jueves, 4 de noviembre de 2010

La moda de darse cuenta

Nunca es tarde para darse cuenta de que se llega tarde. De pronto aparecen confesiones personales públicas que reconocen haber desconfiado y descreído de las políticas de Kirchner, pero que ahora las aceptan o las reivindican. Arrastrados por la fuerza del intenso colectivo que rindió tributo al muerto, referentes y comunicadores de la izquierda más arisca y siempre rumiante, declaran que nunca le habían creído a este Gobierno pero que ahora sí. Muchos de ellos le habían creído en cambio a los sojeros y hasta le creyeron más a Redrado que a Marcó del Pont. Eso no lo entiendo. Tampoco que creyeran desde la izquierda que Menem y Kirchner eran un solo corazón. Erraron todo, todo el tiempo. Le creyeron más a la derecha que a Néstor Kirchner. Ya ahitos de sus propios narcisismos indómitos y ante el riesgo de perder definitivamente el colectivo popular y quedarse solos criticando en las reuniones o en las cuevas de las sectas, se animan al fin a subirse al colectivo. Nadie los va a hacer bajar. Todavía hay lugar aunque no deberían ilusionarse con asientos. Lo que sí me llama la atención es que sus arrepentimientos y corregimientos los hagan en el escenario y exigiendo focos de luz, en lugar de arrepentirse modestamente y sin bambolla. El que descubre que pecó no debe ser arrogante si decide reconocer su culpa. No se puede ser estrella en el teatro de la discordia y querer seguir siendo estrella en el de la concordia y llegar lo más campante como si hubiera que esperarlos. Lo digo porque veo que ahora que el colectivo va pasando y circula con la cinta del luto todavía tibia, hay más demandas de pasajes. Y pasajeros que antes no lo tomaban porque soñaban un colectivo más izquierdo y perfecto y selectivo, ahora empiezan a tomarlo. Solo les pido más humildad: haberse equivocado tanto- cuando más se requería apoyar al gobierno y confiar en que los sapos eran parte de la naturaleza de la fauna- requiere un más largo proceso de desintoxicación. Está bien el corregimiento. Pero no con ditirambo. No es fácil confiar en quienes desde la izquierda o desde lo popular se subieron por la derecha al palco del campo. Y anduvieron diciendo que Kirchner no era auténtico cuando se decidió a luchar por reivindicar a las madres, a las abuelas y a los hijos apropiados. Rezar un rosario de culpas tardío no produce la súbita santidad. Pero el colectivo es grande. Hay espacio. Suban, pero no empujen.



Carta abierta leída por Orlando Barone el 4 de Noviembre de 2010 en Radio del Plata.

Atrás es atraso, atrasar y retroce

No. “Justo ahora no vamos a volver atrás”. La frase ya se hizo un axioma. Porque atrás está todo lo que fuimos superando y todo cuanto nos causó mal. ¿A qué atrasado se le puede ocurrir el retroceso? No vamos a volver atrás porque estamos yendo hacia delante. Porque no vamos a perder lo que ganamos ni a repetir lo que ya hicimos para avanzar. No vamos a volver al país que nos iba excluyendo y jibarizando; porque seríamos idiotas si volvemos ahora que nos fuimos incluyendo y agigantando. Y perteneciendo. No vamos a volver adónde ya no queremos ir ni adónde estábamos perdidos, y adónde nuestra identidad había sido confundida y despatriada. No vamos a ser tan sonsos de volver atrás, cuando ya estamos donde antes estaba el horizonte y estamos por trasponer otro. Somos militantes de horizontes no de retaguardias ni retardos. La utopía y la esperanza no están atrás sino adelante. No volvemos porque vamos. Atrás ya no podríamos entrar porque el lugar que abandonamos es de tamaño menor al que ya hemos adquirido; y porque atrás no hay nada que desear: ni siquiera la nostalgia porque nadie siente nostalgias del fracaso. No vamos a volver atrás. Porque en la Feria del trueque ya no truecan desesperanzas porque casi no hay. Ahora estamos donde antes estaba lo imposible y donde no estaban esta Argentina ni esta América del Sur. No vamos a volver atrás porque ya estuvimos y pagamos el precio y el castigo. Porque ser saqueados no nos sienta. Y nos humilla ver a los saqueadores felices de saquearnos. No vamos a volver adónde quieren los que allá atrás volverían a apropiarse de lo que ahora se va distribuyendo entre los apartados del reparto e ignorados del trabajo y del consumo. Hay que estar dominado para perder el terreno ganado y dejar descenderse y caer por la pendiente que ya se ha subido. Atrás es perder lo que se ha recobrado. “Minga” que vamos a retroceder y a rezagarnos y a retrasarnos. Los políticos atrasadores auspician otra vez el fracaso. Propician el desgano político y la resignación del Estado. No. No vamos a volver hacia atrás porque para eso fuimos votando hacia delante. Porque atrás estaríamos votando hacia atrás. Y porque no se vuelve adónde no se vuelve.



Carta abierta leída por Orlando Barone el 3 de Noviembre de 2010 en Radio del Plata.

martes, 2 de noviembre de 2010

El fingimiento

El pueblo no finge. La presidenta tampoco. Se fingen muchos estados de ánimo. No hay fiesta ni funeral donde no haya fingimientos. Siempre hay alguien que lo hace y a veces se delata y a veces tiene éxito.
Se finge desde la indiferencia hasta el amor y desde la piedad hasta el deseo. La condición humana tiene una larga práctica. El fingidor puede fingir por impotencia de sinceridad al no poder sentir (lo que es más grave para él) o especulando con sacar una ventaja política en una circunstancia de tristeza o de duelo (lo que es más grave para todos).
De a uno los individuos pueden fingir pero un pueblo entero no puede, porque no hay tantas máscaras para enmascarar tantos rostros. Se puede afirmar que el pueblo que lloró y se conmovió por el gran muerto de estos días es la prueba empírica del duelo. Se cree en la prueba porque se toca. Pero algunos de los pésames individuales por esa muerte- inesperados por los antecedentes “odiantes” de sus portadores- suenan inconsistentes y fingidos. También son fingidos esos respetos ceremoniales que algunos prodigaron públicamente, reprimiéndose la satisfacción y el alivio. La diferencia entre uno y otro es evidente. Porque cuando el dolor es sincero no hay lugar para el “pero”: el gran muerto se llora en sus virtudes y se soslayan sus defectos.
El pueblo sabe hacer eso porque de esa materia de virtud están hechos los héroes que produce. Y consigue amasar y perfumar, consciente y sabiamente el estiércol para que confluya con el mármol y así su héroe no tenga flancos débiles. En cambio el fingidor, por posar hipócritamente justo y neutro e híbrido, mezcla con el elogio la mancha; desliza con la pena la crítica. Insinúa un rumor sobre un presunto disgusto mortal con Hugo Moyano, otro sobre una deseada deslealtad de Scioli por más leal que se muestre, y derrama alguna intriga palaciega que repta sobre el inicio de la ausencia. Se finge el duelo sin dejar el serrucho. Y ahí se descubren conspiradores en teatro de lágrimas. Durante estos días hemos visto fingimientos “politiquitos” súbitamente aún más empequeñecidos por el tamaño del muerto. También fingen las farandulitas. Para no quedarse reducidas de público y de rating fingen pena por lo que no las apena. Y se hacen las piadosas cuando hasta ayer injuriaban. Mientras tanto el pueblo se agiganta en el dolor como si el muerto hubiera sido perfecto. Y es perfecto. Porque sin mostrarse en el ataúd para no darles el gusto ni el morbo a los fingidores, les deja la incertidumbre de que en una de esas anda por ahí todavía. Y claro que anda. El pueblo sabe dónde y cuándo. Los fingidores a tientas nunca lo encuentran.




Carta abierta leída por Orlando Barone el 2 de Noviembre de 2010 en Radio del Plata.