicentenario,
qué está pasando
entre empanada y locro,
entre la gente y la gente,
entre un gol y otro,
entre Maradona y nosotros
que la patria ha dejado
de empequeñecerse,
y se agranda,
aunque haya deseantes
que desearían achicarla
y no pueden,
y acaban agrandándola
por contagio
de tantos empecinados
en agrandarla.
De tantos nutricionistas
De la patria.
Qué está pasando
25 de Mayo, bicentenario,
de ganas de recobrar
lo expropiado, de
recuperar lo perdido,
de conquistar lo inconquistado.
Dia escolar, dia nostálgico, dia
de desviadas historias
y de encantos encantados
y desencantados;
dia de intensidad de porvenir
y de pasado superado y no superado;
dia de estatuas intocables
porque son intocables los héroes
intocados;
y de estatuas falsas también,
sometidas al juicio
de la historia y la justicia
y merecidamente desestatuadas
como si les llegara al fin
el tiempo de volver a no ser estatuas.
25 de mayo de 2010,
bicentenario, qué está pasando
que el país de fiesta
luce más natural
que el que cuentan las malas páginas
de los narradores amargos
a los que no hay goles que les cambien
el relato. No hay estrellas
que le cambien la mala noche.
Pase lo que pasare, lo que pasa
Este 25 de mayo
es para que el alfiler de la escarapela
nos pinche dulcemente el corazón
argentino.

Carta leída por Orlando Barone el 25 de Mayo de 2010 en Radio Del Plata

lunes, 24 de mayo de 2010

La fiesta es la fiesta: la nuestra


La fiesta que se está celebrando sobre la avenida 9 de julio surge como una sorpresa. Por más programada que estaba, el feliz resultado la excede. La potencia.Mirá vos de lo que somos capaces. De esta maravilla, de este espectáculo continuo que parece creado por algún encantamiento mágico o por alguna injerencia del Primer Mundo. ¿Donde estuvieron ensayando, cómo se mantuvieron en secreto silencio tantos participantes con sus coreografías y vestuarios? Si de cualquier desfile de moda y de farándula se cuentan las vísperas y el detrás de bambalinas, ¿por qué de tamaño diseño cultural se ignoraba el preámbulo? Ni la nota anticipada con artesanos, con escenógrafos, con vestuaristas. Nada. Lo cierto es que las crónicas elegían ignorarlo. Les atraía más el caos de tránsito. Hasta hace unos días los relatos mediáticos solo insistían en contarnos acerca del desorden que provocaba en las calles la preparación de escenarios. Para qué tanto lío: el centro es un infierno, nos decían con plañideras congojas de gasoil y de atascos. Sus miradas de mosquito no eran capaces de ampliarse a la comprensión de ese todo de gran fiesta que para ser construido requería de un contexto de trabajo y de forja. Con pobre y limitada imaginación, y mezquinas intenciones conscientes o inconscientes, los enviados de grandes medios no se atrevían a emitir mensajes alegres ni ningún deseo que tentara al entusiasmo argentino. Caos y alarmas de posibles piqueteros malos que aguarían la fiesta y esa delectación morbosa en anunciar el mal tiempo que iría a desairarla, eran los pregones mediáticos mayoritarios con tono de pálida. ¿Pero que ocurrió entonces? Ocurrió que por uno de esos resquicios de la realidad, pintada diariamente de colores sombríos, aparece la patria de nosotros. La de nuestra sociedad plural que, contra viento y lluvia, se adueña de la 9 de Julio y recobra una fuerte intensidad ciudadana. Cientos de miles de personas llegan y siguen llegando hasta aquí, la ciudad por antonomasia, a la par que se desarrollan desfiles y actos de música y de cultura. Y decenas de ídolos y de protagonistas, de creadores y de artistas, muestran sus dones en la fiesta. Cantan y bailan. Y la gente se entretiene, se emociona y pasea. Algo debe de haber en el sustrato del pueblo que suele omitirse del relato oblicuo o torcido de ciertos y señalados grandes medios; algo latente que surge feliz y colectivamente aún empapándose hasta el ombligo. ¡Qué fiesta! Pasada por agua pero más intensamente pasada por el soleado de las ganas. Ninguna sociedad triste y desesperanzada podría ser capaz de ofrecerse como ésta tan feliz y pacíficamente. Si esta carta se leyera en uno de esos programas stándard debería concluir con una frase idiota como esta: “La gente festejó a pesar de las disputas con el gobierno”. A pesar y pero. Latiguillos crispados y conspirativos. Para los agoreros mediáticos, que la sigan disfrutando.


Carta leída por Orlando Barone el 24 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

viernes, 21 de mayo de 2010

Llegaron esos otros que llamábamos indios


Es cierto lo que escribía Sandra Russo hace unas semanas: que conocimos antes a los sioux que a los mapuches. Es decir: crecimos y crecemos ficcionados por Hollywood. Continuándola a Russo, uno podría decir que los indios que nos mostraba y muestra nuestra historia son malos. Siempre aparecen en malones y secuestrando bellas blancas para hacerlas cautivas. Acechaban en las pampas y montes con sus lanzas, y atacaban al hombre civilizado que nada más quería posar su voluntad de trabajo sobre esa tierra gratuita que Dios ofrecía. El único indio bueno que nos enseñan es Ceferino Namuncurá: un chiquillo patagónico mapuche hijo de un cacique, que de creer en dioses paganos pasó a creer en Dios, en la Iglesia y en los blancos que generosamente los invitaron a civilizarse. Recién casi un siglo después la jujeña Milagro Sala surge como una imagen de india buena, pero por causas más terrestres y revolucionarias de las que carecían aquellos indios conversos. Y tuvo la culpa Osvaldo Bayer con su “Patagonia rebelde” al removernos la inculcada idea de que la patriótica Conquista del Desierto fue la conquista a mansalva de los nativos que lo habitaban. Hoy los pueblos originarios- nombre que aglutina e identifica a tobas, huarpes, comechingones, wichis, guaraníes y mapuches y etc.- están ya en el obelisco. Un mutuo asombro corre de uno y otro lado.
El de los pueblos aborígenes de la caravana con sus ojos conmovidos ante esta ciudad alta, exótica, y sin horizonte. Y el asombro de los residentes urbanos- de nosotros, los beneficiados de la campaña del desierto- al ver esas etnias del Nacional geographic, pero vivas. Para entender esa nueva inclusión en la historia de quienes fueron borrados de ella como de sus territorios, se tendrá que transformar dentro de uno aquellos cánones e influencias anacrónicas de abuelos y de padres, de libros y maestros. Abrir el manual cerrado de la cultura para ingresar capítulos omitidos largamente. Lo que hoy está ocurriendo es como un movimiento de introspección colectiva extraordinario. Aún asumiendo el rechazo de quienes siguen recluyéndose en prejuicios. Porque hoy los argentinos nos vemos desafiados a mirarnos en el espejo entero. A compartir aquella imagen que bajaba de los barcos – o después de los aviones- con esta otra que brota de la tierra desde una antigüedad que torna reciente nuestra estadía blanca. Los pueblos originarios no llegaron aquí a exhibir ante el turismo su pintoresquismo ni mansedumbre resignada. Entre ellos nuevos liderazgos se proponen ambiciosas reivindicaciones. No hay que caer en la condescendencia perdonavidas del asombro étnico. Los pueblos originarios somos nosotros. E igual que cualquier grupo ciudadano o cultural piden, exigen, esperan, acuerdan o resisten. Y legitiman su inclusión e integración en la historia moderna, pero sin dejar de ser ellos. No son intrusos de la patria: son socios vitalicios.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 21 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

jueves, 20 de mayo de 2010

Qué día para el “Grupo hegemónico”

Para el grupo Clarín los dos últimos fallos o judiciales colmaron su día. Le ensombrecieron el 19 de mayo. Ambas decisiones judiciales-una para dar curso al trámite de verificar el ADN de Marcela y Felipe Noble en el banco nacional genético del Hospital Durand, y otra donde la Corte concede que la Ley de Medios pueda liberarse del intencionado cerrojo de un juzgado, extienden sobre la corporación mediática un velo oscuro. Como si de pronto las maniobras hasta hoy exitosas para negar y atrasar la marcha de la Justicia, empezaran a padecer el paulatino peso de la derrota. Hay días en que uno no se levanta con el pie derecho. O si es zurdo no se levanta con el izquierdo. Días negros. En los cuales ningún horóscopo da una buena noticia. Imaginen ustedes por ejemplo, de qué color verá el día y los días Mauricio Macri ahora que el juez se empeña en investigar las llamadas de los teléfonos que Macri usó durante todo esta patraña. Entonces, cómo no deducir que estará pasando por el Grupo Clarín y su cadena de empresas y sub empresas mediáticas. Es fácil predecir el alboroto leguleyo, la histeria del Directorio y el desasosiego de los sospechados y de los involucrados. Deben estar cundiendo momentos de una densidad de suspenso y de una inminencia de escándalo. Por las cabezas y los espíritus de quienes hasta hoy se sentían inmunes, impunes, y lejos de la probabilidad de ser penalizados, debe estar acumulándose un peso de montaña. ¿Y si la Ley de Medios se aplica antes de lo que se espera y desespera, y si se disipa el largo enigma de los famosos hijos adoptivos? ¡Uy! Dios mío. Cómo maldecirán los accionistas, los proveedores, los clientes del grupo. El día negro, o la semana negra o el futuro negro de Clarín se deslizan ya a través de las agencias de noticias internacionales. Y miles de trabajadores sujetos por sus salarios y carreras a los centenares de medios de los que el grupo es propietario, se verán a si mismos en un impensado o inmerecido purgatorio público. Los políticos que transitan por sus micrófonos y pantallas haciéndose los neutros ya se plantean que ese tránsito no solo no es neutro sino que es grave. La exposición en esos medios enturbia al expuesto y lo ponen en riesgo ético. Es que el ADN más famoso, manipulado y arduo, y la Ley de Medios más democrática y removedora, se instalan hoy como una fresca realidad sobre un viejo embaucamiento. Los diarieros también deben estar asombrados e inquietos. Los lectores, televidentes y oyentes de los tantísimos soportes del monopolio se sentirán defraudados en su credulidad de años. Pero esta vez no habrá deseos colectivos de defender lo indefendible. Tampoco hay lugar para lamentos corporativos. Porque este no es el acecho a la prensa libre a la que el periodismo y la sociedad por tradición tienen que salir a proteger, sino lo contrario: es la reivindicación del derecho de sus victimas y de sus damnificados. Lo invulnerable, al fin, está siendo legalmente vulnerado.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 20 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Viva el video íntimo

Pensar que hay gente que todavía no se filmó haciendo sexo. Gente ya adulta o grande que compartió y convivió camas y vida con varias parejas y ni siquiera tiene un mísero video. Ni una imagen íntima de su propia cópula. Un seno, un trasero, un pubis. Aunque sea la parte en que ambos se desnudan. O se empiezan a tocar despacito. Un documento, un testimonio escénico como para no llegar a la vejez sin haberse visto reproducidos, registrados en esas circunstancias privadas. Cada día más el público lo pide. ¿Cómo reprimirse de la chance de conservar el video como posible instrumento de chantaje cuando el amor es sustituido por el odio? En el momento de ruptura uno de los dos, o los dos, se delatan al desnudo. Lo propagan por la red y les dan un festín a los amigos y vecinos. Lo que antes era exclusivo de películas prohibidas ahora se ha democratizado. E involucra a personas anónimas que imaginan y fantasean convertirse en estrellas porno amateurs. Negarse a la exposición sexual es como negarse a mirarse al espejo por modestia. Hoy una pareja que no quiere sentirse incompleta no puede inhibirse de autofilmarse en plena actividad de la libido. Si cualquiera lo hace: hasta los chicos y los púberes. Pero aún hay gente antigua. Gente que reserva su intimidad y que por egoísmo no la comparte.
Gente clásica que todavía cree que el sexo es algo personal, algo exclusivo de la pareja.
Ni siquiera se les ocurre ir más allá de dos porque hablar de tres o de cuatro y de incorporaciones más extravagantes, le produce represión y vergüenza. Para qué si no van a estar en youtube o en facebook: para mostrarse. Para dejar de ser nadie. Para lucirse. Y qué mejor que en esa oportunidad. Porque un encuentro ocasional, un noviazgo, un amantazgo, un matrimonio se merecen más que la mezquindad de cuatro paredes. A esta altura de la modernidad no se concibe renunciar al beneficio del placer exhibido. Habrá que actualizarse. Ya que sin protagonizar un video sexual uno queda afuera del mundo.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 19 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

martes, 18 de mayo de 2010

El espejo compara y la inclusión no excluye

La ruina de hoy, de Europa, es un espejo que refleja a la ya superada Argentina de las ruinas. No da alegría esta España toreada en las entrañas por la crisis ni dan alegría Grecia y Portugal ni Islandia. Tampoco aquellos países de paladar negro ahora mestizados de perros de la calle. No se goza con la comparación que beneficia: por solidaridad se comprende y se connota. Pero el espejo ése- el del ajuste, el desempleo, la desesperanza social del mundo rico - refuerzan la razón de esta etapa económica y política argentina. Mientras allá los inmigrantes empiezan a padecer la exclusión y la xenofobia-porque dejaron de ser útiles y sobran- aquí en la Argentina el cartel de bienvenidos se ofrece a los viajeros más lejanos y más humildes. Y a los argentinos que se fueron en los años del derrumbe también se los recibe como si no se hubieran ido. De aquí se va y se viene sin perderse la libertad de hacerlo. Y si algunos los rechazan egoístas y hostiles, son menos que aquellos que no cierran la puerta y que aún la abren a quienes por tantos motivos o causas la cerraron al irse. Acaso la palabra más certera de este tiempo es “inclusión”. Con todas las variantes verbales de incluir. Nosotros incluimos; el país es inclusivo. El sistema que orienta, las medidas que se toman, los derechos humanos nos incluyen a todos quienes no se excluyen. Incluimos la adhesión pero también la protesta. Y cuanto más protesta con razón hay, o a veces injustamente y sin razón se producen, menos se excluyen y menos se reprimen. Basta que haya deseos, aunque no haya nada más que eso, para que el de acá o el de allá se incluyan sin que se les mire la etiqueta. Inclusión es el lema que sugiere el bicentenario argentino. No rejunte ni amasijo ni calculado consenso. Inclusión a un modelo de construcción inclusivo. Convencidos, los incluidos de la geografía de inclusión no están obligados más que a sentirse incluidos. La elección de los líderes está sujeta al ideal o al capricho; al interés o a la causa, pero siempre incluyentes. Entonces sí, se es libre de discutir, pero sin excluirse de la geografía inclusiva. Lo que queda claro en la Argentina de la inclusión es que se cancela la Argentina que excluye; de modo que los que excluyen se cancelan o cancelarán a si mismos. No hay forma de excluirse de la Argentina de la inclusión. Salvo los excluidores ya crónicos, los que mienten porque la inclusión no les calza, cada vez hay más del lado del mensaje incluyente. El espejo de la ruina de países de paladar negro nos recuerda y advierte.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 18 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

lunes, 17 de mayo de 2010

Rugido radical


El senador Ernesto Sanz sabe mucho acerca de los pobres. Lo que sabe lo sabe tan bien que cuando habla sobre ellos denota de donde le viene esa sabiduría. Es natural a su naturaleza. El radical acaba de decir con solvencia intelectual y moral que los beneficios de la asignación universal por hijo lo que están consiguiendo en el conurbano es aumentar “la droga y el juego”. Remite a aquella mitología gorila de los años cincuenta que decía que los “peronchos” a quienes el Estado les regalaba viviendas, arrancaban los pisos de “parqué” para hacer el fuego para el asado. La gracia del medio pelo era decir que como la tablita de madera en su reverso tenía alquitrán, eso hacía más fácil y rápida la llama. Lo increíble es que lo creían gentes letradas, muy letradas de prejuicios. Pocas veces como hoy esas raíces antiperonistas han fertilizado tan exitosamente: Gerardo Morales, Aguad, Cobos, Silvana Giúdice - por citar una feroz vanguardia parlamentaria- confirman la evolución generacional del radicalismo. Elisa Carrió y López Murphy como ex miembros del tronco no lo desmerecen. Ya en 1947 otro radical –el diputado Sanmartino, igual que Sanz llamado Ernesto- se refirió a los descamisados peronistas como “aluvión zoológico”. No hace falta aclararlo: presuponía que millones de peronistas eran una “turba animal y morocha lanzada contra la civilización blanca”.
La base política de radicales como Sanz se asienta sobre prejuicios históricos antipopulares y rabiosos como lo son “negrada”, “grasa” y más actual: “clientelismo”. Muchos como él, el 25 de mayo estarán en primera fila en el Tedeum piadoso de la Catedral.
Ahí sí en esa caja de resonancia democrática y purificada por eclesiásticos altísimos, los pobres adquieren en la retórica santa el envase de cristiana piedad que este gobierno hereje les niega. Con su malintencionada desinformación Sanz olfatea vicio donde hay virtudes. Contrariando así las verdaderas y favorables consecuencias del plan de Asignación universal, que reduce los umbrales de pobreza y de indigencia y aumenta la asistencia escolar y rescata a los chicos de las calles. En su catarsis segregatoria –después corregida por vergüenza-el senador se olvidó o se contuvo de aportar algún otro ingrediente bárbaro. Decir por ejemplo que por embolzarse más dádivas las parejas de villas y asentamientos se prodigan en el acto sexual para engendrar hijos a troche y moche. O que hasta son capaces de robarse bebés entre si para multiplicar sus ingresos. Ya hubo infundios sobre falta de gente para levantar la cosecha: sospechan que la asignación por hijo alienta la vagancia. Cuando lleguen a la ciudad las marchas de los pueblos orginarios habrá un festín gourmet de prejuicios. Lo único que nos faltaba-dirán- que los indios pretendan indemnizaciones precolombinas. Tinelli se burló en su programa de una población guaraní asustándola con una topadora. Hace poco el conductor de un programa radial tuvo que desdecirse después de calificar a los piquetes como “indígenas incivilizados”. No es casual que desde la oposición se emplee el sustituto de “yegua” (por empecinamiento zoológico) para no nombrar a la presidenta. No hay forma de evitar el prejuicio: lo que podría evitarse es votarlo.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 17 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

jueves, 13 de mayo de 2010

El “Yo”, es la persona más solicitada

Cuando Dios dijo “Ego sum qui sum” (Yo soy el que soy) desató sin querer o queriéndolo, la tempestad del yo humano. La televisión es el continente donde más se desata. El “yo” o el shó, según sea la fonética del que lo pronuncia, es tan excesivo que a veces hace dar arcadas a su propietario. Se dice que es la persona que más cerca está de uno y que por eso siempre está mano. Hay manoteadores de “yo” rehenes de una adicción imparable. Vedette, políticos, deportistas, periodistas, intelectuales y anónimos. El psicólogo y filósofo Piaget nos explicó acerca de que los niños son naturalmente propensos a ejercerlo. Pero cuando los “yoistas” son los adultos eso es enfermo. “Yo” es una sílaba egoísta, egocéntrica, egolátrica y egotista. Cuando alguien al hablar empieza con “yo” revela desde donde viene su mensaje. Del ombligo. “no es porque yo lo diga, yo lo vengo repitiendo, antes que yo lo dijese nadie lo decía, yo sé de qué se trata, yo me lo merezco, yo me la banco, etc…” Sigmund Freud lo aplicó en su conocida teoría de la estructura mental. El “yo” como protagonista de la mente consciente. Entonces uno se pregunta ¿qué pasa por la mente de un o una aspirante a idiota, aplazados en idiotismo, que atorados de “yo” nos inundan sin misericordia? Últimamente es en los conventillos de la televisión donde desbordan personajes que viven tan entusiasmados con sus “yo” que no reparan en que existen otros pronombres colectivos. Los ignoran. Son adultos a destiempo: con patología de la infancia. Da vergüenza ajena y vergüenza propia asistir a sus riñas de “yo” públicamente. Con tal de exhibirlos aunque sus “yo” sean un vaniloquio infundado, son capaces de descuartizarlos descuartizándose, y de exponerlos en las más ominosas circunstancias. A este paso va a haber muertes súbitas misteriosas, a causa del “yo” porque de tanto inflarse adentro implosiona. Hay pocos/as con talento o con genio en quienes su “yoismo” luce algo justificado.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 13 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Periodismo mítico, periodismo final

Hubo un tiempo en que para afirmar o asegurar la verosimilitud de una noticia se decía: lo dijo la radio, o lo ví por televisión o lo leí en el diario. También se decía lo dijo tal o cual periodista, dando por sentado su fiabilidad o su infalibilidad. Había un consenso colectivo no escrito de que los medios de comunicación únicamente comunicaban, y no corría como hoy la sospecha acerca de que esa misma comunicación podía manipularnos, engañarnos, mentirnos. O disolvernos en un conocimiento tóxico cuya consecuencia es el desconocimiento. Entonces, antes de que la red mediática nos hiciera extraviar por su ya indescifrable laberinto, la sociedad se comportaba entre el candor y el acto de fe. El periodismo no estaba aún en el purgatorio, expuesto ante un tribunal público lo bastante indignado de haber sido embaucado y hasta de haber alentado a sus embaucadores. Todavía en el mundo no se habían descorrido velos de armas de destrucción masiva inexistentes, velos de países de economías exitosas en ruinas y de globalizaciones que prometían equidad y se revelan demoledoras. Ni entre nosotros se descubrían los secretos de corporaciones presuntamente solo de comunicaciones, pero que a escondidas lucran por igual con el pasado, el ADN de alquimia, los jueces con las charreteras puestas, el ruralismo angurriento y hasta la plusvalía de los orfanatos. Los medios de que hablo antes lucían como medios no como fines de acumulación de beneficios, ni de fertilidad de lobbies y de conspiraciones.
Y los periodistas, presumíamos –y hasta nos creíamos- sostenernos en el soporte de la libertad individual e intelectual, exentos de la obligación laboral de arrendarnos a patrones, empresas, instigaciones de acá y de allá e intereses tan vastos y surtidos como las páginas de avisos clasificados o las tandas publicitarias. Todos participamos largamente de un hipotético consenso de certidumbres excepcionalmente, a veces tocado por alguna que otra desconfianza. Nos apropiamos de relatos transferidos sin ofrecer resistencia y ofreciendo colaboracionismo narcisista y en ocasiones bien remunerado. Consagramos palabras como “escándalo” sin escandalizarnos por usufructuarlas indiscriminada y capciosamente. Algo pasó de pronto en el antiguo juego. Ni las universidades de periodismo se salvan. Tienen que empezar a aprender a enseñar de nuevo y a enseñar a los enseñados como si estos o nosotros nunca hubiéramos aprendido. En buena hora este “mani pulite” del periodismo argentino. Lo que se reedifique de los escombros acaso tenga sino la verdad al menos la certidumbre de qué y cuántas identidades quedan después de caídas las máscaras. Pero ya nada será igual y para no quedar en ridículo ya no habrá más lo dijo la radio, ni lo vi por televisión ni lo leí en el diario. Pudo haber pasado que el periodismo, de tanta importancia y poder que adquirió acabó en olvidar el motivo de su orígen por la tentación de los negocios. Hoy ya desatado el debate, la duda y la suspicacia nos revuelan las plumas y nos despluman dejándonos nerviosamente sincerados detrás de bambalinas; aunque aún sin sincerarnos con el público. Algunos pían asustados al verse expuestos sin maquillaje; otros sienten alivio y confían en rehacerse más legítimos. De estos será el reino de los cielos.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 12 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

lunes, 10 de mayo de 2010

Corrupción, palabra que también se corrompe

Como una palabra apta para demoler la confianza en un gobierno, “corrupción” es hoy pronunciada con frecuencia extorsiva. Lo que no se logra con las buenas se logra con las malas. Y la corrupción es un arma altamente mediática aunque no ofrezca pruebas. Basta instalarla como escándalo o sospecha. No hay tapa de diario ni periodista famoso que no la incluya como retórica moral para sublevar la dignidad de ciudadanos honestos. Se presume que aquel que denuncia corrupción no necesariamente la practica. Es una palabra que purifica gratuitamente a cualquiera que la pronuncie. La Iglesia argentina es la que más la expurga en sus arengas. Lanzada al viento con o sin hábitos es demagogia voluntarista y vaga. Tiene una furtiva intención antipolítica y también un vaho de golpismo moralista. Fue en abril de 1987 en el templo Stella Maris, de misas militares, cuando Raúl Alfonsín se subió al púlpito indignado. Momentos antes, en su homilía, el obispo Castrense Enrique Medina le hacía acusaciones éticas al Gobierno que él presidía. De inmediato Alfonsín se subió al púlpito y casi gritando le respondió que su gobierno no era corrupto. Era un acto de fe creerle al castrense o al entonces presidente. Le creímos a éste. Ahora, en la Basílica de Luján, la Iglesia del cardenal Bergoglio insiste en advertir acerca de que no hay que votar a políticos que no cumplan mandatos éticos. Y otro orador laico, como parte del contexto llamado paradójicamente “Manifiesto de la esperanza”, fue aún más desesperanzado. Dijo: “No robarás” citando el séptimo Mandamiento. Y apostrofó que ese era un mandato para todos. Palabra inquietante “corrupción”. Se acomoda, no importa quien la emita, y hasta puede ser hablada con acento honestísimo por el corrupto. La propia iglesia, últimamente, no viene tan pura en el mundo. Su corrupción moral ha sido manchada por no pocos obispos tentados por oscuras pasiones y delitos sexuales. El célebre lingüista Sebastián Covarrubias celebra desde 1611 en su diccionario a la no menos célebre palabra. Y dice: “ Corromper, del verbo corrompo, contamino, vicio, destruyo. Corromper las buenas costumbres es tragarlas. Corromperse las carnes, dañarse. Corromper las letras, falsearlas. Corrupción, pudrimiento…etc”. En el texto, el diccionario advierte sobre las prácticas corruptas de los religiosos coloniales que pasaban por América. Los pueblos originarios, los nativos, los indios, fueron la prueba. Los esquilmaron. Por lo general la corrupción, cuando asuela una administración política, queda en evidencia en los estragos económicos que causa, en la impiedad con que damnifica a los administrados. Difícilmente la corrupción se permita ninguna generosidad con aquellos a los que convierte en sus víctimas. Un gobierno corrupto destruye y vacía. ¿Es éste el caso? ¿Destruye y vacía? Hay monseñores empeñados en despeñar un modelo que se independiza del modelo que la Iglesia alta extraña igual que al Tedeum, en el cual amonestaba presidentes en directo ignorando el voto de los ciudadanos. La palabra corrupción, abusada contra un gobierno democrático, corrompe menos al destinatario que a sus emisores.


Carta abierta leída por Orlando Barone el 10 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

viernes, 7 de mayo de 2010

La K no es una letra cualquiera


El matrimonio K, la ley de medios K, la dictadura K, la hegemonía K, el imperio K, el Unasur K, los Derechos humanos K, el chavismo K, el aislamiento K, el populismo K, el fascismo K, la caja K, la recaudación K, los tribunales K, los empresarios K; el sindicalismo K, el gasto público K, el fútbol para todos K y Cristina K. La “kakatetización” del lenguaje es obra de los que por simple acto reflejo de rechazo sienten hacia ella un asco K. Se “askean” con K como no se asquean de la letra M de mentira o de la letra R de reaccionaria. O de la G de genocidio. Pensar que antes de que llegase la era K, solamente sabíamos que kilo, kiosko, karate, kilogramo, kinesiólogo, Kremlim y kiwi se escribían con K. Aunque algunos ignoran que cargan con un Karma de prejuicio desde que las patas sucias se lavaron en la fuente de la Plaza de Mayo. Nunca imaginó esta letra lacónica y geométrica que desde los medios iban a hablarla y escribirla con tanto denuedo e injuria. Ni imaginó tampoco, como letra poco empleada en el idioma español, que iba a ser tan políticamente maldecida. Y paradójicamente, en la época en que la política era recuperada gracias a la fuerza reparadora de la letra. Pero por suerte la K, resistente y refractaria, cuanto más la denigran más se populariza. De tanto vomitarla se ensucian; de tanto segregarla socialmente la dotaron de una red de fraternidad sorprendente. Y así como en las artes marciales, para contraatacar se aprovecha la fuerza de ataque del contrario, la K contraataca y logra que los que mal la pronuncian se atraganten. Esa única letra los obsesiona con una liviandad de envidia. Extraña enfermedad la que contraen quienes de tanto escupirla se escupen y de tanto estigmatizarla se condenan. Letra de varias vidas como los gatos. De varias resurrecciones como Maradona. Y de varios hundimientos y elevaciones, como Argentina. Comportamiento que desmoraliza a los enterradores: que cuando van a guardar la pala se dan cuenta que no han enterrado a nadie. Letra que no aspiró a ser la “letra” excluyente de una época y a la que los anti K consagraron al querer arrancarla del abecedario. Pero cuando parece que se borra vuelve a escribirse. No hay obligación de ser K. Y no hay obligación de enfermarse de rencor amarillo por oponerse a quienes quieren serlo. No porque estos ignoren que la K es imperfecta, y hasta que tiene imperfecciones serias que mejor sería que corrigiese. Nadie es perfecto y tampoco una letra. Pero hay gente que igual se entusiasma y se siente pasajera feliz del colectivo. No hay que ser tan amargo de querer desentusiasmarla de su entusiasmo. Que con ella compitan de igual a igual con otra letra, no rejuntando en montón todo el abecedario. La K ya no es una letra cualquiera.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 7 de Mayo de 2010 en Radio del Plata.

miércoles, 5 de mayo de 2010

El bicentenario no necesita rancho aparte

Los latifundistas y chacareros que quieren hacer rancho aparte el 25 de mayo tienen razón.
Al bicentenario ellos lo sueñan unidos, ricos y apartados. No sea cosa que la sociedad se quiera subir al colectivo en lugar de quedarse atada a sus raíces. Por eso los discordes campestres anuncian un festejo bien diferenciado. Mucha bandera, escarapela y tradición ecuestre y mucha empanada. Y entre el mateador próspero y el mateador pobrísimo y un mismo mate, inventan una hipotética e inconsistente comunión de intereses. Por más que la pampa parezca una planicie siempre igual, está diagramada con fronteras humanas. Con alambradas que exceden al territorio físico y que alambran y delimitan, sin decirlo, el territorio de damnificados y damnificadores. El de los damnificadores mucho más grande y con pocos poseedores. Ahora los ruralistas, para no pagar el costo de salir a protestar en los días del festejo disimulan, y se convocan a salir a “patriotizar” los caminos. El himno cantado sobre un sulky o una parva suena fundacional. Y una escenografía celeste y blanca enmascara en el packaging telúrico el gran negocio. La celebración del 25 de Mayo le viene de parabienes a tantos apropiadores privados de la historia; esa que se recluye en el limbo donde todos los argentinos eran ricos y la patria lucía como el granero del mundo. El teatro Colón era su caja de resonancia. Aquel granero grande tenía nombres y apellidos fundantes.
Uno de ellos- tardíamente- paga hoy un delito que tantos otros de nombre y apellidos de gala no pagaron por razones de clase. Si no fuera por los Atahualpa Yupanqui y el tango, y por los descamisados del cuarenta y cinco nadie nos enteraba de los excluidos de las mieses atestando taperas y conventillos. Nuestra cultura estuvo preñada de abanicos, miriñaques y levitas, y por ahí una servidora mulata. Los harapos no eran bien vistos y si no fuera por el Martín Fierro, eran abstracciones sociales. Aún se está a tiempo para que el llamado Campo no haga rancho aparte. O para que la cuantiosa corporación del silo y del rezongo, se decida a la sinceridad de identificarse en vez de mimetizarse con el peón glondrina. Pero si el “Campo” se sigue retratando en la impostura del labriego hincado sobre el surco, escamoteando de la escena al cómodo inversor con tecnología de angurria, continuará apartándose. Y si los argentinos seguimos atados a la colonizada idea de aquel país para pocos, al bicentenario lo ocupará la hipocresía. Y esa patria esquemática alambrada en la palabra “Campo”.

Carta abierta leída por Orlando Barone el día 5 de Mayo de 2010 en Radio Del Plata.

martes, 4 de mayo de 2010

Estamos en el mejor momento

Como decía el filósofo Leibniz: “Vivimos en el mejor de los mundos posibles”. Como dice el ecuatoriano Correa: “Que no nos quiten la alegría”. Sí, estamos en el mejor momento. Los argentinos. Porque está claro quien es traidor y quien no lo es; y quien está alegre resistiéndose a estar triste, y quien está triste porque se niega alegrarse. Cada día somos más translúcidos: hasta es translúcida la densa niebla de los insatisfechos crónicos, que eructan cereal con la boca llena. Descartes recomendaba “improvisar la alegría” y el Eclesiastés predica que “lo mejor de todo es estar alegre”. Por ejemplo el oficialismo, que debería estar triste, está alegre; y la oposición que debería estar alegre está triste. Y es raro: porque el oficialismo viene de sufrir varias heridas políticas que incluyen las últimas elecciones, y la oposición –al contrario- suma factores a favor y una hipotética fuerza de dominio. Pero la oposición se desalienta y amarga, y el oficialismo recobra intensidad y entusiasmo. El problema es la sustancia del discurso. No se puede estar alegre bufando con rabia contra el otro, mientras, en cambio, el otro se afana en alegrarse de que bufen contra él porque si lo atacan es por algo que hace bien y eso refuerza la autoestima. El entristecedor alegra sin quererlo al que quisiera ver entristecido. Paga un alto costo no improvisarse una alegría aún pudiendo tener los argumentos. Decir que esta es una dictadura no es un argumento, es una idiotez. Decir que todo está corrupto es una transferencia a la marchanta. Instigar para que Unasur no elija a Kirchner fué una mezquindad política. Desde ese subsuelo no se puede sonreír. Y para aspirar a gobernar es imprescindible el entusiasmo y la alegría. Pero el monopolio periodístico los enfría y quienes se alían con él se congelan. Los últimos indicios indican un crecimiento del Gobierno en el favoritismo social y un decrecimiento de los opositores. Varias convocatorias de calle, oficialistas, demostraron un clima intenso de militancia. Como respuesta la oposición enfurece su discurso y su negación. Y aún así estamos en el mejor momento. Porque se está debatiendo nada menos que la posesión de la alegría. No la posesión de la tristeza que era lo que hasta ayer se debatía. Es un tema serio filosófico. Sucede en el fútbol: hay un fútbol alegre y otro triste. Están los que quieren ganar el mundial y quienes no quieren ganarlo para que no se alegren los que para ellos no merecen alegrarse. El Congreso expone ambos semblantes antípodas. Últimamente se apropiaron del semblante del miedecito. Comparados al “miedo- miedo” lo que algunos periodistas creen sentir es un miedecillo impúdico. Asustados de tener miedo hipotético se rodean del mejor salvataje institucional, y en lugar de alegrarse se “enmiedecen”. Hasta el miedo exige altura para que sentirlo sea justificado. El oficialismo quiere que el 24 de mayo sea feriado, la oposición no quiere. Si el gobierno pudiera hacer salir el sol, la oposición en el Congreso votaría porque el sol no saliese. Esa obsesión por bloquear la alegría de los otros es la que no los deja salir de su tristeza. Estamos en el mejor momento.

Carta abierta leída por Orlando Barone el 4 de mayo de 2010 en Radio del Plata.