A esta altura de 1988 estábamos inflacionándonos. El país se declaraba en recatada moratoria, y había dejado de pagar su deuda externa. El déficit fiscal se multiplicaba. La inflación se hiperinflacionaba. El Presidente Alfonsín apuraba su retirada del Gobierno adelantando para mayo de 1989 las elecciones establecidas para octubre. Las Casas de Cambio desbordaban de gente que no bien cobraba el sueldo lo cambiaba por dólares para ir revendiéndolos al minuto que su cotización aumentaba. Los supermercados iban actualizando los precios en las góndolas sin esperar a que el empleado terminara de ubicarlo en los estantes. Había momentos en que el consumidor no terminaba de poner en el carrito un producto, que la mano del empleado lo volvía a levantar del carrito y lo remarcaba a un precio superior. Se sucedían fraudes de alimentos: frascos de mayonesa o de salsa vencidos o alterados que las empresas cargaban en camiones para que los arrojaran como desperdicios en basurales autorizados eran desviados del destino y los frascos furtivamente retocados volvían tramposamente a las góndolas a través de procedimientos clandestinos. Los últimos meses de 1988 y comienzos de 1989 se cayeron por un plano inclinado. La pobreza llegaba al 50 %; la inflación mensual al 80 %.
Al año alcanzaría tres y cuatro dígitos. Se declaraba el Estado de Sitio. Un efecto succión transfería fortunas hacia el exterior. Los jubilados estaban condenados. Saqueos y vandalismo cundían en el conurbano. Hacía ya tiempo que no había paritarias ni convenios de trabajo. La usura a la orden del día usufructuaba la desesperación del que recibía en pago un cheque adelantado y por canjearlo por efectivo perdía la mitad del importe. Se ganaba más especulando que produciendo. Fueron los comienzos de los primeros cartoneros de la modernidad, que en grupos familiares revolvían los cestos de basura. La hiperinflación doblaba al gobierno del radicalismo, el primero de la nueva democracia, que en sus comienzos había sido un extraordinario modelo social de inclusión y de Derechos Humanos. Si existe alguna chance de que los muertos puedan ver y hablarles a los vivos, hoy Alfonsín a un año de su muerte, se permitiría interrumpir a sus celebrantes. Y le diría a la gente que no se deje volver loca, que no se deje patotear por los inflacionistas y los mensajeros que les sirven como asustadores. Porque esta inflación comparada a aquella gigantesca y desmesurada de su mandato, es nada más que un susto. Una inflación compensada. Que no cancela las Pascuas: se coma o no bacalao noruego de pescadería vip, o merluza barata de Coto.
Estas son felices Pascuas, con Derechos Humanos como aquellos del Nunca Más. Pero además con la famosa “Caja” del país cargada con reservas auténticas. Nuestras.
Por todo esto el reciente 24 de marzo Alfonsín hubiera estado en la Plaza de Mayo.
Carta abierta leída por Orlando Barone el 31 de Marzo de 2010 en Radio del Plata.